Bruselas
«Laachraoui era un estudiante ejemplar, duele pensar lo que hizo»
LA RAZÓN, en el Liceo del terrorista. ►La directora del instituto católico en el que se graduó el artificiero del 13-N y 22-M le describe como «sociable e integrado»
LA RAZÓN, en el liceo del terrorista. La directora del instituto católico en el que se graduó el artificiero del 13-N y 22-M le describe como «sociable e integrado»
Sucumbió al engaño yihadista. A la promesa suicida de «pertenecer a algo grande», a sentirse parte de una «familia» con millones de integrantes. Najim Laachraoui dio un portazo a su educación, a sus padres y a su hermano, y puso rumbo a Siria sin que éstos se percataran de su radicalización. Cuando lo hicieron, el joven ya estaba rumbo a Oriente Medio.
«No puedo entender qué le ocurrió, qué se le pasó por la cabeza. Siempre fue un estudiante excepcional», explica a LA RAZÓN Veronica Pellegrini, la directora del Instituto de La Sainte-Famille D’Helmet, donde Laachraoui estudió entre los 12 y 18 años. En la cara de la docente se ve reflejada la decepción por uno de sus mejores alumnos, mientras explica que «nunca repitió» y que sus notas siempre fueron «muy buenas». «Era muy inteligente, optó por estudiar humanidades y era sociable, tenía su grupo de amigos y no dio nunca ningún problema», subraya. Tal es así que el yihadista pudo acceder a este centro educativo por su buen expediente. Se trata de un instituto católico con muy buena fama. En Bélgica, las familias eligen el colegio en función de su récord académico y no tanto por la cuestión religiosa.
La Sainte-Famille está ubicado en el distrito de Schaerbeek, que junto a Molenbeeck y Forest conforman la cuna islamista de los belgas que se han sumado a la yihad. De hecho, este centro educativo se encuentra a poco más de 500 metros de la famosa calle Max Roos, donde se ubica el piso en el que el comando de los atentados del 22 de marzo orquestó el ataque y fabricó los explosivos.
De los tres distritos bruselenses han salido la mayor parte de los terroristas de París y de Bélgica, incluso alguno de los que atentaron en Madrid el 11-M de 2004. «Es, por decirlo de algún modo, la élite intelectual del barrio», subraya Janique, profesor del centro, que conocía bien a Laachraoui. «Duele pensar que esa persona, a la que le has transmitido conocimientos prácticos y morales, se haya convertido en un terrorista. De qué sirve la Filosofía que enseñamos, la Lengua, las habilidades manuales. Es duro», añade. Una afirmación escalofriante, más aún tras la confirmación de la Fiscalía belga de que este joven de origen marroquí fue el «artificiero» de los explosivos, tanto de los atentados de París como de los de Bruselas. Un chico «muy listo», como afirman quienes le conocían, que utilizó su potencial para hacer el mal. Por ello, el personal que le trató aquellos años «está destrozado», dicen en el instituto, en cuya fachada cuelga una bandera belga anudada en señal de respeto a los 31 muertos en el ataque perpetrado por su ex alumno.
Tras finalizar el instituto y hasta inmolarse con 24 años el pasado martes en el aeropuerto de Zavetem junto a uno de los hermanos Bakraoui su vida cambió. «Se matriculó en un curso de formación profesional en electromecánica que está aquí cerca, es el EPHEC, un centro también con buena reputación», explica Janique. Sin embargo, Laachraoui conoció a Jalid Zerkani, «el reclutador de belgas» y mentor, por ejemplo, de Adelhamid Abaaoud, y al año siguiente abandonó los estudios. «Tenía un buen futuro por delante», insiste Janique. Pero Laachraoui optó por embarcarse en la guerra santa y junto a media docena de amigos puso rumbo a Siria en febrero de 2013, primero para unirse al Frente al Nusra y después al Estado Islámico. «Perdimos completamente el contacto con él. Nosotros somos musulmanes, pero no terroristas», reivindica su hermano Mourad, de 21 años. A diferencia de Najim, él apostó por el deporte hasta convertirse en una de las figuras más prometedoras del país en taekwondo. «Ahora espero que esto [la participación de su hermano en los atentados] no afecte a mi carrera», afirmó durante una rueda de prensa esta semana.
Mourad es un buen deportista, un chico agradable, pero no quiere formar parte de la historia de su hermano. Habló con los periodistas la semana pasada en el gimnasio donde entrena y no lo hará más. No dará entrevistas. «Está afectado, es comprensible, pero es fuerte», afirma a este diario Nehul, un compañero de taekwondo en el polideportivo de Uccle, al sur de Bruselas. Lo mismo aseguraba el hermano «bueno» de los Abdeslam (uno se inmoló el 13-N y el otro, Salah, está en prisión) y a los pocos días del ataque en Francia se le pudo ver en la televisión hablando de su familia previo pago.
Sin embargo, esta tranquilidad y distanciamiento que pretenden establecer los Laachraoui con la «oveja negra» del clan se difumina al llegar al barrio donde residen los padres y la tía del terrorista y donde, según Nehul, ahora está también alojado Mourad. En el número 40 de la rue Van Gulick, una de las zonas más deprimida de Schaebeerk, en la que abundan los maleantes y los que viven del trapicheo, se encuentra una vivienda aparentemente corriente. Pero lo que allí se mueve va más allá de la protección de la privacidad de una familia. En cuanto se registra una cara desconocida en el barrio, adolescentes que no superan los 20 años se dan el chivatazo. A través de una llamada de teléfono o de un simple silbido avisan de que hay «intrusos» en la zona. Son los «escuderos» de los Laachraoui, una especie de bandas callejeras «a sueldo» de la familia que intimidan a los transeúntes o periodistas que se acercan a interesarse por el paradero de Mourad. Es comprensible que el entorno del terrorista se sienta desbordado, pero esta actitud violenta crea desconfianza. La naturalidad con la que actúan estos escuderos es otra prueba de que Molenbeeck y Schaerbeek están fuera de control.
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