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Perfil

Lars Klingbeil, el presupuesto alemán como trampolín político

El vicecanciller pretende hacer del Ministerio de Finanzas una plataforma para impulsar las prioridades políticas y sociales del Partido Socialdemócrata

Lars Klingbeil, ministro de Finanzas alemán, habla durante la reunión de ministros del G-7 ASSOCIATED PRESSAP

Entre la Casa Willy Brandt, la sede del Partido Socialdemócrata (SPD) y el Ministerio Federal de Finanzas hay poco más de un kilómetro de distancia. Un buen paseo de 14 minutos que Lars Klingbeil, nuevo ministro de Finanzas y figura clave de su partido, apenas podrá permitirse. Entre sus numerosos cargos y obligaciones como vicecanciller, ministro y, por el momento, presidente del SPD, el político de 46 años probablemente tendrá poco tiempo a partir de ahora para darse una tranquila caminata entre estos dos edificios. Su llegada al Ministerio de Finanzas no fue una sorpresa. Ya se especulaba que él sería el encargado de una cartera clave en el equilibrio de fuerzas del Gobierno. Fue su propio secretario general, Matthias Miersch, quien lo anunció antes que nadie, en un gesto que dejaba claro quién controlaría las riendas del partido y del presupuesto. Ahora, como ministro de Finanzas y vicecanciller, no se separará del canciller, el democristiano Friedrich Merz. Pero si su nombramiento fue previsible, no lo fue tanto su aparente falta de entusiasmo previo por las cuestiones económicas. Klingbeil no es un tecnócrata de números. De hecho, en su juventud rechazó el consejo de sus padres para formarse como banquero en Münster, su ciudad natal, y prefirió formar parte de una banda de música, viajar a Nueva York o sumergirse en los entresijos de la política internacional. Su vocación siempre ha estado más cerca de la geopolítica que de los balances contables. Hijo de un militar, Klingbeil inició su carrera parlamentaria en el Comité de Defensa del Bundestag, donde se consolidó como un experto en política exterior y seguridad.

Ahora, sin embargo, se enfrenta a uno de los mayores retos políticos y financieros de su carrera: equilibrar las maltrechas cuentas públicas de Alemania en medio de un contexto económico incierto y con compromisos presupuestarios asfixiantes.

Klingbeil ha dejado claro que quiere transformar el Ministerio de Finanzas en un nuevo eje de poder, al mismo nivel que la Cancillería. Desde su llegada, ha enviado mensajes firmes a su grupo parlamentario. Quiere que su ministerio no sea solo un departamento contable, sino la plataforma desde la que el SPD impulse sus prioridades políticas y sociales. De hecho, el gran paquete de inversiones en defensa –el llamado «fondo especial»– y los esfuerzos en infraestructura serán coordinados desde ahí al objeto de centralizar el músculo financiero para asegurar influencia política. Dicho de otra forma, esto significa que tanto Klingbeil como el SPD quieren tener el dinero en sus manos para lo que llegaron a hacer algunas concesiones en las pasadas negociaciones de coalición.

Pero la ambición choca con la realidad. La situación presupuestaria alemana es crítica. Aunque se ha flexibilizado el freno a la deuda para permitir mayor gasto en defensa, el agujero en las finanzas federales se mantiene y los presupuestos de 2025 y 2026 ya anticipan déficit millonarios. Además, el sistema germano de pensiones sigue consumiendo recursos sin una solución estructural a la vista y las perspectivas económicas no invitan al optimismo. A eso se suman compromisos firmados en el contrato de coalición, como el mantenimiento de la «renta para madres» o los subsidios al diésel agrícola, que solo añaden más presión.

Muchos en el mundo económico se preguntan si Klingbeil estará a la altura del desafío. No por falta de capacidad política –de hecho, Klingbeil es un hábil negociador y estratega–, sino por su falta de experiencia en materia fiscal. La esperanza de algunos es que se rodee de un equipo sólido que lo compense. Y ahí entra en juego una figura clave: Steffen Meyer, actual secretario de Estado y hombre de confianza de Olaf Scholz. Será su mano derecha en esta travesía presupuestaria. El nuevo ministro ya ha comenzado a adoptar el lenguaje propio del cargo y habla de «condiciones de financiación» y de límites fiscales, en un tono que recuerda al de su predecesor, el liberal Christian Lindner. El objetivo, gestionar expectativas y preparar a la opinión pública alemana para recortes o postergaciones de inversiones.

Su debut internacional como ministro de Finanzas llegó esta semana en una reunión del G-7 en Canadá. Allí defendió las posturas alemanas ante sus homólogos, discutir disputas comerciales con Estados Unidos y plantear soluciones ante los retos globales. No fue una tarea sencilla, pero al menos Klingbeil pudo reencontrarse con su pasión, la diplomacia. En cierto modo, su paso al frente del Ministerio de Finanzas puede leerse como una jugada política a medio plazo y convertirse en el custodio de las finanzas públicas puede darle la autoridad necesaria para aspirar, algún día, a metas aún mayores dentro del escenario político. Con una mezcla de ambición, estilo pragmático y una agenda marcada por la necesidad de resultados, Klingbeil se enfrenta ahora a un reto que definirá no solo su trayectoria, sino también el rumbo financiero de Alemania los próximos años.