Grecia
Cientos de inmigrantes rompen el cordón policial y entran en Macedonia
Granadas de aturdimiento y porras no logran frenar la avalancha de desesperados
La información de que Naciones Unidas había advertido a la Policía macedonia sobre el cese del uso de la violencia, así como los rumores de la Prensa helena sobre el levantamiento de las fronteras se extendía a media mañana en el campamento de Idomeni, justo en frente del paso fronterizo entre Grecia y la Antigua República Yugoslava de Macedonia (ARYM). Los cerca de mil inmigrantes y refugiados acampados en esa zona se aglomeraban por la principal puerta de ingreso, una vía del tren, a medida que se enteraban del goteo de compatriotas que estaba entrando en territorio macedonio.
Delante de los alambres colocados en el suelo por las autoridades de ese país, algunos se jugaban el tipo para cruzar ese metro de puntiagudos hierros. Algunos lo hacían con bebés en sus brazos. Según el ministro de Exteriores macedonio, Nikola Poposki, únicamente se dejó pasar a los más «vulnerables». En efecto, cruzaron a cuentagotas mujeres con niños pequeños y personas mayores, muchas de ellas atendidas por desmayos. Algunas madres trataban de convencer a los agentes de que su marido, o el resto de su familia, continuaba al otro lado del alambre, a lo que éstos contestaban impasibles que tenían dos opciones: volver a Grecia o seguir la línea del tren hacia el interior de Macedonia. Los gritos se mezclaban con los llantos de decenas de niños asustados, levantados peligrosamente por encima de la zanja. Los más jóvenes que conseguían burlar la seguridad de la Policía y el Ejército macedonio, que en ocasiones hacía la vista gorda, recibían una bofetada de uno de los agentes en particular. Unos pocos metros más alejados de ese paso principal, varios grupos de personas trataban de entrar a Macedonia a través de las matas. Los agentes –insuficientes para parar esa avalancha– golpeaban a tres o cuatro con la porra mientras que otro puñado lograba pisar suelo de Macedonia, corriendo campo a través con los brazos alzados y gritando de alegría, como el que pisa el paraíso. Cuando uno de los agentes se veía desbordado acudían refuerzos para lanzar algunos gases lacrimógenos y sobre todo muchas granadas de aturdimiento. Un episodio que repetía los disturbios del viernes.
Ayer, en cambio, lograron cruzar a la localidad macedonia de Gevgelija cientos de refugiados, al romper la barrera de seguridad. Esa cifra, sin embargo, no alcanza una tercera parte de los que todavía esperan en medio de la nada, en un campo repleto de escombros y tiendas de campaña. Por la mañana una lluvia intensa formó un barrizal y creó un panorama aún más desolador. Grupos de inmigrantes deambulaban sin rumbo por la línea fronteriza cubiertos por bolsas de plástico y embarrados. «Caminamos para quitarnos el frío», aseguraban algunos. Ante ese masivo flujo migratorio el Gobierno macedonio decretó el estado de emergencia hace unos días para las regiones fronterizas del país. La medida ha supuesto el cierre efectivo de la frontera sur del país, motivada sobre todo por la previsible llegada masiva de inmigrantes que pretenden atravesar Macedonia hacia el centro de Europa. La mayoría de ellos son sirios, aunque también hay inmigrantes provenientes de Pakistán, Afganistán, Bangladesh y algunos africanos.
Los 3.000 indocumentados que han alcanzado Gevgelija han obligado al Ejecutivo macedonio a poner en funcionamiento cinco trenes diarios, con el objetivo de trasladarles hasta la frontera con Serbia. Según cifras oficiales, más de 40.000 indocumentados han llegado a Macedonia en los dos últimos meses. Una vez en la estación de Gevgelija, muchos partirán hacia Serbia con destino a «la Europa de verdad», como llaman algunos al norte del continente. Otros esperarán a que sus familiares puedan unirse a ellos en la próxima entrada masiva por ese paso fronterizo.
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