Cumbre de Panamá
Maduro pasa al ataque ante su aislamiento internacional
El presidente venezolano dice estar abierto a dialogar con Estados Unidos, pero exige cuatro condiciones
El teatro político se escenificó en la Cumbre de las Américas. Todos los presidentes hablando de igualdad mientras sus pueblos luchan por salir de la miseria. Y Nicolás Maduro, el presidente venezolano, imitando la voz de Hugo Chávez, erigiéndose como libertador. Cinismo e hipocresía. Durante esta cumbre pocos se atrevieron a quitarse la careta. Lo suelen hacer cuando dejan los cargos, bajo el auspicio de alguna fundación. Hablaron presidentes como el colombiano Juan Manuel Santos, en cuya campaña política hubo escándalos por haber recibido donaciones del narco. También tuvo sus minutos de gloria el propio Raúl Castro, un dictador convencido en su particular democracia. El mandatario de Guatemala, Otto Pérez Molina, habló de la lucha contra el narco. Recordando sus tiempos de gloria en la Tropa de Elite Kaibil –hoy reconvertida junto a los GAFES de México en un cártel narco llamado los Zetas–, cuando masacraban pueblos indígenas bajo el auspicio de EE UU durante la guerra civil de los 80. Estrategia «Tierra Arrasada» la llamaban, pero claro, él no puede ser enjuiciado porque le blinda un cargo político.
O la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y su causa: Las Malvinas. La baronesa peronista enfrenta varias causas. Una por lavado de dinero y otra, todavía pendiente, por encubrir a terroristas iraníes en el atentado de la mutua argentina AMIA. La fila era larga. Otro ejemplo, la Dama de Hierro, la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, quien atraviesa sus momentos más bajos tras los escándalos de corrupción que salpican a la estatal petrolera brasilera, Petrobras. Una herencia maldita de su mentor, Lula da Silva. Más casos, el mandatario mexicano, Peña Nieto. Que todavía tiene pesadillas con los 43 estudiantes desaparecidos en algunas de las múltiples fosas comunes del país. Además, su Gobierno ejemplariza los peores tiempos de la corrupción del PRI. Por su parte, el presidente boliviano, Evo Morales, dijo: «Aquí hay 33 países latinoamericanos que apoyan a Venezuela y dos potencias imperiales (por EE UU y Canadá) que la atacan. Por eso no habrá un documento en esta cumbre».
Pero, sin duda, la joya de la corona la porta Maduro, qué llegó empuñando la espada de Bolívar bien alta. Mientras se victimiza, nadie habla de los verdaderos problemas que afligen al país: violencia extrema, hiperinflación y presos políticos. Aquí, en la Cumbre, la culpa de todos los males la tiene EE UU. Cortina de humo en los tiempos de cólera. «Lo respeto pero no le tengo confianza, Obama», disparó Maduro. Y advirtió a Obama que «el decreto, el desprecio y la prepotencia y la arrogancia pasarán a la historia como su legado para con Venezuela». Finalmente, Maduro dijo que está dispuesto a mantener un diálogo con EE UU y enumeró cuatro propuestas que quiere hacerle al mandatario estadounidense: «Rectificar el error de origen» que le llevó a emitir el polémico decreto, «reconocer la revolución bolivariana», «derogar» ese decreto y también «desmontar la maquinaria de guerra que tienen en la embajada de EE UU en Venezuela».
En conclusión, esta Cumbre fue histórica. Sí, lo fue. Hubo una foto en la que se escenificó el deshielo entre EE UU y Cuba. ¿Pero a qué precio? De los mandatarios que hablaron, muy pocos llegaron al poder con el currículo limpio. O por lo menos lo ensuciaron en el camino. Todos reclaman mejoras a Obama mientras sus ciudadanos luchan por un futuro mejor. No hubo «mea culpa», sólo descargos y buenos deseos. Burgueses y progres reconvertidos en revolucionarios. Clases de historia recordando que Obama y la Fruit Company fueron el diablo hace décadas. Aquí huele a azufre, diría el comandante Chávez. Por supuesto, nadie se atrevió a increpar a Castro, recordándole que durante medio siglo siguen gobernando los mismos. «Diplomacia de ron y langosta», titulaba una editorial panameño. Al final, Obama se convirtió en un saco de boxeo, en el que todos descargaban sus iras bien maceradas desde hace años. Parecido a cuando en las cumbres iberoamericanas acaba pagando los platos rotos el presidente español de turno, al que le recuerdan el oro español robado hace 500 años. Hasta que el continente no asuma sus responsabilidades, las venas seguirán abiertas.
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