Elecciones en Francia

Mala noticia para el Frente Nacional

La Razón
La RazónLa Razón

François Fillon ha sido la gran sorpresa de las primarias de la derecha francesa. Tras imponerse en la segunda vuelta de ayer, es muy posible que sea el próximo presidente de la República, aunque quedan cinco meses para las presidenciales y pueden pasar muchas cosas.

Fillon ha llegado hasta aquí porque ha conseguido conectar con el electorado que desea un cambio radical frente a la incapacidad crónica de cualquier Gobierno de hacer reformas estructurales en Francia. Ha trabajado mucho su programa económico, que presenta la propuesta de ruptura liberal más ambiciosa existente en el debate político. Pretende, en los primeros meses de su mandato, fomentar la actividad y romper los bloqueos tradicionales que representan los sindicatos y otros intereses. Las reformas para reducir el enorme peso del Estado en la economía serán duras (reducción del número de funcionarios y del gasto público, reformas de las pensiones y del mercado del trabajo, etc.), pero si se deciden de inmediato por decreto ley, como lo ha advertido, se podrán por fin implementar. A Fillon no le importa que le comparen con Margaret Thatcher, un tema que la izquierda va seguramente a desarrollar de cara a las elecciones de abril y mayo próximos.

En cuanto a los temas sociales, a diferencia de Alain Juppé, Fillon no se molesta en presentarse como abiertamente conservador. Se ha colocado en la estela de las protestas multitudinarias contra el matrimonio homosexual que han movilizado hace poco al sector católico de la derecha francesa. No pretende cambiar la ley que lo autoriza, ni tampoco restringir el derecho al aborto, pero se ha declarado personalmente en contra de la interrupción voluntaria del embarazo, lo que le ha proporcionado las críticas indignadas de la izquierda.

También se ha mostrado más firme que los demás candidatos en su enfoque de la lucha contra el terrorismo islámico, tema que será central en la campaña electoral. A esta firmeza se añade una defensa muy determinada de los valores de la sociedad francesa frente a los cambios que se quieren imponer para acomodar a los musulmanes radicales. «Quiero que los extranjeros que vienen de fuera se integren, se asimilen y respeten nuestro patrimonio cultural», asegura. La frase es de sentido común, pero se ha vuelto polémica estos días.

Con Fillon la derecha francesa vuelve a sus raíces conservadoras y a una postura diplomática más acorde con la tradición gaullista de independencia nacional y de mayor equilibrio entre Washington y Moscú.

Es una novedad importante con respecto a las últimas décadas. Desde Valéry Giscard d’Estaing, allá en los años 70, hasta ahora con François Hollande, Francia se ha acostumbrado a vivir en un régimen de consenso, donde alternaban el centro derecha y el centro izquierda sin que haya mucho cambio. En temas de economía, de sociedad o de política internacional, la diferencia entre la socialdemocracia, cada vez más liberal, y los partidos de la derecha tradicional, cada vez más centristas, era más de matiz o de énfasis que de fondo.

Este consenso ya no vale. Ha permitido que el Frente Nacional deje de ser un grupúsculo antisemita y de extrema derecha para apoderarse del espacio que le corresponde a la derecha tradicional hasta llegar a ser la fuerza política más votada en el país. Es cierto que Nicolas Sarkozy ha intentado frenar este auge, pero los actos del ex presidente nunca han sido consistentes con sus formulas llamativas, lo que explica su estrepitoso fracaso en las primarias.

Con autoridad natural, sin el nerviosismo al que nos ha acostumbrado Sarkozy, pero con un programa más radical, Fillon tiene la capacidad de atraer el electorado de derechas que se ha fugado al Frente Nacional. Si es el caso, puede que tengamos una gran sorpresa y Marine Le Pen no esté presente en la segunda vuelta, como todos anticipa. Para esto haría falta que la izquierda se una detrás de un candidato con peso.