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Muere Annan, el hombre de paz que no pudo parar la guerra

Luto en los organismos internacionales por el fallecimiento a los 80 años del ex secretario general de Naciones Unidas en Suiza, tras una breve enfermedad

Kofi Annan durante su etapa al frente de la ONU
Kofi Annan durante su etapa al frente de la ONUlarazon

Luto en los organismos internacionales por el fallecimiento a los 80 años del ex secretario general de Naciones Unidas en Suiza, tras una breve enfermedad.

Secretario General de Naciones Unidas entre 1997 y 2006, premio Nobel de la Paz, junto a la propia ONU, en 2001, Kofi Annan (Ghana, 1938), «ha fallecido tranquilamente después de una corta enfermedad». La noticia de su muerte fue anunciada en un comunicado por la familia del diplomático y la fundación bautizada con su nombre.

Annan estaba reconocido como el hombre que modernizó la burocracia de la ONU, introduciendo en la hasta entonces anquilosada organización criterios de eficiencia y redistribución de recursos, adelgazando sus enormes costos y propiciando su confluencia con la sociedad civil y el sector privado. También esencial en la apuesta y desarrollo de la llamada Cumbre del Milenio, celebrada en 2000 y entre cuyos objetivos figuraba, destacado, el trabajo para erradicar la pobreza extrema en todo el mundo.

Se calcula que entre 2000 y 2015 el porcentaje de la población mundial que malvive en ese segmento ha pasado del 30% a menos de 10%. Una reducción de veinte puntos en apenas quince años. Para comprender la magnitud del éxito, insuficiente mientras haya hombres, mujeres y niños en esa situación, pero colosal habida si tenemos en cuenta los precedentes, bastaría con recordar que, según números del Banco Mundial, en 1981 más del 44% de la humanidad vivía bajo el umbral de la pobreza extrema. Eso sí, semejante logro ha sido posible gracias al espectacular desarrollo económico del Sur y el Sureste asiático, mientras que a día de hoy más de la mitad de los pobres del mundo habitan el África subsahariana.

Precisamente allí, en la ciudad de Kumasi, capital histórica de la gente Ashanti, había nacido Annan, hijo y nieto de jefes tribales pertenecientes a la aristocracia local. En 1957, Ghana obtuvo la independencia y el joven Annan, tras recibir su educación primaria en exclusivos colegios de élite, comenzó sus estudios de Economía. Tras recibir una beca de la Fundación Ford complementó su formación en St. Paul, Minnesota, y posteriormente en Suiza y en el MIT, en Massachusetts.

A partir de entonces arranca su carrera en la ONU, primero en la Organización Mundial de la Salud y, tras más de un lustro de vuelta en Ghana, dirigiendo la incipiente industria del turismo, regresó a la ONU para ponerse al frente del Alto Comisionado para los Refugiados y, a lo largo de los siguientes años, ocupar posiciones clave como asistente del secretariado general. Entre 1993 y 1996 estuvo al cargo de las misiones de Paz de la ONU. Esto significa que le tocó lidiar con conflictos tan sangrientos como el que asolaba Somalia y, de forma fatídica, con el genocidio de Ruanda, cuando más de 800.000 personas fueron asesinadas.

La actuación de Annan fue severamente cuestionada por algunos de los principales testigos de la matanza, pero lejos de minar su reputación y/o liquidar sus posibilidades al frente de Naciones Unidas, Annan acabó por ser elegido secretario general con el entusiasta y decisivo apoyo de Estados Unidos. Sucedió a Boutros-Ghali, vetado por Washington. Durante su largo, fructífero y, también, polémico mandato, le tocó lidiar con las sucesivas crisis en Irak y el estallido de la II Guerra del Golfo, con la independencia de Timor Oriental, la crisis en Dafur, los sangrientos conflictos provocados por la extracción y comercialización de los llamados diamantes de sangre, con su espantosa carga de esclavismo y guerras civiles a cuestas, y las actitudes, entre gamberras y directamente pirómanas de un Irán empeñado en provocar a la comunidad internacional y acosar a sus enemigos, EE UU e Israel.

En la rueda de prensa en la que se despidió del cargo, Annan se lamentó al decir: «Hemos hecho avances en África, no han sido los suficientes como para que África pueda centrarse en su desarrollo económico y social».

Más allá de las turbulencias y polémicas asociadas con su mandato, pocos discuten hoy las palabras de su familia cuando afirma que «Kofi Annan fue un hombre de estado global y un internacionalista comprometido que luchó a lo largo de su vida por un mundo más justo y pacífico».

Theresa May, primera ministra británica, destacó su liderazgo y contribuciones a la paz y la democracia en todo el mundo, mientras que Vladimir Putin se confesaba admirador de su lucidez y coraje, y su capacidad para «tomar decisiones bien fundadas, incluso en las situaciones más complejas y críticas». Por su parte el ex presidente de EE UU, Barack Obama, destacó que Annan encarnó la misión de Naciones Unidas como muy pocos antes o después. «Su integridad, persistencia, optimismo y sentido de la humanidad que compartimos», añadió, «siempre guiaron su trabajo con la comunidad internacional».

En el momento de escribir esta crónica, y a despecho de la multitudinaria despedida al ex secretario general, tributada por líderes de todo el mundo, el actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, todavía no había dicho nada. En buena medida, ha afirmado el secretario general, António Guterres, Annan fue la ONU. Quizá eso explique mejor que nada la frialdad de la Casa Blanca ante su deceso.