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Orban resiste y logra un tercer mandato en Hungría
El discurso del miedo triunfa en Hungría. El ultranacionalista primer ministro cosecha una amplia victoria, seguido por la extrema derecha
El discurso del miedo triunfa en Hungría. El ultranacionalista primer ministro cosecha una amplia victoria, seguido por la extrema derecha.
Sorteando a varios turistas en el distrito I de Budapest, Denes Juhasz acudió ayer a votar con la convicción de que el resultado electoral es «el principio del fin para el Gobierno de Viktor Orban. «Es bueno que Unión Cívica Húngara [Fidesz] pierda poder en el Parlamento, pero temo que esto les lleve a aferrarse aún más al poder y que lleven a cabo políticas más agresivas», apunta aliviado por esperar en el colegio electoral. «Es la primera vez que espero, eso significa que la gente ha salido a votar». La participación, estimada en un 70%, la mayor desde 2002, obligó a retrasar varias horas el cierre oficial de los colegios para permitir que toda la gente que estaba haciendo cola pudiera depositar su voto.
Con un discurso que constantemente roza lo belicista, Orban se comprometió durante la campaña electoral a defender las fronteras y los valores cristianos frente la «gran afluencia de personas que vienen de Oriente Medio y África». A la salida del colegio electoral, el reelegido primer ministro declaró que «el futuro de Hungría está en juego. No nos contentamos con elegir a los partidos, al Gobierno y al primer ministro, sino que elegimos el futuro del país».
Los resultados oficiales otorgan una abrumadora victoria a los conservadores, que consiguen el 48,9% de los votos y 133 de los 199 escaños del Parlamento, lo que les otorga manos libres para reformar la Constitución sin contar con la oposición. En una primera reacción, Orban dijo ante sus seguidores en Budapest que el resultado de las elecciones suponen una «gran victoria para Hungría, que ahora podrá seguir en su camino iniciado para poder defender al país».
Los ultras de Jobbik encabezarán la oposición con el 20% y 27 escaños. Un resultado visto como un fracaso por el líder ultraderechista, Gabor Vona, que anunció anoche su derrota. Conocido por su discurso xenófobo y antisemita, el partido ha moderado durante los últimos meses sus mensajes y ha adoptado un programa económico cercano a la izquierda.
En una humillante tercera posición queda el Partido Socialista, que suma un 12% y 20 escaños.
El Gobierno tiene que hacer frente a numerosos escándalos de corrupción y no sólo dentro del partido. El yerno del primer ministro está siendo investigado por un supuesto fraude con dinero público. En el plano social y económico, Hungría crece por encima de los cuatro puntos porcentuales y el paro es menor al 10%, pero la oposición critica la precariedad. «Aquí hay mucha gente a la que no nos gusta cómo se están haciendo las cosas en el país, pero el resto de partidos tampoco representan una alternativa viable», apunta Denes.
Los resultados de estos comicios representan no sólo retos para Hungría, sino para las instituciones europeas. El discurso antirefugiados y la manifiesta hostilidad a la Unión Europea de Viktor Orban acaparan gran parte de la atención. Bruselas y Budapest «atraviesan una fase muy tensa. Los ataques de Orban al Estado de Derecho en Hungría no han pasado desapercibidos en Bruselas, aunque la UE no los ha sabido combatir», apunta a LA RAZÓN Óscar Fernández, analista de ESADEgeo y miembro de Con Copia a Europa.
Hungría, que ingresó en la UE en 2004, ha estado constantemente en desacuerdo con Bruselas. El país es a menudo criticado por las instituciones comunitarias por buscar su influencia sobre tribunales y medios de comunicación. «El discurso de detener a Bruselas con el que se legitima Orban se basa en su idea de que el modelo de soberanías compartidas de la UE es tecnocrático y por tanto antidemocrático. Orban no aboga por que Hungría salga de la UE, pero desea una UE menos integrada», asegura Fernández.
En todo caso, partidos como el de Orban han dejado de ser un caso excepcional en Europa. Ahora son el patrón de una nueva política centrada en la creación de nacionalismos respaldados en de líderes fuertes y carismáticos, como ya existen en República Checa, Eslovaquia y Polonia. Una manera de hacer política que está mermando la construcción de unas instituciones sólidas en el centro y Este de Europa.
«La UE debe temer al modelo que representan estos países. Desde el resto de la UE, deberíamos hacer examen de conciencia. Los europeístas solemos indignarnos cuando se culpa exclusivamente a Bruselas de cualquier mal, pero lo que tampoco podemos hacer es eximir a la Unión Europea de toda responsabilidad cuando prácticas como las de Orban se extienden entre sus países miembros», asegura Óscar Fernández.
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