Elecciones en Estados Unidos
Redibujar América
Rabia, incredulidad, tristeza, exasperación... Eso es lo que produce en Europa el triunfo inesperado de Trump en la elección de anteayer. Pues, sí, lo han votado y de manera más clara de la que preveían incluso sus partidarios. Las encuestas de los últimos días daban todas vencedora, por margen estrecho, a Hillary Clinton. Sin embargo, la realidad ha sido otra. El que en Europa consideran un chulo machista ha sido preferido por los estadounidenses en detrimento de una mujer inteligente, preparada y con experiencia. ¿Qué ha pasado? Lo primero, evidentemente, es que había un importante voto oculto a favor de Trump y que, confundiendo deseos por realidad, ha sido minimizado por todos nosotros europeos y allí hasta por el progresista y fervientemente clintoniano «New York Times». Parece evidente que muchos estadounidenses hartos de oír en los medios sesudos de información que Trump no era de recibo no acababan de confesar a los encuestadores que ellos tal vez lo votarían. ¿Por qué lo han hecho? ¿Por qué mas de 59 millones de americanos le han dado su voto, una cantidad similar a la colectada por la señora Clinton? Parece que se ha subestimado la veta populista de Trump, su mensaje de que siempre están gobernando los mismos, que la clase dirigente de Washington es ajena a las necesidades del ciudadano de a pie, que los congresistas, senadores, etc. son personas aficionadas al uso de las puertas giratorias, «estoy dos años en la Cámara de Representantes, luego me voy a un ‘‘lobby’’ y luego vuelvo a la política». Que el mensaje ha calado lo muestra que Trump ha salido airoso en algunos estados industriales, en los que hay una cosecha abundante de voto obrero, estados que eran tradicionalmente demócratas y que deberían haber votado por Hillary como habían hecho por Obama y otros demócratas. Cuando cerca de las dos de la mañana se vio que no sólo Carolina del Norte, media hora antes, sino también Pensilvania se iban inclinando hacia el millonario Trump empezó emerger la revelación de que el republicano sería presidente. En el feudo de Hillary, el Javis Center, en el que se agolpaban millares de clintonianos y se pensaba lanzar en la noche del 8 un gran castillo de fuegos artificiales para celebrar la victoria, la desolación era penosa en las caras que nos mostraba la televisión, lo increíble, lo inesperado, lo apocalíptico para algunos empezaba a hacerse tangible. La veta populista de Trump había hecho mella en la clase media baja con sus promesas de recuperar los empleos perdidos y había encontrado oídos agradecidos en la clase alta engatusada con su propuesta de bajar brutalmente los impuestos. Era el favorito, además, en el Estados Unidos blanco y rural.
Por otra parte, muchos estadounidenses han apreciado que Trump es un tipo directo, franco incluso en sus abundantes rudezas y vulgaridades. Algo diferente de la contención, de la frialdad de Hillary. Clinton es la que se lleva el batacazo. Partió con muchos más medios económicos, y concluyó hasta ayer como favorita y ha perdido. Tenía acérrimos partidarios, pero también detractores viscerales. Mitificada entre nosotros, por mujer, inteligente y progresista, ha resultado claro que muchos americanos, más de la mitad, no la consideran una persona honesta y esto ha calado. No ha podido, por ejemplo, arrastrar masivamente el voto de las mujeres y eso, con un rival como Trump, es significativo. Entre muchos independientes anidaba el sentimiento de que «cualquiera menos Hillary». Y ahora, ¿qué? Trump no podrá cumplir muchos de sus esloganes. No va a meter en cintura a Rusia y a China, ni en la cárcel a Hillary, será difícil que pueda devolver millones de empleos a zonas que los han perdido porque éstos han huido a México o Vietnam. Tampoco podrá hacer un muro enorme que pague México, donde lo odian. Ahora bien, con un Congreso con mayoría republicana, dato importante, no se va a estar quieto. Se replanteará la reforma sanitaria de Obama, les apretará las tuercas a algunos emigrantes ilegales, aunque no echará a once millones, y dirá a los europeos que hay que ir pensando en que la época de pegar la gorra debe pasar a mejor vida. Que los aliados de la OTAN no pueden pensar que pueden congelar su presupuesto militar mientras Estados Unidos lo aumenta año tras año. Veremos que no era tan de derechas como se le pinta en Europa y que, a pesar de su zafiedad, de su narcisismo, hay que tratarlo normalmente, aunque nuestra opinión pública –«¿un americano machista y de derechas? Nunca»– se negará a ello. Recordemos que es el presidente democrático de nuestro más importante aliado. No habrá más remedio que aceptar que el chulo rubio, y hasta ayer impresentable, acabe en la cama con nuestra hija. Y no faltará quien le haga la cama para ello. La realidad es la realidad.
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