Ataque yihadista en Francia
Salah, el chapero islamista
El terrorista del 13-N, que sigue fugado, ofrecía servicios sexuales a hombres en el barrio gay de Bruselas. LA RAZÓN habla con testigos que confiesan que siempre llegaba borracho, pasado de cocaína y que acosaba a los clientes hasta que era expulsado
El terrorista del 13-N, que sigue fugado, ofrecía servicios sexuales a hombres en el barrio gay de Bruselas.
«Si quiere saber quién era el verdadero Salah Abdeslam, no hace falta que vaya a Molenbeek, aquí conocerá a lo que se dedicaba realmente». Así de tajantes se muestran ante LA RAZÓN los regentes de los bares de ambiente a lo largo de la Rue du Marché au Charbon, la zona gay de Bruselas en pleno centro de la capital. Hasta ahora tan sólo se había comentado de manera fugaz el paso del conocido como el «octavo» terrorista de la masacre del 13-N –que sigue fugado– por diferentes locales gays de la capital europea. Se aseguraba que acudía a discotecas con la finalidad de robar a los clientes, pero lo cierto es que el terrorista lo hacía para buscar clientes. «Era una persona muy conocida en el barrio, pero no en un buen sentido. Prácticamente venía todos los fines de semana. Cuando llegaba estaba completamente borracho. Consumía además cocaína y generaba muy mal ambiente», explica J. M., que regenta La cave á vin y que pide a este diario que su nombre no sea publicado en el reportaje.
Pero el asunto no queda aquí, pues esta misma fuente confirma que Salah ofrecía servicios sexuales a los clientes. «Se prostituía, pedía dinero para acostarse con hombres», confirma. Además, no es algo que hiciera puntualmente, si no que realizaba esta práctica en otros locales de ambientes bruselenses. En la mencionada calle de la capital, la cual se convierte en una auténtica fiesta durante las celebraciones del Orgullo Gay, era frencuente verle. Le Baroque yDolores son algunos de los lugares que también pisó el islamista, según informaron clientes a este periódico. «Amigos míos han coincidido con él en varios sitios de esta zona y no decían cosas buenas de él», asegura Marine.
De hecho, J.M. asegura que el 1 de noviembre, doce días antes de que él, su hermano Ibrahim y otros seis terroristas atacasen en París, el pequeño de los Abdeslam estuvo en su bar y una vez más tuvo que echarle. «Venía drogado hasta arriba y no paraba de molestar», asegura. De hecho, cuando los propietarios de los diferentes locales del barrio gay vieron por primera vez la foto de Salah en la televisión no se lo podrían creer. Conocían las andanzas de este joven de 26 años, «pero de ahí a ser un yihadista...», explica el dueño de otro local que pide el anonimato. Por este motivo, el día siguiente de los atentados, los responsables de las discotecas de la Rue du Marché au Charbon se pusieron de acuerdo para llamar a la Policía y dar cuenta de lo que sabían sobre el islamista. «La liaba en cualquier sitio que entraba. Un amigo mío que tiene una tienda de ropa en el centro tuvo que echarle. Intentó robarle», afirma J. M.
No es sencillo, sin embargo, conseguir que los responsables de los locales de ambiente hablen de Salah, pues algunos de ellos temen posibles represalias, mientras que otros consideran que el hecho de confesar que trapicheaba y ofrecía servicios sexuales en sus instalaciones sería perjudicial para su negocio. «¿Salah Abdeslam? No quiero saber nada de ese tipo, por favor salga de aquí, nosotros no tenemos nada que ver con él», grita un joven rubio camarero de 20 años que está preparando las terrazas ante la llegada de la clientela.
Con su negocio como chico de compañía, Salah conseguía importantes ingresos, ya que por cliente podía cobrar hasta 150 euros. «Un chapero profesional suele pedir entre 100 y 150 euros. Sin embargo, los jóvenes del este hacen servicios por 50 u 80. Incluso alguno se ofrece por 30 euros. Por su culpa, otros se han visto obligados a bajar sus tarifas», explica Frank, habitual del mundo de la noche en Bruselas. «Cuando venía, no tenía un objetivo concreto, iba a por todos, aunque, al final, los que acababan cayendo en sus redes eran los más mayores», confiesa el camarero de La Cave á Vin.
Mientras el barrio intenta recuperar la normalidad y borrar de sus mentes la imagen del yihadista, en Molenbeek el ambiente sigue convulso. Curiosamente, el barrio en el que vivía Salah y la zona en la que ejercía de chapero se encuentran a poco más de 15 minutos caminando. Sin embargo, la atmósfera no puede ser más diferente. En la comuna musulmana continúan los registros y en la casa en la que vive Mohamed, el hermano se Salah, en el número 30 de la Place Communale, el ajetreo es constante. La hermanastra de Mohammed responde al telefonillo, pero en cuanto descubre que son periodistas los que buscan a su hermano, asegura que éste no está. «Ha salido, no sé a qué hora volverá, quizá hoy no venga en todo el día», dice a LA RAZÓN para inmediatamente colgar sin despedirse. Los vecinos confirman, sin embargo, que continúa viviendo allí.
Por su parte, la Policía belga sigue realizando registros en Molenbeek, ya que sostienen que Salah está allí escondido, mientras que los investigadores franceses apuntan a que ya se encontraría en Siria tras haber burlado una vez más los controles europeos. De hecho, ayer se supo que tanto las identidades de Ibrahim como Salah Abdeslam habían sido notificadas a la Interpol antes del 13-N, poniendo así en entredicho la efectividad del sistema de registro y control de yihadistas. Salah pudo escapar de París tras la masacre rumbo a Bruselas, incluso pasando varios controles de carretera sin ser detenido. Nadie le califica como un «chico inteligente», pero ha conseguido poner en alerta a toda Europa.
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