Crisis migratoria en Europa
Sombras en el paraíso
Alemania, el país que más refugiados acoge, ve cómo aumentan los episodios xenófobos con los recién llegados.
Alemania se ha llenado de mercadillos improvisados ofreciendo agua y comida, con carteles de «Bienvenidos, refugiados» en la vía pública. Pero éstos se solapan con albergues consumidos por las llamas y manifestaciones envueltas en una espesa atmósfera de xenofobia. Son las dos caras de la moneda de la sociedad alemana como respuesta a la crisis migratoria. Desde comienzos de año, los actos vandálicos contra extranjeros en diversos puntos del país parecen no tener fin. Incendios en localidades como Weissach in Tal, un cóctel molotov arrojado en Leipzig contra un edificio para asilados; otro ataque donde dos hombres armados irrumpieron con violencia en un centro de acogida de Parchim y, quizá una de las que más indignó a la opinión pública, la actuación vergonzosa de dos alemanes que orinaron encima de dos niños extranjeros en el metro de Berlín. Tristemente la ciudad de Heidenau será recordada durante algún tiempo, una pequeña ciudad próxima a Dresde que sigue manteniendo una gran oposición que se traduce en masivas concentraciones en contra de la acogida de refugiados. La ciudad ha dejado tres noches consecutivas de disturbios, 31 agentes de la Policía heridos y la prohibición del derecho de reunión en la localidad.
El pasado viernes, las portadas de los periódicos en Alemania volvieron a teñirse de xenofobia con el incendio ocurrido en uno de los albergues que daba cobijo a 60 asilados en Heppenheim, dejando a uno de ellos herido de gravedad. No sería exagerado afirmar que Alemania vive su mayor ola de racismo desde la reunificación. En los primeros ocho meses de 2015, se desvelaba una estadística preocupante: 359 ataques violentos contra solicitantes de asilo y sus residencias, dejando muy atrás los dos centenares que se contabilizaron en todo el año pasado. Aunque ha habido sucesos de este tipo la mayoría han sido en los Estados alemanes de la zona Este de Alemania (la RDA de otro tiempo), donde el rechazo hacia los refugiados es más fuerte, un 60%. Como contrapunto a estos grupos con poco apoyo, pero muy ruidosos, Alemania se conforma como uno de los países europeos a la cabeza en solidaridad ante el panorama desolador de la crisis migratoria. Berlín exige humanidad a Europa, pero también predica con el ejemplo, especialmente atendiendo a los 800.000 solicitantes de asilo que tiene previsto acoger este año, cifra que cuadruplica el número de peticionarios del año pasado. Las imágenes de los cientos de voluntarios que recibían a los refugiados el pasado martes frente a la estación de tren de Múnich con ropa, agua y juguetes nos dejan una de las estampas más humanas en el contexto de la crisis de refugiados. Sorprendió la presteza espontánea de los muniqueses para salir a la calle y recibir con donaciones, aplausos y gritos de bienvenida a quienes habían huido forzosamente de sus países, sirios en su mayoría. Tan grande fue la respuesta, que la Policía de la localidad tuvo que decir a los ciudadanos que ya había más donaciones de las necesarias. Sin olvidar la iniciativa «Bienvenidos, refugiados», una plataforma web consiguió, en un solo día, que 800 alemanes ofrecieran alojamiento a los refugiados en sus hogares. Desde el recrudecimiento de la crisis migratoria, las iniciativas florecen en el país. Pancartas de bienvenida llenan los estadios de fútbol alemanes, las portadas de periódicos demandan humanidad, manifestaciones de hasta 10.000 personas en la misma ciudad que vio nacer al movimiento antiislámico Pegida... A pesar de la xenofobia que aún colea en el país germano, los grupos antiinmigrantes han conseguido con sus acciones el efecto rebote: su mal trato a los refugiados ha acabado por sensibilizar a una gran parte de la sociedad alemana.
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