Crisis en Túnez
La economía sumergida del 50% ahoga Túnez
Túnez es el modelo o la excepción de las primaveras árabes. Tras su revolución, se depuso el autócrata régimen de Ben Ali y el país norteafricano no cayó en una guerra civil, sino en un periodo de transición democrática. No han pasado ni cinco años desde que se encendiera la llama de la indignación y la sed de libertad y los tunecinos ya tienen una nueva Constitución, un jefe del Estado elegido en las urnas a la francesa, así como un Gobierno escogido por el Parlamento electo. Sin embargo, las mejoras económicas no llegan al bolsillo de los tunecinos y, de vez en cuando, surge cierta nostalgia por la etapa de estabilidad anterior.
El pasado 7 de noviembre, Ben Ali habría hecho 28 años en el poder y aunque no hubo manifestaciones en las calles, en las redes sociales sí se pidió que volviera al poder. “Me pregunto hacia dónde vamos, ¿de verdad va a ser mejor? ¿Viste a los terroristas matando?”, repregunta Moncef, de 60 años. Aunque reconoce que Ben Ali era un tirano, explica que, por ejemplo, “antes no había niños pidiendo en las carreteras, pues si un agente los veía, la Policía los detenía y exigía a sus padres que se presentaran en comisaría y que le dieran una buena educación”. “Simplemente tenemos que ser más exigentes con los gobernantes actuales”, asegura el joven Hamsi, quien ni quiere oír hablar de Ben Ali o de una vuelta a la dictadura aunque comprende que se caiga en la nostalgia en determinados estamentos sociales. Además, añade, “la incertidumbre no facilita las cosas”.
De ahí que los expertos hayan aconsejado a los gobernantes tunecinos llevar a cabo, de una vez por todas, una completa reforma fiscal y económica. Según ha informado el Gobierno tunecino recientemente, la economía sumergida del país supera el 50%. Es muy difícil exigir un ticket en una cafetería o en un taxi, pero también el mercado negro y de contrabando, sobre todo en las fronteras con Argelia y Libia es descomunal y se ha visto incrementado tras el caos y vacío de poder en Libia. Amine Ghali, director de Centro para la Transición Democrática Al Kawakibi (Kadem), indica que el problema de la economía tunecina es que en los 90 no se llevaron a cabo las reformas pertinentes como sí se hicieron en otros países y aún arrastran ese retraso. En segundo lugar, la crisis económica mundial también ha afectado a la tunecina, pues sus principales compradores son Francia, Alemania, Bélgica, España e Italia, fuertemente golpeados por la recesión del euro. Y en tercer lugar, está una cadena de consecuencias que se retroalimenta: la falta de oportunidades, caldo de cultivo para los terroristas y reclutadores, el terrorismo que ataca a los turistas, y el turismo que se merma drásticamente, dejando sin empleo a miles de personas y resintiendo la economía del país. Para Ghali, “el Gobierno tiene que hacer un esfuerzo por reformar la economía y poner coto a la economía sumergida, que es excesiva. Las reformas estructurales y un nuevo sistema de impuestos son necesarios, pero también es cierto que la sociedad no se acostumbrará en dos o tres meses, harán falta años”. El director de Kadem, es honesto: “La gente no come constituciones ni bebe elecciones. Y al final, en su día a día eso es lo que les importa. Tener qué comer, en qué trabajar y dar y soñar un mejor porvenir a sus hijos”. Ghali reconoce que la economía tunecina está en baja forma porque ya llegaba obsoleta y porque durante los primeros años tras la revolución no estaba en la agenda como prioridad. “2011, 2012 y 2013... Nada. Sólo a finales del año pasado se comenzó a tratar como debe ser este importante reto”.
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