Muere Fidel Castro

Un barbudo entre mujeres

Su gran debilidad fue el romance. A sus amantes, que según la leyenda fueron más de un centenar, sólo les pedía que estuvieran tan enamoradas de la revolución como él.

Dalia Soto del Valle, última esposa de Castro. Se conocieron hace más de 40 años
Dalia Soto del Valle, última esposa de Castro. Se conocieron hace más de 40 añoslarazon

Paladar sibarita y amante del buen beber, la debilidad de Castro fueron las mujeres. Una docena de hijos reconocidos, infinidad atribuidos y no menos de un vástago por provincia jalonan la trayectoria de este «fecundador tropical» que conquistó a más de un centenar de mujeres. ¿Cuánto hay de cierto en la leyenda de «casanova revolucionario»?

Su imagen pública ocupa más tomos que cualquier enciclopedia, pero la rumorología es la única fuente que ha logrado traspasar la malla de silencio del régimen comunista a la hora de hablar de la intimidad del joven barbudo que en el 59 bajó de Sierra Maestra y que dedicó más de cuatro décadas al oficio de «revolucionario». Para seguir la pista del comandante, hay que recalar en dos de sus pecados capitales favoritos: la gula y la lujuria. De su «glotonería compulsiva» dio cuenta su amigo García Márquez en varias ocasiones: como aquella vez que de una sentada se «calzó» hasta 18 bolas de helado mantecado. Si durante la etapa de universitario ya le fascinaba devorar «ostiones» y sopa de cabeza de cherna, no es de extrañar que con el paso del tiempo y con la isla como «finca privada» hiciera sembrar campos enteros de frijoles y hortalizas, donde solía hacer experimentos como si de un agrónomo se tratara. En su hacienda –conocida como Zona 0–, poseía fábricas de quesos y helados e incluso llegó a tener un establo con vacas para su uso particular.

Con las botas puestas

Su compulsión gastronómica es sencilla de resumir, pero para seguir la pista de sus amores, amoríos y encuentros sexuales haría falta un croquis que triplicara en extensión el de los Buendía en «Cien años de soledad». Y eso que de norte a sur de La Habana circulaba la leyenda de que «disparaba sin desenfundar, rápido y con las botas puestas. Sin mayores trascendencias».

«El hombre de manos suaves y dedos finos y largos» –como manifestara una amante– fascinó al público femenino por su magnetismo. La primera que, según las crónicas oficiales, cayó rendida a sus pies fue Mirta Díaz-Balart, cuando aún era universitario. Con ella se casaría en el 48 y al año siguiente nacería su primogénito, Fidelito. En 1954 se divorciaron, y tras el triunfo de la revolución, la que fuera descendiente de una acomodada familia emigró a Estados Unidos bajo la condición de dejar al hijo que tuvieron bajo la custodia paterna.

Desde luego no era la primera. Ni sería la última. Ninguna debió de saber el número que hacía en el lecho del futuro comandante. Tras graduarse como abogado, y simultaneándola con su esposa oficial, conocería a Naty Revuelta, en el apogeo de sus actividades contra Batista. Con ella tendría una hija no reconocida, Alina, feroz opositora de su política. Pero, posiblemente, una de sus amantes más importantes, considerada durante años la «virtual» primera dama, fue Celia Sánchez Manduley. Hija de un reconocido médico, llegó a convertirse en inseparable compañera y en la colaboradora más cercana de Castro. Activa organizadora de la insurrección armada, se conocieron tres meses después del alzamiento. Inteligente, sensible y organizadora, logró ser la secretaria ejecutiva del Consejo de Ministros. Su muerte en 1980 sumió al dictador en una gran tristeza.

Hasta hace unos años, se desconocía todo de la discreta Dalia Soto del Valle, maestra y descendiente de una conocida familia de la clase media-alta. Según algunas versiones, su relación con Castro data de hace más de 40 años. Es rubia, de ojos verdes, de más de 70 años y sólo se dejaba ver de vez en cuando en público junto a algunos de sus hijos, aunque pocas veces al lado de Fidel. Juntos tuvieron cinco varones cuyos nombres comienzan por la «A»: Alexis, Alex, Alejandro, Antonio y Ángel. Poco se sabe del inicio de la relación con su esposa, pero la versión más extendida es que se conocieron a principios de los 60. De ser cierto, antes, durante y después, casi un centenar de señoras se prendaron de este cubano locuaz, rudo y de verbo encendido.

Algunos de sus colaboradores de aquella época referían que no sólo le fascinaban las bellísimas mujeres, sino que les exigía que estuvieran tan interesadas en la política como él mismo. En mayor o menor medida, los parámetros mencionados fueron reunidos por un sinfín de señoras y señoritas, de las que algunas se tiene constancia, como la mexicana de origen español Isabel Custodio, a la que conoció en su exilio mexicano durante los preparativos de la expedición del yate «Granma». Amiga de la mujer del Che, vivieron un flechazo desde el primer encuentro e incluso llegó a proponerle matrimonio.

Otros romances pasajeros de aquel año de intenso «esfuerzo sexual» por parte del líder libertario fueron –según Juan Gasparini, autor de «Las mujeres de los dictadores»–: Lucila Velásquez –también amiga de Hilda, la mujer de Ernesto Guevara–, atractiva y amante de la poesía, con quien tuvo esporádicos encuentros. O una joven mexicana de 18 años, de extraordinaria belleza y a quien se ha podido identificar como Lilia Amor. Quedó tan prendado de sus inquietudes sociales que también le propuso matrimonio y ella solicitó permiso paterno. Ciertos desencuentros sobre celos –él la prohibía usar bikini– dieron al traste con la relación después de un mes, cuando ella rompió para casarse con su novio anterior. Fidel le respondió lleno de orgullo: «Cásate con él, que debe ser más adecuado».

Si el exilio había sido prolífico en linces amorosos, después del triunfo revolucionario en el 59, no sólo Fidel, sino todos los «barbudos» que llegaron de Sierra Maestra fueron «cercados» por las jóvenes cubanas. Castro encadenó, simultaneó y casi llegó a poseer el don de la bilocación erótica para tener encuentros sexuales con una reina de la belleza llamada Norka, o con Lupe Véliz, que después se convirtió en dirigente de la Federación de Mujeres Cubanas. Hubo incluso un matrimonio relámpago –¡qué afición al maridaje!– con Isabel Coto, no sin haberse amancebado anteriormente con la inglesa Jenny Isard, de 23 años, a la que conoció en el aeropuerto de Nueva York en 1960.

En todo ese tiempo, la relación de mayor notoriedad fue con la alemana Marita Lorenz, que llegó a Cuba en 1959, cuando tenía 19 años. En su libro «Querido Fidel: mi vida, mi amor, mi traición», la propia Lorenz dice que la relación duró siete meses y que ella estuvo embarazada, pero abortó. Entre tanto, Castro pernoctaba en el Hotel Havana Hilton y ella se vio obligada a competir con Ava Gardner, que realizaba una visita a Cuba para conocer al famoso guerrillero. «Una vez me encontré con la Gardner en el elevador del hotel, aunque él (Castro) nos colocaba en diferentes hoteles para evitar problemas. Me dio una bofetada. Se sentía celosa de mí. Fidel destruyó mi vida, pero fue maravilloso», declaró la alemana. Las revelaciones de Lorenz alcanzan ribetes de «Mata Hari». En su libro afirma que, después, la CIA le encomendó asesinar a Fidel. Aunque intentó envenenarle, el amor pudo más que las intrigas y la «baraka» del dictador más que cualquier argucia de una de sus ex amantes.

A finales de los sesenta al comandante se le atribuye entre sus muchos escarceos, uno de gran relevancia con la periodista norteamericana Barbara Walters, que estuvo en La Habana dos veces para entrevistarle. Se asegura que después regresó discretamente, en visitas privadas. Al parecer, a Castro le encantaba tener largas discusiones con ella, como si buscara atraerla a su doctrina.

Ningún hijo en política

La fecundidad del «padre de la patria cubana» es digna de estudio. Amén de Fidelito, nacido de su primera boda, y de los cinco hijos habidos de su matrimonio con Dalia Soto del Valle, el año 1956 fue padre por duplicado tras salir de la cárcel: Alina Fernández y Francisca Pupo –a quien nunca reconoció–. También tuvo un nuevo varón: Jorge Ángel Castro Laborde, hijo de María Laborde. En los años sesenta nació otro hijo, de madre desconocida, a quien aunque quiso llamar Alejandro –obsesionado por Alejandro El Magno–, lo registró como Ciro. Se sabe de otro vástago nacido en 1970, aunque no ha trascendido ni su nombre ni el de su madre. Se rumorea en la isla que tiene un hijo por cada provincia e incluso una niña de 11 años. En medio de la maraña de hijos, sobrinos y nietos, Fidel no ha permitido que ninguno de sus hijos se dedicara a la política: sólo Antonio Castro, que tiene cargo de vicepresidente de la Federación cubana de Béisbol y, en su momento, Fidelito, quien estuvo al frente del programa nuclear de la isla. Fue cesado en el 92.