Bashar Al-Assad

Un «Guantánamo» a las puertas de Siria

La situación desesperada del campo de refugiado de Zaatari, Jordania, desata episodios de violencia

Un refugiado sirio transporta ayuda humanitaria en el campo de refugiados de guerra en la localidad fronteriza con Siria de Zaatary (Jordania)
Un refugiado sirio transporta ayuda humanitaria en el campo de refugiados de guerra en la localidad fronteriza con Siria de Zaatary (Jordania)larazon

A quince kilómetros de la frontera siria, más de 100.000 almas se afanan por digerir su nueva condición. Han dejado atrás a familiares muertos y un país incendiado por la guerra y el futuro que les espera en este campo de refugiados jordano no se antoja prometedor.

La situación en Zaatari es desesperada. La ira se resuelve en estallidos de violencia contra los agentes de seguridad jordanos que custodian el asentamiento. El viernes pasado, un grupo la emprendió a pedradas contras los uniformados e hirió a diez, dos de ellos muy graves. También han prendido fuego a algunas tiendas para lograr una «caravana», un pequeño barracón en el que se hacinan hasta nueve personas pero que les da la sensación, aunque sea ilusoria, de mayor intimidad.

El ministro de Exteriores pudo comprobar la magnitud del drama en persona. En el marco de su gira por Oriente Medio, José Manuel García-Margallo, calificó de «difícil, delicada y trágica» la situación del campamento por las enormes carestías y la violencia de los desesperados refugiados «que no ven el final». Margallo confesó su impresión de que los sirios consideran que «estamos obligados a ocuparnos de ellos porque no fuimos capaces de resolver la situación en Siria. Nos están diciendo que deberíamos haber acabado con Asad y no haber permitido las matanzas». España ya ha aportado de 3,5 millones de euros, pero «intentaremos buscar otra partida para estas necesidades urgentes».

Ibrahim llegó hace ocho meses desde Deraa, destruida por las bombas. Ahora trabaja de enfermero sin sueldo y, entre bromas y veras, asegura que esto es como Guantánamo. No pueden salir, ni trabajar, matan el tiempo dando paseos y fumando narguile o viendo la televisión en las tiendas instaladas por la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Para escabullirse a Amán tienen que pagar una «mordida» de 55 euros. Ibrahim achaca la «Intifada» del fin de semana a enfrentamientos con los agentes que no dejaron pasar a un grupo que se negaba a pagar peaje.

Pero Jordania tampoco lo tiene fácil. En dos años ha acogido a cerca de medio millón de refugiados. Seguramente son muchos más, porque los que tienen familia aquí escapan a la claustrofobia del campamento y no se registran. La población jordana ronda los seis millones y, como el resto del mundo, está sumida en una crisis que este éxodo sólo agudiza. Cada día cruzan la frontera 2.000 desplazados. Los hay también que emprenden el camino inverso porque ya no aguantan el tedio o porque quieren volver a casa para comprobar que sigue en pie. Aquí llegan caminado, con lo puesto y cargando lo que les permiten sus fuerzas. Ibrahim el enfermero cuenta que él cruzó una noche junto a más de mil compatriotas. «Llegamos en medio de un fuego cruzado que mató a familiares de los que venían conmigo. Algunos perdieron a sus hijos». Él logró poner a salvo a los suyos. Aoife Mc Donnell, portavoz de Acnur, explica que «los niños han visto cosas que les pueden cambiar la vida para siempre». Y es que, como explica esta joven irlandesa, este campo no es algo que puedas cerrar, una vez que lo abres la suerte está echada. Y nada hace pensar que la fortuna vaya a cambiar pronto.