Elecciones en Italia
¿Una gran coalición?
Las últimas encuestas confirman la tendencia consolidada en las últimas semanas: las elecciones generales italianas del 4 de marzo traerán una mayor fragmentación del sistema político italiano; ninguna coalición obtendrá la mayoría de los votos y la formación de Gobierno será problemática. La coalición de centroderecha (gracias a la última resurrección de Berlusconi) podría ser la primera en votos. Es probable que el M5S sea el primer partido en votos y el Partido Democrático (PD) registre un fracaso parcial de la campaña electoral de Matteo Renzi. Después de Francia, y probablemente de Alemania, los vientos de la gran coalición están soplando también en Italia como la mejor solución para formar el nuevo ejecutivo.
Los gobiernos de coalición se han utilizado con éxito en diferentes períodos para completar el proceso de consolidación democrática y superar tiempos de agitación política. Ahí están los ejemplos de Austria, Alemania, Suiza (la fórmula mágica), Países Bajos y Finlandia. Fuera de Europa, Líbano e Israel han adoptado esta fórmula con buenos resultados. La lógica del gobierno de coalición es que los partidos políticos acepten formar un ejecutivo responsable, superar su debilidad en términos de consenso político y reducir la inestabilidad política vinculada a las fuerzas anti «establishment» tanto en el Parlamento como en la sociedad. La mecánica es que el principio de compartir el poder opera entre las partes en el Parlamento con el fin de curar las fracturas de carácter socioeconómico o étnico de la sociedad.
En la última legislatura, el Gobierno de Enrico Letta funcionó como un modelo de gran coalición. En una escala diferente, el gobierno tecnocrático de Mario Monti fue apoyado y votado por los principales partidos del Parlamento. También el llamado Pacto del Nazareno entre Berlusconi y Renzi tuvo su inspiración en la voluntad de encontrar un acuerdo sobre las reformas fundamentales (la electoral y la constitucional) entre los principales partidos. Lamentablemente, los resultados de estas experiencias no cumplieron las altas expectativas.
Hoy, excluyendo la posibilidad de un gobierno minoritario o uno del Movimiento 5 Estrellas, por su naturaleza antisistema, las solución más valiosa –si se confirman las encuestas– será un gobierno de coalición entre las fuerzas del centroderecha con Berlusconi y sus aliados moderados y las principales fuerzas del centro izquierda representadas por el PD y sus aliados. Si no obtienen la mayoría de los escaños en el Parlamento, pedirán apoyo a los demás partidos políticos, incluso a algunos representantes elegidos del Movimiento 5 Estrellas.
Llegados a este punto, no se puede predecir el nombre del futuro primer ministro, pero sí pergeñar el perfil del probable candidato: una personalidad competente y moderada con una sólida reputación en cargos de alta responsabilidad en instituciones nacionales o europeas. Este candidato debería ser un gran defensor de la Europa de Ventotene, expresión de las democracias solidarias y liberales, comprometido con el proceso de integración europeo y opuesto a la Europa de Visegrado, uno antiliberal que defiende el nacionalismo, el populismo y el uso de la violencia. De hecho, el problema de la Italia de hoy no es la naturaleza recelosa del electorado italiano, al que el periodista Simon Nixon ve como refractario a la modernización y distante de la europea élite política italiana, una idea que ahonda en el principio descrito por Massimo D’Azeglio en el siglo XIX: «Construida Italia, ahora necesitamos construir italianos».
La brecha entre el electorado y la élite política necesita ser interpretada al revés, con una sociedad italiana más vibrante y avanzada que sus representantes, que juegan una batalla de resistencia. La piedra angular de la democracia italiana, sacrificada en el altar del imperativo de evitar el estancamiento político y la mala reacción de los mercados y las instituciones de la UE, es la responsabilidad democrática.
La irresponsabilidad de la política italiana impulsó a las fuerzas anti «establishment», que se están convirtiendo en el primer partido del país. La baja calidad de los candidatos de los principales partidos en términos de habilidades, experiencia política y formación y las exageradas promesas electorales, todo ello combinado con la explosiva deuda pública italiana demuestra, una vez más, que el objetivo de la política italiana sigue siendo ganar elecciones en vez de gobernar. Los partidos prefieren la táctica a la estrategia. Las propuestas para reducir la enorme deuda, reforzar la economía de libre mercado y mejorar la calidad del estado de Derecho son prácticamente rechazadas.
En tiempos de dificultades, los partidos fuertes toman decisiones fuertes y proponen nuevas visiones. En Alemania, el acuerdo firmado por la CDU, CSU y los socialdemócratas del SPD relanzará una gran coalición siguiendo el principio de ahondar en la integración europea en lugar de combatirla o limitarla. La Francia de Emmanuel Macron ya ha tomado ese camino y España podría considerar seguir esa misma dirección. ¿Para cuándo Italia?
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