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Una UE en crisis abre sus puertas a Croacia

Una bandera croata (dcha) y otra de la Unión Europea (izda) ondean en un edificio del gobierno en Zagreb (Croacia)
Una bandera croata (dcha) y otra de la Unión Europea (izda) ondean en un edificio del gobierno en Zagreb (Croacia)larazon

La Unión Europea abre sus puertas a Croacia tras una década de duras negociaciones y reformas. La ex república yugoslava ingresa hoy en una UE muy diferente a aquella a la que presentó su candidatura en 2003.

La Unión Europea abre sus puertas a Croacia tras una década de duras negociaciones y reformas. La ex república yugoslava ingresa hoy en una UE muy diferente a aquella a la que presentó su candidatura en 2003. Hace una década, la Unión se disponía a acabar con la división del Viejo Continente, con la incorporación en 2004 de ocho países del antiguo bloque comunista, así como Chipre y Malta. Los más rezagados, Rumanía y Bulgaria, tuvieron que esperar a 2007.Ahora, en cambio, Europa, inmersa en una profunda crisis económica y de identidad, se muestra menos dispuesta a recibir nuevos socios. Precisamente, Croacia ha sido víctima de ese cansancio de ampliación que sufre la UE. Tras los fiascos de Rumanía y Bulgaria, Bruselas ha estudiado con lupa al aspirante durante las negociaciones. De hecho, Zagreb ha sido el primer candidato a la UE que ha sido examinado tras firmar en diciembre de 2011 su Tratado de Adhesión para convertirse en el 28º socio del bloque. «La expansión no es parte del problema, sino parte de la solución. Si hay una cierta fatiga no se encuentra en ningún Estado miembro, sino en las reformas de algún país candidato», explica el comisario europeo de Ampliación y Política de Vecindad, Stephan Fule.

Pero la falta de entusiasmo es mutua. La población croata, que soñaba con una rápida integración en la UE y la OTAN tras su independencia de la antigua Yugoslavia en 1991, ve la situación con frío pragmatismo. Según las encuestas, sólo un 39% de los croatas saluda su integración en el «club» comunitario. «Nos sentimos como un invitado que llega tarde a una fiesta», confiesa un banquero al diario «Novi List». Una mezcla de desinterés y desconocimiento que explican que apenas un 20% del electorado participara en marzo en las elecciones para elegir a sus doce diputados europeos. En opinión de Zdravko Ciro Kovacic, leyenda del waterpolo croata, «los dos primeros años serán peores que ahora. Pero la adhesión era inevitable; sería absurdo que un pequeño país como Croacia no fuera miembro de la UE. La tarea que nos espera será ardua. Estamos lejos del modelo de ciudadano europeo, sobre todo en lo que respecta al trabajo», afirma. Y es que una UE en crisis recibe a un país en crisis. Desde 2009, la economía croata se encuentra en recesión y su PIB ha caído un 11%. La deuda pública se ha doblado y rozará el 60% a finales de año. Dos agencias de calificación han rebajado su deuda al nivel de «bono basura» y el desempleo alcanza el 18,1% (51,8% entre los jóvenes).

Pese a que el presidente de la república, Ivo Josipovic, advierte de que «no habrá un milagro», lo cierto es que las autoridades croatas confían en que los 2.000 millones de euros (4% del PIB nacional) que recibirán de la UE de aquí a 2020 contribuyan a modernizar las infraestructuras del país y a crear empleo. Estos fondos se unen a los 1.000 millones en ayudas de preadhesión invertidos entre 2007 y 2012. Uno de los proyectos que sería cofinanciado por la Bruselas es un puente para unir la península de Peljesac y la costa dálmata sin necesidad de atravesar la vecina Bosnia Herzegovina.

Con sus 4,3 millones de habitantes, Croacia se convierte en el segundo país de la ex Yugoslavia que ingresa en la UE, tras Eslovenia, que lo hizo en 2004. La guerra que la asoló entre 1991 y 1995 explica en gran parte su demora. Desde Bruselas se quiere significar esta adhesión como la confirmación del compromiso de integrar en el proyecto europeo a los Balcanes occidentales. Hoy, la UE reconoce como candidatos oficiales a Montenegro, Serbia y Macedonia y espera hacerlo con Bosnia, Kosovo y Albania. Prueba de que el proyecto europeo continúa atrayendo a una región que hace sólo 15 años se debatía en fratricidas guerras civiles.