Entrevista
William Daves: “Boris Johnson no tiene conciencia moral”
"El partido Conservador se inventó el euroescepticismo porque necesitaba una ideología", afirma el sociólogo y economista británico
"El partido Conservador se inventó el euroescepticismo porque necesitaba una ideología", afirma el sociólogo y economista británico.
El sociólogo y economista británico William Davies llega a España en un momento más que propicio para hablar de “Estados nerviosos” (editorial Sexto Piso), su último libro en el que trata de explicar por qué las emociones se han adueñado de las sociedades. Los radicales han incendiado Barcelona con la excusa de la sentencia del “procés” y en Reino Unido acaban de adelantarse las elecciones, que serán las terceras en cuatro años, para ver si de una vez por todas el Parlamento logra sacar adelante el desastre del Brexit. Y en todas partes triunfan líderes populistas que apelan a los sentimientos, a las tripas, en detrimento de la razón. Da la impresión de que ya nadie escucha a nadie y que los llamados “expertos” han perdido su ascendencia dejándonos a todos en un estado de histeria. Nos limitamos a dar un respingo detrás de otro ante el último tuit o vídeo viral sin tiempo, ni ganas, para la reflexión.
-¿Usted cómo se lleva con los expertos? ¿Confía en ellos?
- Después de los sucesos políticos de 2016 en EE UU y Reino Unido parece como si los números, las cifras, los hechos, ya no importaran. Da la sensación de que te puedes inventar lo que quieras para ganar una discusión o forzar un argumento. Vamos, que puedes mentir. Como sociólogo me interesa mucho el poder del conocimiento. Parece que ahora existe otra clase, un conocimiento en tiempo real, que tiene un gran poder de influir. Por ejemplo, en procesos electorales. Y es algo que los verdaderos expertos no han podido anticipar. Está claro que soy proexpertos, aunque me parece que su razón de ser, su sentido, no ha sabido transmitirse. En los 90 y principios del siglo XXI, la clase política formaba un sistema tecnocrático que se creía en posesión de la verdad. Existía una asunción generalizada de que las credenciales académicas y la avalancha de datos y estadísticas te daban el derecho a decidir. Esto ha saltado por los aires en los últimos cinco años.
-¿Qué tipo de conocimiento nos haría falta ahora para entrar en razón?
- El tipo de conocimiento que yo defiendo es otro. La medicina, la ciencia, la estadística, la economía, nos proporciona una realidad compartida en la que todos podemos estar de acuerdo, al margen de nuestras diferencias. Esto requiere que los expertos sepan comunicarse mejor, explicarse, contar por qué hemos de hacerles caso, en qué se basan...
-¿Hay alguien que lo esté haciendo bien?
- El cambio climático es un gran ejemplo de consenso en la comunidad científica y en la forma en que los expertos nos explican sus conclusiones. En definitiva, hay que saber contar las cosas. Ya no basta con decir que has estudiado en Harvard para que te hagan caso.
- Reconocerá que los expertos no han visto venir los grandes acontecimientos de los últimos años, entre ellos la crisis de 2008, el Brexit o la victoria de Trump.
- Lo que sucede es que la gente tiene demasiada fe en los expertos. Como si todo lo que va a salir mal pueda predecirse con métodos, medidas, cálculos. La gente se vuelve demasiado confiada y eso es muy peligroso. Con la crisis financiera, por ejemplo, se suponía que todo marchaba bien porque los indicadores así lo mostraban. A nadie se le pasó por la cabeza que el problema podía venir de un lugar totalmente diferente. Sobre la llegada de Trump, hay que tener en cuenta que, normalmente, los sondeos suelen funcionar bien. Sin embargo, las estadísticas no ofrecen un retrato exacto de lo que está pasando. Es lo que ocurre, por ejemplo, con el PIB como termómetro económico. No registra que hay una gran parte de la población que no se beneficia en absoluto del crecimiento de la riqueza. Y esto se ha convertido en un asunto preocupante tanto en EE UU como en Europa. También hay que destacar que los sondeos normalmente son rígidos, con propuestas binarias. Dejan fuera muchos matices. Además, son nefastos históricamente para predecir si la gente irá o no a votar. Y el tipo de políticos que ha surgido en los últimos años ha sabido movilizar a gente apática y llevarla a las urnas. Y lo han hecho con campañas quirúrgicas y un mensaje específico a través de las redes sociales.
-¿De qué forma han dañado las redes sociales a las sociedades democráticas?
- Hemos descubierto que Internet es mejor rompiendo el consenso que creándolo. Existe un acuerdo generalizado sobre lo que es un hecho, una verdad, más allá de que se puedan dar distintas opiniones en la comunidad científica o en los medios de comunicación. Digamos que el ideal liberal es caminar hacia el consenso. El nacimiento de toda esta inmensa red de comunicación tecnológica y su expansión en nuestra sociedad no ayuda en absoluto. Todas esas nuevas herramientas socavan el consenso. El Kremlin esto lo controla totalmente; ellos no dicen que lo que cuentan sea verdad, pero su propaganda ofrece diez verdades diferentes y ninguna es real. Así generan un clima en el que todo es disensión, todo está en duda.
- En los últimos meses, tanto en Europa como en el resto del mundo, parece que la calle ha recuperado su protagonismo como herramienta de presión.
- Ocurre cuando los sistemas de representación ya no se ven como legítimos por los ciudadanos, que van a la calle para ejercer acciones violentas porque los mecanismos constitucionales supuestamente no funcionan. Ocurre por todo el mundo. Es un tipo de alienación de los procesos democráticos.
- Pero da la impresión de que muchas veces se trata de reivindicaciones intangibles que nacen del sentimiento o de la emoción, como es el caso del independentismo catalán.
- Se da la circunstancia de que la gente se está fusionando cada vez más con identidades que se forman sobre las tradicionales ya existentes, como universitarios versus no universitarios, campo-ciudad, pobres-ricos... Creen en el poder de la movilización callejera o en Youtube y Twitter porque el Parlamento o los medios de comunicación de masas los consideran corruptos e inútiles. Por ejemplo, existe un caladero importante para la ultraderecha en las nuevas generaciones inglesas que no acaban de ver cuál será su rol en la sociedad. Ocurre cuando combinas la precariedad económica con la localización en regiones que han sido olvidadas.
- Si tuviera que señalar un solo culpable del Brexit, ¿quién sería?
- Tras la caída del Muro de Berlín, el Partido Conservador necesitaba una nueva ideología y el euroescepticismo fue la solución. Los periódicos conservadores y medio centenar de diputados “tories” se pusieron de acuerdo y se inventaron el argumento. Conviene recordar que el corresponsal de “The Telegraph” por aquel entonces en Bruselas era Boris Johnson. No paró de contar mentiras para legitimar esta ideología. Este es el origen del problema. La realidad es que el país, al que no le preocupaba nada Europa, se tragó este producto prefabricado.
- ¿A quién interesaba esta nueva ideología, más allá del Partido Conservador?
- Yo no soy muy partidario de las teorías de la conspiración, pero creo que también hubo una intervención estratégica de ciertos sectores a los que les beneficia el caos. Y no me refiero a Steve Bannon ni nada parecido. La gente que fundó la campaña proBrexit es gente que está harta del orden, de fenómenos como los fondos de inversión, personas como Dominic Cummins, que no creen en nada sino en lo disruptivo, en el caos. Es una mentalidad que lo que pretende es agitar lo establecido, el consenso. Un poco como lo que Uber quiere hacer con el transporte urbano.
- ¿Cuál es la ganancia de esta agitación?
- Se trata de debilitar el poder de ciertas personas o instituciones que se supone que tienen un predicamento ilegítimo en la sociedad, desde altos funcionarios a académicos como yo. También cierta parte del sistema financiero y todo el sistema regulatorio que, supuestamente, nos impide avanzar. En cierto sentido, es una fe ciega en emprendedores heroicos y en gente dispuesta a asumir altos riesgos. Es una versión dramática del proyecto de Margaret Thatcher.
-¿Qué imagen cree que ha dado su Parlamento con el bloqueo del Brexit?
- No creo que Westminster tenga la culpa. El problema es que se ha tratado de convertir el vago resultado de un referéndum en una política y, encima, Theresa May celebró unas innecesarias elecciones en 2017 que le hicieron perder la mayoría. Creo que sí hay grupos de diputados que han hecho lo posible por obstaculizar el Parlamento. Westminster ni es débil ni tiene la culpa. Si acaso, todo lo contrario, ha sido muy activo y efectivo. El conflicto radica en el choque frontal entre dos ideas totalmente incompatibles sobre la democracia: representativa o directa. Tan pronto como se celebró el referéndum del Brexit, una amplia parte de la población directamente descartó el Parlamento y lo vio como un obstáculo.
-¿Ha sido la puntilla para la imagen de los políticos en su país?
- El referéndum fue totalmente disruptivo para la política británica. Sin embargo, las cosas ya iban mal antes de 2016. Los partidos han perdido la confianza de la gente, se han convertido en simples máquinas. No hay que olvidar el escándalo de 2009 que destapó los gastos desorbitados de los diputados, su conducta deshonesta. La connivencia entre políticos fue total entre 1990 y 2010 y las diferencias entre ideologías parecieron difuminarse, con lo que la gente acabó pensando que todos son iguales y que les da igual el bien común. Había algo de verdad en eso, aunque ahora los políticos están haciendo un esfuerzo por hacer que la democracia vuelva a funcionar. Ahora el problema es el contrario al de la década de los 90, todo es más tribal y polarizado.
-¿Se atreve a hacer una predicción del resultado del 12 de diciembre?
- Es imposible hacer un pronóstico porque hasta los expertos en demoscopia dicen que hay demasiadas incertidumbres debido al Brexit y a la posibilidad de un voto táctico. Los laboristas están muy por detrás en las encuestas, aunque el sistema electoral les favorece y pueden sacarle mucho partido si repiten la campaña enérgica de 2017. Los conservadores cuentan de salida con un tercio del electorado que es proBrexit y, de alguna forma, nacionalista. La mayoría de ellos tiene una edad considerable. Lo que no sabemos es qué pasará con la oposición. Si los proeuropeos se dividen entre laborales y liberal demócratas, entonces los tories ganarán por goleada. Sin embargo, si los antiBrexit y anticonservadores votan de una manera táctica nos veremos de nuevo con un Gobierno en minoría.
-¿Puede trazar un perfil de los dos principales rivales?
- Johnson es una celebridad política. Le gusta la atención y le dan igual las consecuencias de sus actos o de sus decisiones. No tiene conciencia moral y eso es precisamente lo que lo hace atractivo para la gente que se siente frustrada con la sociedad moderna, que es demasiado blanda y afeminada. Ciertos sectores lo perciben como alguien ingenioso pero su popularidad baja entre los jóvenes y las mujeres. A mucha gente le recuerda a Silvio Berlusconi. Jeremy Corbyn, en cambio, es un político inusual en el sentido de que nunca quiso ser un líder y ha acabado impulsando todo un movimiento. No es querido por el gran público aunque cuenta con la ventaja de no ser el “típico” político. Nadie pone en duda su honestidad, ni su entrega a determinadas causas. Lo que se cuestiona es si tiene entidad como para ser primer ministro y preocupa que sea pacifista y socialista. Su imagen pública no es buena en términos electorales, quizá es capaz de darle la vuelta. Veremos.
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