Restringido

Y Hitler despertó al monstruo

Así comenzó la Segunda Guerra Mundial. El líder nazi ordenó a las divisiones de la Wehrmatch entrar en Polonia el 1 de septiembre de 1939

Hitler saluda a sus tropas en territorio polaco el 1 de septiembre de 1939
Hitler saluda a sus tropas en territorio polaco el 1 de septiembre de 1939larazon

El 1 de septiembre de 1939 la Wehrmatch invadía a la joven y católica nación polaca. Los acuerdos Molotov-Ribbentrop repartieron Polonia entre la URSS de Stalin y el III Reich de Hitler. La II Guerra Mundial había comenzado. Los alemanes volvían al camino de la guerra con la misma confianza en la victoria con que lo hicieron un cuarto de siglo antes. Hitler había logrado aunar su valor y su resentimiento para lanzarlos a una nueva guerra de resultado incierto, pero que el Führer había logrado sembrar en el corazón de una población nazificada y absolutamente confiada en la victoria. Hitler prometía inaugurar un Reich que duraría mil años.

Los nazis habían subido al poder en enero de 1933. Su ascenso había supuesto el fin de la incertidumbre política que la débil y sui géneris República de Weimar había creado entre los alemanes. Su proyecto social, económico y político había atajado en Alemania la crisis económica que asolaba Europa desde 1929. El Führer había lanzado a las estrellas la confianza de los alemanes en su propia patria y en su futuro. Había roto con las terribles condiciones impuestas por los aliados en 1919 en el Tratado de Versalles, al tiempo que tranquilizaba a las clases burguesas moderadas con su promesa de aniquilar de una vez para siempre la mala semilla del socialismo revolucionario y del comunismo prosoviético.

Hitler había combatido en la Gran Guerra de forma nada destacada. Había recibido una de los millones de cruces de hierro de segunda clase que se concedieron durante la guerra. En los duros años de posguerra llegó por las urnas al poder y desde las instituciones de la República de Weimar aniquiló la democracia en Alemania ante la aquiescencia de gran parte de los alemanes. El pueblo empezó a desfilar al paso que marcaban las bandas militares del Partido Nazi. Parecía un sueño que entre 1933 y 1939, en sólo seis años, los nazis hubiesen logrado convertir de nuevo a Alemania en una gran potencia. Hitler prometió que todos los hombres y mujeres de la nación alemana quedarían bajo las banderas del III Reich y que el pueblo ario lograría ocupar el espacio vital que necesitaba para crecer y prosperar. Los enemigos interiores y exteriores serían eliminados y bajo la dirección de Berlín Europa viviría bajo un nuevo orden continental de inspiración netamente racial.

Los éxitos políticos de su primera etapa de gobierno fueron indudables. Rompió las barreras del Tratado de Versalles. Se anexionó sin derramamiento de sangre Austria, logrando así la incorporación del mundo germánico vienés al III Reich. Ante la parálisis de Londres y París logró que los alemanes de los Sudetes volviesen al seno de Alemania. Inmediatamente se anexionó a la recién nacida Checoslovaquia con sus fábricas de armas y de automóviles. También logró la recuperación de Memel, cedida por Lituania. Su intervención temprana en la Guerra Civil española a favor de los rebeldes terminó con la rotunda victoria de Franco y sus partidarios. ¡Hitler era un genio político! Había logrado cambiar la historia y el futuro de Alemania por medio de la política y sin llevar a Europa a la guerra. El pueblo, los grandes industriales, los militares e incluso los intelectuales y la universidad alemana estaban asombrados y ganados por los éxitos del radical, tosco e indudablemente triunfador canciller Hitler. Sus éxitos constantes en la configuración de una nueva Europa a ritmo nacionalsocialista le avalaban como el hombre llamado a guiar el destino de la humanidad.

El 23 de agosto de 1939 la Alemania nazi y la Rusia soviética firmaron unos acuerdos contra natura por los que ambas naciones cooperaban para lograr un nuevo futuro. El primer botín a repartir entre los dos grandes dictadores del siglo XX, Hitler y Stalin, era Polonia. Hitler reclama que la Polonia históricamente gobernada por Berlín y Viena volviese a control del III Reich. Stalin, por su parte, pactaba con Hitler que la Polonia de los viejos zares volviese a Moscú. El 1 de septiembre de 1939 las divisiones de la Wehrmatch cruzaron la frontera polaca. La Kreiegsmarine bombardeó el puerto de Danzig mientras los stukas de la Luftwaffen eliminaban cualquier atisbo de resistencia polaca.

La guerra relámpago, esbozada intuitivamente por el general español Yagüe en la Guerra Civil española, era aplicada con milimétrica precisión en Polonia. El 6 de octubre, tras la batalla de Kock, el Ejército polaco estaba vencido. El 17 de septiembre los soviéticos violaron la frontera polaca oriental, apuntillando lo poco que quedaba de esperanza y libertad en Polonia. El Ejército Rojo asesinó en Katyn (abril-mayo de 1940) a más de 20.000 polacos y liquidó el futuro de Polonia con el asesinato en masa del jefe y oficiales de las Fuerzas Armadas, policías e intelectuales.

La invasión de Polonia arrastró a Francia y Gran Bretaña. París y Londres declararon la guerra a Hitler, pero no a Stalin. De su victoria total en Varsovia el régimen hitleriano salió reforzado. El fascismo parecía ser la ideología que marcaría el futuro de los europeos, que era como decir del mundo. La industria alemana, sus nuevas armas, despertaron asombro y pasión tanto en sus amigos como entre sus enemigos. En octubre de 1939 parecía que nada ni nadie podría parar a los ejércitos de Hitler.

*Historiador. Universidad CEU San Pablo