México
Acapulco cae en picado
La brutal agresión sexual sufrida por seis españolas en esta ciudad del Pacífico mexicano, ha dejado a la luz la decadencia de un centro turístico tomado ahora por la violencia de los cárteles
Antonio Mendoza, vendedor de ropa en las playas de Acapulco, recuerda que todavía en 1980 podía vender una playera hasta por 100 dólares a cualquier «gringo». Era común que en la bahía anduvieran con la espalda desnuda al sol miles de turistas estadounidenses. Entonces tendría ocho años y era un chico moreno y flaco que vivía en Los Lirios, una colonia de la periferia del puerto.
Acapulco estaba considerado la joya de la corona en México; no por algo lo llamaban también «la perla del Pacífico». El turismo internacional llegaba a ver sus playas como un sueño que casi siempre terminaba haciéndose realidad. La «jet set» mundial no podía considerarse como tal si sus pies no habían sentido su arena fina y blanca y si no se habían bañado en sus aguas.
A Toño le tocó parte de ese esplendor. Recuerda que en lugar de ir a su escuela iba al mar a mover la barriga con sus compañeros por unos cuantos dólares, con los que luego compraban cualquier cantidad de baratijas que vendían a precios estratosféricos a los extranjeros.
–Eran buenos tiempos aquellos –suspira–. Los «güeros» compraban de todo; lo que querían era llevarse algo de Acapulco, lo que fuera. Era como si quisieran cargar una prueba de que habían estado aquí.
Ahora la cosa es diferente. De ser el lugar donde el compositor Agustín Lara conquistó a la actriz María Félix en los años 50 y de cuyo romance nació la canción «María Bonita»; de ser la bahía que Frank Sinatra mencionó en su canción «Come Fly with Me», en los 60: «Sólo di las palabras y llevaremos nuestras alas a la bahía de Acapulco / es perfecta para un vuelo de luna de miel», dicen, Acapulco pasó a ser una de las ciudades más inseguras y violentas de México.
Son las 10:30 de la noche en Plaza España, un pedazo de playa que lleva el nombre del país ibérico. No es por nada en especial, no. En Acapulco, lo mismo existe Plaza Francia que Plaza Estados Unidos, que no son más que unas losas construidas en los márgenes de la Costera, la avenida más importante, para que los visitantes tengan un acceso cómodo al mar. Pero estos lugares son especiales para los chicos a los que les gusta salir de noche a beber cerveza o fumar marihuana sin que nadie los moleste.
Toño, con quien estoy en el lugar, dice que ya no está tan seguro de eso. Y de alguna forma tiene razón. De 2005 a 2012 han ocurrido en la Costera al menos una docena de enfrentamientos entre narcotraficantes y policías o militares... o sólo entre narcotraficantes. En ellos han muerto además de los sicarios, agentes y soldados, turistas que caminaban por el lugar, amas de casa, taxistas, jóvenes o niños de edad escolar. En 2005, por ejemplo, a unos metros de La Quebrada, fueron asesinados cuatro hombres con rifles de asalto AK-47 mientras bebían tequila junto a sus coches.
En 2006, un hombre proveniente de Sinaloa fue asesinado del mismo modo cerca de Plaza Estados Unidos. En 2009, en la zona más tradicional de Acapulco, Caleta, un enfrentamiento de cinco horas entre soldados y narcos dejó 18 muertos, dos militares entre ellos. En 2010, a unos metros de la glorieta de la Diana Cazadora, la más emblemática, un enfrentamiento causó la muerte de seis personas, entre ellas una madre con sus dos hijos de doce y ocho años.
Municipio más violento
En la Semana Santa de 2012, un periodo muy concurrido por visitantes nacionales, ocurrieron 22 asesinatos ligados al narcotráfico y para noviembre de este mismo año, Acapulco permanecía, junto con Tijuana y Culiacán, entre los municipios más violentos del país, con 76 asesinatos ligados a las pugnas de la mafia mexicana, según un estudio de Lantia Consultores.
Toño, ahora un hombre de 40 años, mira el mar. La Luna es como una sonrisa brillante que se refleja en el agua. En el lugar no hay nadie más que nosotros; aunque está tranquilo. La Costera siempre ha sido la zona más iluminada, la más vigilada, la que sobre todas las cosas cuidan las autoridades. Y aún así esta noche está sola.
–Nosotros lo echamos a perder, y toda esta violencia terminó por enterrar a Acapulco –dice, convencido de sus palabras.
Su dicho me recuerda lo que un taxista me contó cuando me transportaba hacia Caleta, a las 9:00 de la noche. «Teníamos dólares para tirar para arriba, joven –dijo cuando le pregunté sobre el tema–. Recuerdo que todavía a finales de los 80 llegaban para acá muchos gringos y, a decir verdad, joven, le cobrábamos lo que queríamos en cada carrera de taxi. Fuimos pendejos, no ahorramos. Los cabarés nos esperaban siempre para irnos a gastar ese dinero que se nos hacía muy fácil ganar, en mujeres y alcohol. Matamos a la gallina de los huevos de oro, joven. Y además, los huevos, nos los comimos».
–¿Y ahora?
–¿Ahora? Ya debe de saber. No viene nadie. Los que siguen viniendo son algunos jubilados de Canadá, pero ésos siempre andan en camión. Y los «Springbreaker», cuando venían, nunca se salían del agua; apenas y lo hacían para ir a bailar a las discotecas que siempre les quedan muy cerca de donde se hospedaban. La temporada pasada (se refiere a diciembre pasado), como que se quisieron componer las cosas, pero luego pasa esto. Y la cosa se espera que venga peor».
Cuando dice «pasa esto», el conductor se refiere a la agresión sexual a las seis turistas españolas el pasado lunes de madrugada, en el kilómetro 37 de la carretera a Barra Vieja, a unos 15 minutos del aeropuerto internacional.
Si se miran las cifras de la Secretaría de Fomento Turístico, el pesimismo de los acapulqueños tiene razón de ser. En el 2000, Acapulco recibió 800.000 turistas extranjeros, en 2001 incrementó a un millón y un poco más de 250.000 al año siguiente. Pero en 2003 la cifra descendió hasta 400.000 y en 2005, a sólo 300.000 visitantes de otros países. Este año, Acapulco recibió un 40 por ciento menos turistas extranjeros que una década antes.
Un récord inalcanzable
Todavía en 2010 la alberca del hotel Copacabana era un hervidero de «Springbreaker», estudiantes estadounidenses que venían a Acapulco como parte de la culminación de sus vacaciones de primavera, a los que hizo referencia el chófer del taxi. Era un hervidero de chicas en «topless» que atraían aún más al turismo nacional. Aunque nada como en 2006, cuando llegaron al puerto 25.000 estudiantes, la cifra máxima que se ha alcanzado de estos visitantes. Sólo que 2010 fue el último año. Desde 2011 nadie más de este segmento ha visitado Acapulco.
Ahora, Toño vende sus playeras a menos de 10 dólares, las mismas playeras con dibujos de chicas en bikini o de langostas de colores estridentes que hace más de 30 años vendía en 100 dólares.
–Pero no más –dice sin dejar de caminar–. Los chilangos no vienen a gastar en nada de esto. Cuando uno les da el precio, 100 o 120 pesos la pieza (unos 10 dólares), mejor se dan la vuelta. Ya ni siquiera regatean para ver si se las dejamos más baratas. Así como están las cosas nos vamos a morir de hambre. Este día saqué nomás para comer mañana con mis tres hijos y mi mujer.»
Dejamos Plaza España. Nos salimos del lugar porque un par de autos llegaron pero nadie bajó durante unos cinco minutos. Igual pudieron haber sido unos novios en busca de un lugar solitario y oscuro, pero a Toño le dio miedo y decidió terminar la charla.
La ola de Violencia cierra los colegios
No sólo es el turismo el que se resiente por la violencia que asola Acapulco. Aunque es el sector que más llama la atención porque afecta a los extranjeros y es del que se ocupa la Prensa internacional, la violencia también ha alcanzado a otros sectores de la sociedad, algunos tan delicados como los profesores de Primaria y Secundaria.
El problema se concentra en la periferia de la ciudad, donde desde 2011 escuelas enteras han cerrado de manera temporal debido a las extorsiones y secuestros que han sufrido a manos de sicarios y cobradores de piso (una especie de Hacienda administrada por el hampa) que trabajan para los grupos del narcotráfico que asola a la ciudad y la están hundiendo económicamente.
Por ejemplo, en 2012 cuatro escuelas primarias y una secundaria: la Hermenegildo Galeana, Juan R. Escudero y Teniente José Azueta, así como la Secundaria Técnica 153, de la colonia Miguel Hidalgo permanecieron dos meses cerradas. La medida fue respaldada por los padres de familia y se resolvió cuando el Gobierno del Estado y el federal aceptaron mandar policías a los centros educativos a resguardar la seguridad de alumnos y maestros.
2013 se inició con la misma amenaza para los profesores que, advirtieron, volverán a parar en caso de que su seguridad no esté garantizada.
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