Investigación científica
El debate de la clonación: ser o no ser clon
Algunos científicos señalan que la técnica daría nuevos bríos a la medicina regenerativa; otros, lo ponen en duda
La identidad personal es un patrimonio que solemos dar por hecho. Pero basta una noticia sobre la primera clonación de una oveja, de una vaca, de un cerdo o de una mula para intuir que quizá no está tan garantizada como pensamos. Y el debate se enciende si la noticia se refiere a células humanas. Al fin y al cabo, que el nacimiento de un clon de «Homo sapiens» forme parte de una realidad improbable no impide que los expertos en bioética discutan sobre si sería un hito científico reprobable. Quizá su identidad no sería exactamente propia y puede que nos costase considerarlo uno de los nuestros. A lo mejor solo lo parecería.
Un niño clonado tendría el mismo ADN que su padre o que su madre, lo que lo convertiría en una especie de gemelo joven de su progenitor. Su concepción de la familia difícilmente podría asemejarse a la de cualquier cultura conocida. Además, la reproducción mediante clonación implicaría la utilización de las más refinadas técnicas de manipulación genética, lo que abriría la puerta a la selección detallada de los rasgos del futuro niño y, con ella, a la eugenesia.
El hecho de traer al mundo un bebé «bajo demanda» podría considerarse un atentado contra su individualidad y, lo que es peor, la clonación masiva se convertiría en un grave riesgo social: la diversidad genética contribuye a que la especie aguante los envites de las enfermedades y de las condiciones naturales adversas. Además, la clonación reproductiva favorecería el crecimiento de un mercado en el que las modas y la capacidad adquisitiva acentuarían las diferencias sociales.
Pero hay buenas noticias que alientan la investigación en el campo de la clonación terapéutica, «aunque llevar a cabo una clonación en mamíferos es muy difícil y en primates, hoy por hoy, imposible», explica la catedrática de Bioquímica y Biología molecular Natalia López Moratalla. La última información optimista llegó esta semana de manos de un grupo de investigación que explicaron en la revista «Cell» cómo han conseguido clonar células embrionarias de un adulto. Son los primeros en lograrlo.
Algunos científicos han señalado que la técnica podría dar nuevos bríos a la prometedora medicina regenerativa, que recurre a las células madre –y las embrionarias lo son- para reparar tejidos dañados–. Incluso se habla de curar la diabetes, el alzheimer y el párkinson. Sin embargo López Moratalla, quien también forma parte del Comité de Bioética de España, no lo tiene tan claro. «Las células de tipo embrionario procedentes de embriones, que es lo que hemos tenido muchos años, han demostrado que no sirven para terapia», opina. Aunque admite que las que ha presentado el equipo estadounidense, «si pudieran curar algo, tendrían la ventaja de ser del mismo paciente y, por lo tanto, no serían rechazadas».
La técnica «es la misma que se usó para clonar a la oveja Dolly», el primer clon de un mamífero, recuerda la también presidenta de la Asociación Española de Bioética y Ética Médica (Aebi). Visto con la perspectiva actual, el resultado no fue muy alentador. La célebre oveja no solo «nació mal», sino que padeció artritis prematura y una enfermedad pulmonar progresiva. Murió antes de lo habitual entre sus congéneres. Claro que eso puede no ser más que un mal comienzo de un futuro prometedor, pero la historia de la clonación animal está plagada de casos de deformidad y discapacidad.
Aunque ningún científico ha hablado de la posibilidad de clonar seres humanos gracias a la técnica que se ha presentado esta semana, la imagen del clon humano ha vuelto a demostrar su fuerza en el imaginario colectivo. De una manera un tanto fútil, puesto que el avance propugnado no despeja los complicados obstáculos que salpican el camino. Según la catedrática de la Universidad de Navarra, el verdadero progreso en las terapias con células madre llegó con el trabajo que le valió el Nobel de Medicina del año pasado a Shinya Yamanaka.
El japonés sentó las bases para reprogramar células adultas a un estado pluripotencial. Estas células, denominadas iPS (células pruripotenciales inducidas, por sus siglas en inglés), pueden crecer hasta especializarse como células de otro tejido distinto del que anteriormente formaban. López Moratalla subraya que «tenemos una serie de reservas de células capaces de multiplicarse y diferenciarse, y, por tanto, de sustituir a las que están dañadas si el organismo no es capaz porque la lesión es demasiado grande».
Las iPS están demostrando tener una gran eficacia técnica, pero también han rebajado las exigencias éticas respecto al uso de células embrionarias, un aspecto muy controvertido que afecta al debate sobre la clonación. López Moratalla señala que las células del estudio publicado esta semana presentan «un estado similar al embrión de cinco días», aunque no forman parte de ningún embrión. En España, con esa edad entrarían dentro de la categoría de preembrión. La legislación española define el preembrión como el resultado del óvulo desde que es fecundado hasta que cumple 14 días. Durante ese periodo, puede utilizarse para la fecundación in vitro, pero el debate sobre la frontera tempo en elral no ha quedado completamente resuelto con la ley sobre técnicas de reproducción humana asistida de 2006.
Para empezar, «necesitas utilizar óvulos humanos y eso supone tener a una serie de mujeres de donantes, con todas las consecuencias que eso tiene para la salud». Entre ellas están los efectos adversos que suelen tener los tratamientos hormonales y el riesgo de que se desencadene un síndrome de hiperestimulación ovárica, que puede provocar esterilidad. También hay diversidad de opiniones respecto a la suerte de los embriones sobrantes, que tienen la misma dignidad que los demás según el punto de vista que defiende que son individuos desde el minuto uno.
Los embriones que no han sido empleados en la fecundación pueden emplearse en ciertas investigaciones, aunque López Moratalla apunta que «tampoco se está investigando con embriones ya, lo que se está haciendo es intentar mejorar las técnicas de fecundación in vitro».
Las discrepancias en el uso de embriones dependen de los intereses de cada investigador, por eso muchas veces corresponde a la Justicia tomar las decisiones. Por ejemplo, es muy significativa la sentencia del Tribunal de Luxemburgo que, en 2011, negó a un investigador de la Universidad de Bonn (Alemania) la posibilidad de patentar ciertos procedimientos para convertir células madre en células nerviosas porque implicaban la destrucción de embriones humanos.
El tribunal no solo consideró que la investigación atentaba contra la legislación europea sino que también dictó que un óvulo que haya sido manipulado científicamente y no haya sido fertilizado debe respetarse como si fuera un embrión. La importancia de este tipo de sentencias es máxima, ya que suelen desnivelar la balanza y encauzar un debate en el que chocan encontradas convicciones políticas. También están en juego los intereses económicos de ciertas empresas biotecnológicas.
El «niño medicamento»
Tanto en la clonación humana como en el uso de embriones, los límites éticos se diluyen más cuanto más concreto es el caso. Muchas veces la respuesta es sólo una cuestión de grado. Por ejemplo, si bien es probable que la sentencia europea tenga un amplio respaldo popular, quizá sólo sea por el exceso al que puso freno. El caso de Javier, el primer «bebé medicamento» español, posiblemente tenga mayor aceptación.
Javier nació en Sevilla hace más de 4 años. Sus padres optaron por el diagnóstico genético preimplantacional, una manera de prevenir que nazcan niños con enfermedades genéticas que no tienen tratamiento o que pueden ayudar a salvar la vida de un familiar enfermo. En este caso, se seleccionaron varios preembriones para evitar que el niño tuviera el mismo tipo de anemia congénita que su hermano. Además, el trasplante de la sangre de su cordón umbilical supuso una ayuda a su hermano.
El debate sobre si la dignidad de Javier se ha visto menoscabada por haber sido concebido para tratar a su hermano, aunque no haya sido el único motivo, es de difícil solución. Decidir si la operación ha servido para ganar una vida o si ha sido un caso de eugenesia de preembriones es cuestión de opiniones. Pero ha costado mucho esfuerzo que Javier naciese. O sea que, mientras se debate sobre la ética de la clonación humana, sólo hay una pregunta que verdaderamente nos separa de ella, consideraciones técnicas aparte ¿Para qué íbamos a clonar un ser humano?
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