La Razón del Domingo
El Papa que dijo adiós
Todo el esfuerzo intelectual de Benedicto XVI no estuvo en la condena de nadie sino en la comprensión de la fe desde la razón. Un esfuerzo hercúleo, y quién sabe si le fue en ello la salud
Uno de los padres salesianos que atendía mi internado adolescente era un hombrón dotado de un cociente intelectual tan alto como su despiste. Agradecía que frecuentara mi mesa en el comedor porque me daba una conversación alternativa a la música de las matemáticas. Se hizo ingeniero industrial en cinco veranos consecutivos, lo que entendí como un alarde intelectual. «Lo que yo estaba estudiando era Teología, pero la Iglesia prohíbe estudiar otra cosa simultáneamente, y aprovechaba las vacaciones para la ingeniería, que es lo fácil. Soy teólogo pero también quería enseñaros a los chicos la mecánica y la resistencia de materiales». Tenía el breviario de finísimo papel biblia abierto sin señalizador y agarró de un plato una sardina inundada en aceite, la usó de marcador, cerró el libro y se fue angelical chorreándose la sotana. Desde entonces consideré que los teólogos habitan otro mundo ajeno a las miserias humanas.
Juan Pablo II temía que los coletazos del Concilio Vaticano II introdujeran en la Iglesia «modernidades» como la Teología de la Liberación, y no dudó en regañar públicamente al cura Ernesto Cardenal, miembro de la dirección del nicaragüense Frente Sandinista. Woitjila mantuvo así durante veinte años a Ratzinger como Prefecto de la Congregación de la Fe (Santo Oficio) para que el catolicismo no perdiera sus señas de identidad. Ratzinger era y es el más brillante teólogo vivo y, por ello, fue recibido con gran intolerancia por la progresía anticatólica o laicista. Se le caricaturizó como nazi por haber sido reclutado en las juventudes hitlerianas y servido en la artillería antiaérea cuando al final de la guerra Hitler movilizó a cualquier varón entre los 16 y los 65 años. Otra bajeza fue desenterrar la Inquisición olvidando que Miguel Servet, el mejor teólogo de su tiempo y descubridor del riego sanguíneo pulmonar, fue quemado vivo en Ginebra por los calvinistas.
Todo el esfuerzo intelectual de Ratzinger no estuvo en la condena de nadie sino en la comprensión de la existencia de Dios a partir de la inteligencia del hombre sin necesitar el rodrigón de la fe, empeño hercúleo. Estudioso del filósofo alemán Feuerbach («La esencia del cristianismo»), que tanto influyó en Marx, el Papa que se va fue un racionalista de Dios. Pidió perdón por la pederastia, aunque eran los pedófilos quienes debían solicitarlo y mantuvo abierto el diálogo con todas las confesiones cristianas. Es un Papa que será muy estudiado en sus libros y en sus hechos pontificios. Pero es de difícil comprensión como todos los teólogos que marcan el breviario con una sardina.
A bordo del «Asturias»
En un día de sol y moscas el almirante de la flota tuvo la gentileza de invitar a unos periodistas a navegar y almorzar a bordo del «Príncipe de Asturias», hoy en su última singladura hacia El Ferrol para un desguace inmerecido y evitable. Cuando descendí del helicóptero que nos traía de Rota creí pisar una cubierta firme cuando estaba sobre uno de los ascensores de los «Harrier» de despegue vertical y vi que la «isla» del portaaviones subía en un efecto óptico cuando era yo el que bajaba hacia el hangar. Enredado en mi chaleco salvavidas, trastabillé sujetándome el propio almirante, con el que mantuve ya animada charla en la visita al buque, durante las vertiginosas evoluciones de las fragatas de escolta, los atronadores despegues, el trasbordo de combustible, un simulacro de asalto helitransportado de la Infantería de Marina y los manteles del comedor de respeto.
«Las relaciones con la Armada marroquí son muy amistosas. Cuando nos ven se abarloan y nos regalan cajas de naranjas, hacemos una cadena de marineros y las cogemos por una borda y las tiramos por la opuesta porque llevan millones de cucarachas». «¿Y si hay conflicto en Ceuta y Melilla?». «Pues desembarcamos en Tánger. Sus fragatas no son problema porque se las hemos fabricado nosotros y sabemos cómo hundirlas. Somos la punta de lanza en la defensa del eje Estrecho-Canarias. Mi problema es que puedo lanzar una oleada anfibia y aérea, pero no tengo plan B, no dispongo de una segunda oleada de refuerzo. Necesitamos otro portaaviones». Remozar el «Príncipe de Asturias» costaría unos cien millones de euros, menos de cinco veces lo que presuntamente guarda Bárcenas en Suiza. La vieja ballena pudo haber sido indultada de no ser por los recortes de la Armada, que está pagando la crisis más que los otros ejércitos.
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