Londres
Generaciones inalámbricas
Hoy nadie quiere ser nadie, encerrados todos en el juguete de las redes sociales, que nos expanden engañosamente cuando en verdad nos enclaustran
Mi amigo Camilo José Cela tenía manos de leñador y los dedos correctamente estirados excepto cuando escribía; entonces, se le doblaba en ángulo recto el índice derecho sobre un microscópico rabo de lápiz como si tuviera partido el metacarpo, cosa probable tras años de escritura forzada. No creo que CJC tocara jamás un ordenador a menos que Marina Castaño los utilizara a escondidas en aquella especie de parador nacional que erigieron en Guadalajara y en el que muy caritativamente criaban burros. Todavía utilizo las máquinas portátiles Olivetti, siempre azules, que iba heredando de Francisco Umbral a medida que iban envejeciendo pero siempre fieles como nuevas. Paco escribió siempre en ellas hasta su última hospitalización y sus tres últimas columnas las dictó a su esposa España. «MP –me comentaba– he intentado pasarme al ordenador pero no puedo porque me cambia el estilo». En «El País» teníamos una flota de motoristas para recoger los textos de los colaboradores, y en América llegué a trasmitir por teléfono crónicas de una página ante la ausencia de internet y una huelga de los servicios públicos de teletepía. Recordaba a Ridyard Kipling transmitiendo a Londres la noticia de la degollina militar en el paso de Kyber hacia Afganistán. Acabado el despacho le entregó la Biblia al telegrafista para que la copiara mientras los demás periodistas haciendo cola le lanzaban miradas asesinas. Pero la noticia de Kipling fue la única que llegó a tiempo a Fleet Street. Estos lances ya no existen para las generaciones más jóvenes, y acertaba Paco Umbral porque la nueva forma de comunicarnos modifica el estilo y hasta los contenidos y los contientes.
Las brechas generacionales eran de veinte años hace veinte años, cuando se suponía que una nueva remesa humana hacía acto de presencia para intentar hacer mejor las cosas. En el provisional mundo occidental en crisis, hombres y mujeres de treinta años esperan encontrar su hueco social y muchos sólo ven un nicho. Y en correspondencia con la disminución de expectativas juveniles la gerontocracia es vituperada y se hacen eméritos a filósofos o gramáticos en plenas facultades intelectuales. La paradoja es que vivimos una encrucijada histórica en la que no les damos el respeto que merecen ni a los jóvenes ni a los viejos. A los celebrados «yuppies» (mucho dinero rápido y una estética bovina de «marcas») no les ha sustituido ningún otro afán colectivo e imitativo. La última vez que entre los españoles surgió un modelo fue Mario Conde, y sus errores y las conjuras le han reducido a microproductor de manufacturas agrícolas y expendedor de jeremíadas televisivas. Hoy nadie quiere ser nadie, encerrados todos en el juguete de las redes sociales que nos expanden engañosamente cuando en verdad nos enclaustran.
No se trata sólo de posibilidades de trabajo o metodología laboral, sino de la ausencia de modelos sociales. La música ha llegado al rap, como la literatura al best seller, y algo tendrá que ver con el silencioso y paulatino cierre de las bibliotecas públicas. Aquello de: «¿Para qué quieres comprar otro libro si ya tienes uno?». Los inmisericordes errores de las enciclopedias virtuales satisfacen la cultura de usar y tirar. En uno de esos libritos oportunistas en los que algunos profesores recogen las barbaridades de sus examinandos se recoge a uno afirmando que Franco era un primo de Napoleón al que éste le entregó el Gobierno de España.
No tiene gracia porque luego hay ministras que acaban hablando de humanos y humanas e ignoran a qué especie pertenece el cigoto de una mujer. En la democracia española la educación ha sido siempre coto socialista desde que en 1982 Maravall y Rubalcaba accedieron al Ministerio de Educación. Lo grave no fue bajar los listones para no herir la sensibilidad de los menos esforzados, sino considerar que las décadas de enseñanza franquista debían compensarse con otras tantas de instrucción igualmente ideologizada.
En formato cómic
Así no entienden que la enseñanza religiosa es cultura, ni que el 98% de nuestra población es católica y el 78% se casa por la Iglesia, bautizando y comulgando a sus hijos. Por el contrario, la educación para la ciudadanía propiciada por Zapatero, y para quien haya tenido arrestos para leer sus distintas versiones de las que sólo se salva la del filósofo José Antonio Marina, consiste en manuales de premarxismo revolucionario en formato cómic. Atrocidades propias para los nihilistas rusos del XIX que asolaban San Petersburgo. Una educación derrengada, permisiva e ideologizada, sumada al imperio de la galaxia internet hasta en los juegos infantiles tenía que retrasar el recambio generacional y hacer desaparecer cualquier escala de valores. Si miramos un mapamundi, sólo el Papa Francisco emerge como modelo social incluso entre los antivaticanistas o contrajesuíticos, y eso es perjudicial porque denota la inexistencia de ejemplaridades a imitar, a menos que nos fascinen Obama, Putin o la cuerda de los ayatolas iraníes. Internet no desaparecerá porque es una herramienta, pero algún día se demostrará que Umbral tenía razón y la omnipresente pantalla rebaja el cociente intelectual generación tras generación.
✕
Accede a tu cuenta para comentar