Granada
Hermanos fratricidas
La guerra civil es un fenómeno trágico que ha tenido una repercusión muy desigual según el marco cultural de cada nación. A lo largo de toda su Historia, Estados Unidos sólo ha sufrido una; Gran Bretaña lleva casi cuatrocientos años sin atravesar por ese drama y los países del norte de Europa la desconocen también desde hace siglos. No puede decirse lo mismo del sur de Europa, del África poscolonial y, especialmente, del mundo musulmán. Las razones son diversas, pero, en el caso de las naciones islámicas, han influido notablemente factores como los precedentes proporcionados por la religión y la configuración sociológica que deriva de la misma. El triunfo del islam en la península arábiga derivó de una sucesión de guerras civiles en el curso de las cuales Mahoma, ya convertido en señor de Medina, se fue imponiendo sobre las distintas tribus hasta llevar a cabo su entrada triunfal en la Meca.
Gobernantes o súbditos
Esa imposición por la espada no creó un orden político sólido sino que, por el contrario, legitimó la división en clanes y su enfrentamiento por el poder. No deja de ser significativo que Fátima, la hija de Mahoma, se enfrentara con Abu Bakr, el primer califa, o que la división entre sunníes y chiíes que existe en el seno del islam proceda del primer siglo de su existencia y se deba a una guerra civil en la que se enfrentaron Alí, primo y yerno de Mahoma, y los que cuestionaban su legitimidad. De hecho, el mismo Alí se había convertido en califa tras el asesinato de su predecesor, Utmán.
Semejante esquema de enfrentamiento civil entre clanes seguiría siendo una constante en la historia islámica de los siglos siguientes. Si en Oriente, los omeyas fueron derrocados tras su asesinato en masa por orden de Abu al-Abbas as-Saffah, el fundador de la dinastía de los abasíes, en la lejana España, los omeyas fueron incapaces de crear un orden político libre de guerras civiles. Aunque el islam insiste en su carácter fraterno y suprarracial, la realidad es que, históricamente, los árabes han gozado en su seno de una situación de preferencia sobre los conversos de otras razas. Orgullosos de que Mahoma hubiera sido paisano suyo, los musulmanes árabes no abandonaron sus enfrentamientos intestinos en la Península Ibérica sino que los mantuvieron de manera encarnizada. Los dos grandes grupos rivales eran los yemeníes o kalbíes, originarios del sur de Arabia, y los qaysíes, procedentes del centro y del norte. De ambos grupos, entregados a una profunda rivalidad, iban a salir los principales gobernantes y funcionarios no sin subdividirse en nuevos grupos como el de los baladíes (los del país, es decir, los primeros en llegar) y los procedentes de inmigraciones sucesivas. Pronto, el enfrentamiento guerracivilista se extendería a otros grupos musulmanes, pero sometidos como los procedentes del norte de África o los de origen hispano. No deja de ser revelador que, incluso con la amenaza de los Reyes Católicos, también el reino nazarí de Granada se sumiera en una guerra civil. ¿Cuáles son las razones para esta especie de maldición que ha ensangrentado durante casi milenio y medio a las sociedades islámicas? La primera, sin duda, es la creencia en una utópica umma o comunidad islámica que se encuentra por encima de toda lealtad nacional. La umma ha funcionado como tal rara vez, pero, sin duda, ha debilitado la idea nacional en favor del aglutinamiento en torno al jefe espiritual, al del clan o al del partido.
Fronteras a tiralíneas
La segunda es que, con excepciones como Irán o Egipto, el mundo islámico se encuentra dividido en naciones surgidas tras la Segunda Guerra Mundial con fronteras no pocas veces artificiales y dinastías impuestas por las grandes potencias. El hecho de que se hayan mantenido – Arabia Saudí, Jordania, Marruecos...– o hayan caído como en el caso de Irak o Libia, ha estado relacionado no pocas veces con períodos de cruento enfrentamiento civil. Siria está pasando por la repetición de ese fenómeno en el que las lealtades personales e ideológicas están por encima de la nacional y el conflicto se dirime recurriendo a una violencia despiadada y no de manera pacífica como en otras sociedades cuyos ciudadanos disfrutan de una lealtad común. Por desgracia, en tan terrible fenómeno no hay nada excepcional.
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