La Razón del Domingo
Los kaibiles, una tropa de élite con un oscuro pasado
El pais centroamericano juzga a su ex presidente Efraín Ríos Montt por los crímenes cometidos en los años 80 por los kaibiles, su Ejército. Treinta años después, se han convertido en uno de los grupos militares más preparados del mundo
Fue la decisión más esperada en Guatemala: esta semana un juez de este país determinó juzgar al ex gobernante, Efraín Ríos Montt, a quien se acusa de genocidio y crímenes contra la humanidad. Durante un año Ríos Montt, de 86 años de edad, intentó evitar el juicio pues sus abogados aseguraron que nunca se enteró de las masacres cometidas en los 80 por el Ejército, que estaba bajo su mando. Ahora llegó su hora. Sobre la mesa varias de las peores masacres de la historia de Guatemala perpetradas por los kaibiles, la fuerza de élite de Centroamérica.
Pero con el paso de los años este grupo de militares, entrenados por los marines, mudó de piel. Ahora son reconocidos como la tropa de elite más temida del continente, la primera línea de choque contra el narcotráfico.
La leyenda cuenta que Kaibil Balam era un rey Maya nunca atrapado por los conquistadores. Los kaibiles, las «máquinas de matar» del Ejército guatemalteco –una mezcla de «Rangers» estadounidenses, gurkas británicos y comandos peruanos–, son entrenados en «El Monasterio», un Centro de Operaciones Especiales ubicado en la región de Poptún –antes denominado el «Infierno»–, a 415 kilómetros al norte de la capital de Guatemala.
Los kaibiles, fieles a su misticismo, nos reciben en mitad de la noche. Dos soldados con el rostro pintado y antorchas escoltan el camino. Un tercero se adelanta, nos da la mano y nos explica que es necesario atravesar algunos kilómetros corriendo.
En mitad del camino nos tienden una emboscada, una granada explota y francotiradores ocultos nos disparan. Caemos al suelo. Al levantarnos nos explican que es la bienvenida que ofrecen a sus invitados de «honor». No parecen reírse, tan solo preguntan si estamos bien. Poco después, inician el ritual en el cerro del honor con más tiros y antorchas. Todo está listo para un nuevo día de entrenamiento.
Los miembros de la fuerza de élite son sometidos durante ocho semanas a un entrenamiento de supervivencia en condiciones extremas, con un lema siempre presente: «Kaibil, si avanzo, sígueme; si me detengo, aprémiame. ¡Si retrocedo, mátame!»
Cuando sale el sol los estridentes cañonazos y el olor a pólvora ahuyentan a las aves, es el pistoletazo de salida de una jornada que promete ser extenuante. Mientras, los hombres con traje de «fatiga» se desplazan pecho a tierra entre el espeso follaje selvático. Se trata de una demostración de la destreza que estos soldados –indígenas en su mayoría– han adquirido como resultado de un procedimiento desgastante y de privaciones que los ha convertido en implacables soldados de fortaleza inaudita.
El curso para ser kaibil comprende tres etapas: la primera tiene una duración de 21 días de instrucción teórica y entrenamiento práctico en la que se mide el grado de espíritu militar y el nivel moral del aspirante. La segunda fase se desarrolla en la selva por 28 días y al final del severo entrenamiento, el kaibil debe saber actuar con destreza en una guerra irregular, ser capaz de cruzar corrientes de agua, pantanos, riscos, hacer demoliciones detectar y desactivar minas.
En la última etapa, el aspirante a kaibil, acostumbrado a comer culebras, hormigas, raíces, y a captar el agua del rocío en hojas, debe efectuar ataques de aniquilamiento, maniobras de inteligencia, penetraciones en territorio enemigo y reabastecimiento.
El visitante común se derrite en plena selva del Petén guatemalteco. En el caso de los militares muchos no tienen la suerte de culminar el curso y llevar sobre la cabeza la boina púrpura y los emblemas.
Morir en el intento
Apenas un 10% se gradúan y otros mueren en el intento. No realizan las pruebas adecuadamente. Otros mueren por golpes de calor, ataques al corazón o por accidentes, ya sea escalando, en caída libre desde el helicóptero o en ejercicios con fuego real. En una ocasión un aspirante falleció tras recibir un golpe de otro kaibil, en una práctica de artes marciales», nos confirma el teniente, Osmar Aragón.
Quienes deseen llevar la insignia de kaibil tienen que pasar pruebas como aguantar dos días sin dormir en un río con el agua hasta el cuello o bajar a rappel colgado de una cuerda con el rifle al hombro. Si las fuerzas no les alcanzan caerán sobre las rocas. El kaibil, que significa «hombre estratega; el que tiene la fuerza y la astucia de dos tigres», utiliza decálogos totalmente agresivos: «Siempre atacar, siempre avanzar»; «el ataque de un kaibil será planeado con secreto, seguridad y astucia, porque el kaibil es una máquina de matar».
Como parte de su preparación los enseñan a matar animales vivos en la selva, desde perros a gallinas a las que arrancan el cuello de un mordisco, como muestran los vídeos que en los 90 les hicieron tristemente célebres. Otra parte especialmente dura es la comida. Los soldados llegan exhaustos, hambrientos, pero tan solo tiene medio minuto para comer. La escena es dantesca: soldados intentando ingerir los víveres mientras son insultados por sus instructores. Algunos vomitan, otros roban la comida a sus compañeros.
Al término del entrenamiento cuando se licencian, los Comandos se dan un banquete con carne de lagarto asada, iguana y venado. Además tienen el privilegio de tomar por la fuerza al Ministro de Defensa de Guatemala, que siempre acude a las graduaciones y lanzarlo a un estanque donde hay cocodrilos. El lago tiene grandes dimensiones y la tradición es más simbólica que peligrosa, aunque siempre conlleva ciertos riesgos para el alto funcionario de turno.
Como parte de la culminación del curso cada uno de los militares toma la «Bomba», una mezcolanza de bebidas (tequila, whisky, ron, cerveza y agua) que es servido en un vaso de bambú en cuyo exterior y hacia el borde superior está atada una bayoneta. El militar tiene que tomar con cuidado la bebida porque puede embriagarse y acabar cortándose la frente con el cuchillo que sobresale por la parte superior del vaso.
A partir de entonces, los comandos ya pueden exhibir el escudo kaibil, que tiene un mosquetón de alpinismo, que simboliza unión y fuerza, la daga que está al centro de la imagen representa el honor mientras que su empuñadora con cinco muescas, significa los cinco sentidos permanentes del soldado.
Pero los kaibiles también sembraron el terror durante el conflicto armado de Guatemala. Todavía su nombre produce temor al ser pronunciado en las zonas rurales donde protagoniza muchas de las masacres que sufrió el país en 36 años de guerra civil, durante la dictadura de Ríos Montt.
La estrategia, descrita a menudo como la política de «tierra arrasada» se tradujo en violaciones de derechos humanos de extrema magnitud.
Especialmente cruel resultó la matanza perpetrada en Dos Erres. La noche del 6 de diciembre de 1982 un grupo de hombres fuertemente armados ingresó a la aldea y sacó de sus hogares a hombres, mujeres y niños. Los caminos fueron cerrados y todo aquel poblador que transitara por los mismos, también pasó a ser capturado. La comunidad entera fue exterminada. No se sabe con exactitud cuántas personas perecieron, pero en la exhumación, realizada entre 1994 y 1995 de un pozo de 12 metros se recuperaron 162 esqueletos, entre hombres, mujeres y niños.
«Llegaron a la aldea a las dos de la mañana. Lo primero, sacar a la gente de sus casas. Luego se procedió a torturar a los hombres. Un oficial violó a una niña. Ya eran las tres y media de la madrugada. A eso de las ocho de la mañana los militares dieron la orden de ejecutar a toda la población. La ejecución en sí, sin embargo, empezó a las catorce horas: un bebé de tres o cuatro meses fue lanzado vivo dentro del pozo», afirma a LA RAZÓN Raúl De Jesús Gómez Hernández, superviviente que perdió a sus padres, algunos hermanos, tíos y primos en la matanza. «Entre las mujeres, había niñas de doce y trece años, algunas de ellas fueron violadas. A las víctimas se las paraba a la orilla del pozo, con los ojos vendados, y se les daba un garrotazo en la cabeza. Después de los niños se fueron las mujeres, después los hombres. Mucha gente todavía estaba viva. Una vez lleno el pozo se procedió a cubrirlo con tierra», nos comenta a su lado, Felicita Erenia Romero Martínez, que también perdió en Dos Erres a sus papas, a sus tres hermanos menores y a su abuelo.
«Yo escapé de milagro, conocía unas veredas por donde nosotros pasábamos con las bestias –ganado– con carga. Tenía 17 años. Pase dos días durmiendo en el bosque hasta que volví, cuando regresé a la aldea no podía hablar, tenía un miedo rotundo, ya me imaginaba lo que había pasado», recuerda.
La verdad, en el ADN
En el cementerio de la Ciudad de Guatemala primero vienen los panteones, luego las tumbas de mármol y al final, pura tierra y estaca. En esta área, donde fueron enterrados los pobres y los «desaparecidos», es donde la Fundación de Antropología Forense de Guatemala (FAFG) levanta su campamento.
José Suasnavar, es antropólogo y subdirector de la FAFG, un organismo que se dedica a restaurar la identidad de las personas. Como cada día se introduce a una fosa, 25 metros bajo tierra, en busca de respuestas. En su interior aguardan los restos óseos de personas asesinadas durante el conflicto armado.
«Hay un reconocimiento de la verdad de los familiares cuando se encuentra con los restos, en condiciones en los que algunos habían sido testigos, pero se los había callado, se había desmentido sus historias de vida. Son su prueba. Si estudias un cráneo puedes saber su edad, si fue un menor y si fue ajusticiado con un tiro en la cabeza. Los huesos son testigos de la historia», comenta a LA RAZÓN, el antropólogo.
Ahora, a luchar contra el Narco
Se espera que la tropa kaibil adquiera un papel protagonista en la guerra contra el narcotráfico durante el actual gobierno del general Otto Pérez Molina. El presidente y también ex kaibil ha dicho que recurriría al apoyo de esos cuerpos militares por el grado de preparación, y en el de los paracaidistas, por su rápida movilización. «Lanzaré a los kaibiles contra el narco», dijo tras entrevistarte con el embajador de los EEUU. Según Pérez Molina, esos grupos de elite de las fuerzas armadas pueden dar un aporte considerable en el combate directo del narcotráfico.
Sin embargo tampoco hay que olvidar que los Zetas, el grupo paramilitar que siembra el terror en la frontera con México, fue fundado por kaibiles desertores y antiguos miembros de los GAFES– la tropa de élite mexicana–. Con los recursos de mueven los distintos cárteles mexicanos, que se calcula superan cinco veces el PIB guatemalteco, podría tratarse de una lucha desigual. Una batalla pérdida si los EEUU, los mismos que indirectamente financiaron el conflicto, no apoyan la causa.
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