La Razón del Domingo
¿Qué pasó aquel día?
Los que presenciaron el asesinato del presidente siguen viviendo el suceso como algo que no les ha ocurrido a ellos: «Los disparos parecían petardos»
Los Newman se levantaron ese día y se pusieron sus mejores trajes de los domingos, aunque era viernes. Pero, Bill Newman, hoy de 72 años, reconoce que «no todos los días viene el presidente de Estados Unidos a tu ciudad». Esta primera parte del día la recuerda con una sonrisa. Con sus dos hijos, Billy, de 4 años, y Clayton de 2, fueron al aeropuerto Love Field de Dallas para ver al presidente y a la primera dama bajar por las escaleras del avión presidencial «Air Force One». Era la primera vez que ella aparecía después de la muerte de su hijo Patrick en agosto de 1963. Y por qué no decirlo. A Gayle, la mujer de Bill, hoy de 72 años, le hacía ilusión ver cómo Jackie iba vestida. Los Kennedy llegaron a las 11.40 de la mañana hora de Texas (18.40 de la tarde en España).
Después los Newman se marcharon a toda prisa para ver pasar la comitiva. Decidieron colocarse en la plaza Dealey. Llegaron cinco minutos antes de que apareciera la limusina presidencial. Justo a las 12.25 (19.25 en España). Gayle le había dicho a los niños que iban a ver desfilar a su tío, oficial de Dallas asignado ese día a ir con John F. Kennedy. Quizá así no se les hiciese tan pesada la espera. Y al fin y al cabo a los pequeños, Billy y Clayton, hoy de 54 y 52 años, les podía llamar más la atención ver a su tío desfilar que ver pasar al líder de Estados Unidos. Clayton ni siquiera terminaba de entender qué estaban haciendo allí exactamente con tanta prisa y ajetreo.
Hacía sol. El tiempo no podía ser mejor. La gente gritaba. Estaba exultante. En la parte donde se pusieron los Newman había sólo 250 personas de las alrededor de 10.000 que se apostaron a lo largo de todo el recorrido. Se escuchaba música. Iban a ver al presidente muy de cerca, que había viajado a Texas, según explica Julian Read, portavoz de prensa del gobernador de entonces, John B. Connally, para mediar entre las divisiones entre los demócratas conservadores y los demócratas liberales en Texas. Ante ese recibimiento, Julian Read reconoce que minutos antes de los disparos bromeó: «Ya no se puede decir que Texas no adora al presidente». Se trata de un Estado tradicionalmente republicano.
Venía la comitiva con Kennedy, Jackie, el gobernador de Texas, John B. Connally, y su esposa. Se acercaban a la plaza Dealey. A los Kennedy y al gobernador les faltaban pocos minutos para llegar a un almuerzo. Después iban a ir a la capital de Texas, Austin, donde JFK tenía una cena de recaudación de fondos. Era lo que más le interesaba del viaje, según recuerda Read. Los Newman estaban justo a la izquierda de la calle Commerce. Se oían gritos de alborozo. Y música, que cada vez se oía más fuerte. El presidente estaba a punto de aparecer. ¡A ver cómo va vestida Jackie! ¿Verían mejor si se ponían de puntillas?
Y entonces Bill Newman se da un golpe en el puño izquierdo con la mano derecha para emular el ruido de los disparos. Los testigos dicen que escucharon entre tres y ocho. Pero, en las investigaciones, se determinó que fueron tres. Al principio parecían petardos. Fue lo que le pareció a James Tague, que entonces tenía 27 años. Tuvo que pararse para que pasase la comitiva mientras iba de camino a comer con un amigo. «¿Quién es el idiota que se pone a tirar petardos cuando pasa el presidente?», se preguntó entonces.
Bill Newman se golpea dos veces al tiempo que dice: «Tap, tap». Relata esta historia en el Museo del Sexto Piso de Dallas, en el antiguo depósito escolar de Texas desde donde Lee Harry Oswald disparó contra el presidente. Estamos justo en la séptima planta. En 1989, se decidió abrir este museo para rendir homenaje al líder demócrata. Aquí se recrea el contexto social y político de principios de los años 60, se hace un recorrido minucioso sobre el día de su asesinato y se repasa su influencia en la cultura estadounidense. Newman tiene junto con su familia el terrible honor de haber sido el testigo que más cerca estaba de Kennedy cuando le mataron. Bill y Gayle son las dos personas que se han visto tantas veces sobre el césped boca abajo encima de sus hijos inmediatamente después de que se asesinara a Kennedy.
Gayle rememora que «en ese momento sólo pensé en tirarme al suelo y hacer de escudo para mis niños. Al principio, no sabía lo que ocurría porque no había escuchado nunca el ruido de disparos. Ese día recuerdo que nos pusimos nuestros mejores trajes de domingo. Y, al final...», reconoce Gayle.
Sus hijos Billy y Clayton son más reacios a hablar de lo ocurrido. Sus padres hicieron la primera entrevista en televisión después del asesinato. Tenían todavía miedo. Bill recuerda que esa noche durmieron todos juntos en la misma habitación. «No sabía qué había ocurrido. Y pensé que éramos un blanco fácil para el que haya podido matar así al presidente de Estados Unidos».
Julian Read, que acaba de escribir «JFK's Final Hours in Texas», recuerda que «después de lo ocurrido no fui a llamar a un teléfono público. Sucedió en la era de antes de los teléfonos móviles. Sentí un gran vacío. Pero puse el piloto automático. No era consciente de lo que estaba pasando. Sólo que tenía que hacer mi trabajo», recuerda. Inmediatamente después de los disparos, se produjo un terrible silencio en la comitiva. Bill recuerda que «escuché a la primera dama decir: "Oh, Dios mío, han disparado a Jack". Al principio, pensé que venían de donde nosotros estábamos», indica.
Había confusión. El agente del Servicio Secreto Clint Hill, que se subió encima del coche cuando vio a Jackie levantarse para coger parte de lo que parecía ser un trozo del cráneo de Kennedy, dijo entonces: «Nos vamos de aquí. Nos han atacado». La comitiva abandonó el lugar a toda velocidad. La gente se miraba. No sabían qué hacer cuando comprendieron lo que acababa de ocurrir. Unos corrían; otros, sintiéndose vulnerables, se abrazaban a sí mismos. Daban vueltas buscando consuelo.
Llegaron al hospital Parkland a las 12:35 (19:35 en España). El doctor Ronald Jones estaba comiendo cuando le llamaron. Kennedy estaba en el quirófano 1. Al verle, sabía ya su destino, pero intentaron reanimarle. Fuera, sin decir nada, estaban las esposas del presidente y el gobernador. «Allí, estaban solas. No había nadie. Me acerqué a ellas sin pasar ningún control de seguridad», recuerda Read.
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