La Razón del Domingo

Razones para matar

VERDAD Y MITO. «Killing Kennedy» se estrena hoy en España en el canal National Geographic. Rob Lowe interpreta a Kennedy y Ginnifer Goodwin, a Jackie
VERDAD Y MITO. «Killing Kennedy» se estrena hoy en España en el canal National Geographic. Rob Lowe interpreta a Kennedy y Ginnifer Goodwin, a Jackielarazon

Fidel Castro, el KGB, la CIA, la mafia, el «lobby» armamentístico... El asesinato de Kennedy siempre ha tenido muchos candidatos. Pero, ¿cuáles eran los motivos ?

Se cuenta que cuando Bill Clinton llegó a la Casa Blanca convocó inmediatamente al director de la CIA para preguntarle quién había asesinado a JFK y qué se sabía sobre los extraterrestres. La anécdota, rigurosamente cierta, indica cómo la muerte del presidente Kennedy sigue inquietando a los norteamericanos. Las teorías no son, desde luego, escasas. Aparte de la versión oficial del Comité Warren que se refiere al «loco solitario», no han faltado los que han atribuido el magnicidio a Fidel Castro –tesis con mucho predicamento entre los cubanos exiliados–, el KGB, la CIA o la mafia. La realidad es que Kennedy logró concitar un gran número de enemigos. El primero fue la mafia. Aunque la ayuda de la familia Giancanna fue decisiva para su victoria electoral en Illinois, JFK, a través de su hermano Robert, fiscal general, desencadenó una ofensiva contra la mafia que se tradujo en 288 condenas, de las que 35 ya fueron dictadas en 1960.

Por añadidura, la política social y económica de JFK no dejó de granjearle enemistades. Al llegar a la Casa Blanca, Estados Unidos se enfrentaba con la recesión económica. La tasa de desempleo superaba el 8 por ciento, lo que significaba cinco millones de parados. JFK, desde febrero de 1961, aumentó las prestaciones de la seguridad social, el salario mínimo y amplió el tiempo para cobrar el subsidio a la vez que se aprobaba la «Area Development Act», dirigida a fomentar la economía de ciertas zonas. Más desafiante fue que la «Kennedy Act» de 16 de octubre de 1962 dejara de distinguir entre los beneficios repatriados y los reinvertidos en el extranjero, sujetando ambos a tributación. La nueva norma dañaba, especialmente, los intereses de los magnates del petróleo, que ganarían la mitad de lo que estaban percibiendo hasta entonces. Kennedy pretendió también acabar con el monopolio de la Reserva Federal. Partiendo de la Constitución americana, que atribuye únicamente al Congreso la competencia para acuñar y regular la moneda, Kennedy concluyó que la deuda nacional podía reducirse si no se pagaban intereses a los banqueros del sistema de la Reserva Federal que imprimen el dinero para luego prestárselo con intereses. El 4 de junio de 1963, Kennedy firmó la orden ejecutiva 11110, que ordenó la emisión de 4.292.893.815 dólares a través del Tesoro Público y no del sistema de Reserva Federal. Ese mismo día, firmó una ley cambiando el patrón de respaldo de los billetes de uno y dos dólares de la plata al oro.

Más graves fueron sus roces con lo que Eisenhower denominó el «complejo militar industrial». Hoy sabemos que Kennedy dio luz verde para la operación de Bahía Cochinos; engañado, le habían asegurado que se produciría una sublevación popular. Se encontró, por el contrario, en un callejón sin salida del que sólo podía salir autorizando unos bombardeos que nunca deseó. Kennedy pudo ceder a las presiones de la inteligencia y de las Fuerzas Armadas, pero prefirió hacer prevalecer su mando a costa del fracaso del desembarco. En público, JFK asumió toda la responsabilidad, pero, en privado, acusó a la CIA, destituyendo a Allen Dulles, su director; al general Charles Cabell, su subdirector, y a Richard Bisell, el director de operaciones encubiertas.

Aunque, hasta su llegada a la presidencia, Kennedy había sido favorable a un aumento del gasto armamentístico, cambió drásticamente de opinión al descubrir que el número de misiles balísticos intercontinentales que poseía la URSS no era entre quinientos y mil, sino que se acercaba a la cincuentena. Además, en virtud de dos memorandos de acción de seguridad nacional (NSAM), JFK se reservó el control de todas las operaciones de carácter armado tanto en tiempo de guerra como de paz, mientras que la CIA sólo podría realizar operaciones encubiertas de escaso calado. Así, cuando en octubre de 1962 el presidente fue informado de que los soviéticos estaban estableciendo bases de misiles en Cuba, tanto la CIA como el mando militar favorecían el bombardeo inmediato y una invasión de la isla, pero optó por una salida negociada.

El 24 de noviembre de 1962, en otra muestra de independencia, Kennedy se permitió incluso pasar por alto la licitación de Boeing –la primera concesionaria en armamento aéreo– en el proyecto TFX (Tactical Fighter Experimental) y optó por la General Dynamics en la idea de que representaría un mayor beneficio social –y electoral– en las zonas pobres del país. El 30 de marzo de 1963, el secretario de Defensa, Robert McNamara, anunció un programa de reorganización militar, que se traduciría en el cierre en tres años de cincuenta y dos instalaciones militares en veinticinco estados y de veintiuna bases en ultramar. El 11 de octubre de 1963, Kennedy aprobó un Programa de Retirada Acelerada de Vietnam, el memorándum de acción para la seguridad nacional (NSAM)# 263. De acuerdo con el mismo, debían «retirarse 1.000 miembros del personal militar de Estados Unidos a finales de 1963» –casi el cincuenta por ciento de los efectivos– y la totalidad, a finales de 1965. En otras palabras, en contra de lo recomendado por el Pentágono y la CIA, y frente a los deseos de la industria armamentística, JFK había decidido abandonar Vietnam. Pronto resultó un secreto a voces que optaría por la reelección, prescindiría de L. B. Johnson para su segundo mandato e incluso se desharía de Edgar Hoover, el director del FBI.

Los pasos dados por la Administración Kennedy hasta mediados de 1963 no dejaban lugar a dudas en el sentido de que las reformas kennedyanas desafiaban a poderes fácticos demasiado poderosos y demasiado numerosos. El 22 de noviembre de 1963, a las doce y media del mediodía, J. F. Kennedy fue asesinado a tiros en una calle de Dallas, Texas. En su muerte había interesadas demasiadas instancias, desde luego, con mucho más poder para perpetrar el magnicidio que Fidel Castro o un antiguo marine llamado Lee Harvey Oswald.