La Razón del Domingo

Sembradores de una nueva espiritualidad

Los jesuitas llegaron después que otras congregaciones, pero su papel en la enseñanza del Evangelio y el progreso ha sido esencial

Sembradores de una nueva espiritualidad
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Ignacio de Loyola nació un año antes del descubrimiento de América. La presencia, por tanto, de la Congregación por él fundada será muy posterior a la llegada de las congregaciones religiosas que la Monarquía española estableció en tierras del lejano continente.

Ignacio de Loyola nació un año antes del descubrimiento de América. La presencia, por tanto, de la Congregación por él fundada será muy posterior a la llegada de las congregaciones religiosas que la Monarquía española estableció en tierras del lejano continente.

Tras múltiples intentos, tres jesuitas, dos padres y un hermano, zarparon de Sanlúcar de Barrameda hacia la lejana Florida el 28 de junio de 1566. Tres meses después, fruto de gruesos errores y decisiones mal tomadas, el padre Martínez, abandonado por la tripulación principal y dejado a su suerte en la costa del cabo Cañaveral, moría a manos de los indios. Peor no se podía empezar.

La Florida, tierra de poca misión y llena de dificultades, fue sustituida por el Perú. Desde Lima y en contacto permanente por tierra y mar con México y con Cartagena de Indias, la Compañía se fue inteligente, estratégica y apostólicamente estableciendo a lo largo y ancho del continente americano.

La presencia jesuítica en la América española fue tan intensa como variada. Los jesuitas, impulsados por su vocación urbana y por su dedicación a las letras, siguiendo invitaciones y propuestas de la misma Iglesia y de muchos particulares, se establecieron en las más importantes capitales y en los centros más florecientes de la época: Lima, México, Cartagena de Indias, Potosí, Cuzco, Arequipa, Buenos Aires, Santo Domingo, La Habana. Con todos, una de las primeras decisiones a la que los jesuitas tuvieron que hacer frente fue la metodología apostólica y misionera que deberían adaptar para no traicionar su estilo de vida y para ser fecundos en la misión evangelizadora. A medio camino entre el sistema y gobierno de las llamadas Doctrinas, una especie de parroquias para indios, y las Visitas, campañas misionales por tierras alejadas de las parroquias, los jesuitas se inclinaron por el llamado sistema de las Reducciones.

Las Reducciones

No resulta fácil definir con exactitud qué fueron las Reducciones antes de ser tomadas por los jesuitas y qué supusieron una vez abandonadas por ellos. Las Reducciones, antes de ser tomadas por los jesuitas, eran meros pueblos de indios en su primera fase de constitución; unidades poblacionales sin apenas conformación y unidad política, social y religiosa. Ante las dificultades que los indios padecían, ante la escasez de recursos materiales y falta de personal evangelizador, ante las enormes distancias y ante el secuestro de los indios por parte de los hacendados y propietarios de minas, convenía guardarlos –reducir en sentido amplio– para gracias a la educación, a la formación religiosa y civil, salvar y defender su dignidad como personas e hijos de Dios, para en un segundo momento capacitarlos para vivir en un mundo distinto del suyo.

Las primeras Reducciones jesuíticas fueron las Reducciones de Bahìa (Brasil). Por su proximidad a las poblaciones de colonos, por la falta de experiencia y por la limitación de recursos, desaparecieron en 1585. La segunda etapa de las Reducciones, la más importante, larga y fecunda, se inició durante la primera década del siglo XVII en el Paraguay, más en concreto al norte del río Paraná. Lentamente en torno a los grandes ríos de la región se fueron consolidando pequeñas Reducciones, hasta un total de treinta. En ellas la presencia de los jesuitas y el gobierno religioso por ellos inspirado, logró, por una parte, mantener la lengua y la cultura autóctona y, por otra, crear un ambiente religioso y humano, no exento de paternalismo y proteccionismo, que libró de la muerte y del infierno de la esclavitud a miles de indios.

Con la supresión de la Compañía de Jesús en 1773 se ponía fin a la presencia evangelizadora jesuítica y se daba comienzo a una larga etapa en la que la cultura, las artes, la educación, la justicia y la evangelización de corte jesuítico y cristiano se vieron arruinadas durante prácticamente un siglo.

La vuelta de los jesuitas a la América independiente fue larga y dificultosa. Las enormes distancias, la carencia de personal, la inestabilidad de los nuevos gobiernos, la penuria de los recursos, amén de una cierta inquina y un excesivo control y celo por parte de los nuevos gobiernos americanos ralentizaron la vuelta de los jesuitas a las nuevas repúblicas. Con todo, la alternante suerte de la Compañía en la única provincia existente por entonces en España, provisora y responsable de la Misión de los jesuitas en América, propició, sobre todo, a partir de la segunda supresión de la Compañía en tierras peninsulares (1835) que pequeños grupos de jesuitas se acabasen estableciendo, primero, en dos áreas, Argentina y Colombia, para desde allí y al cabo de mucho tiempo establecerse a lo largo de todo el continente.

Desde Argentina, Uruguay, Chile, Brasil en Porto Alegre, Paraguay y, finalmente, Bolivia, acogieron con cariño la llegada de reducidos grupos de sacerdotes jesuitas. Desde Colombia amplias regiones de Centroamérica, Ecuador y las selvas amazónicas sintieron que una nueva manera de presentar el evangelio y con él el progreso les llegaba de España. Las misiones populares, la asistencia y formación de sacerdotes y de grupos selectos de la alta burguesía, el inicio de sencillas obras educativas y la siembra de una nueva espiritualidad fueron asentando las bases sobre las que andando el tiempo acabaron alumbrando nuevas provincias.

Tercera fase de expansión

Comenzada la segunda mitad del siglo XIX se inició la tercera fase de expansión y presencia jesuítica en el continente: se inauguró una red de colegios-residencias en las Antillas; la enseñanza y el trato con selectos grupos de familias sin olvidarse de las misiones populares y del cuidado de la espiritualidad del pueblo más sencillo, les fue dando crédito y reconocimiento. Finalmente, el crecimiento sostenido que para la Iglesia y la Compañía de Jesús españolas supuso la Restauración Borbónica favoreció la llegada de decenas de jóvenes jesuitas españoles a las Américas. Estos celosos y creativos apóstoles aunaron la predicación, la dirección de seminarios y congregaciones masculinas y femeninas, la fundación de colegios y obras sociales con una presencia cada vez más popular y respetuosa con las tradiciones locales y con el espíritu de las nuevas naciones.

En la actualidad, el predicamento de los jesuitas en el continente americano, pese al proceso unificador de sus provincias y obras, goza de buena salud y de reconocido prestigio en el campo de la espiritualidad, de la educación popular y superior y en el cada vez más necesario en los medios y en la creación de cultura católica. Cada una de sus catorce provincias regenta como término medio tres Casas de Ejercicios Espirituales, una o varias universidades, una media de cinco o seis colegios y desde hace unos años un centro de comunicación.

Decíamos al principio que la presencia jesuítica en América estuvo regada con la muerte de uno de los primeros misioneros; suerte que para bien y para mal continúa en el presente.

*Societas Jesu (Compañía de Jesús). Facultad de Teología de la Universidad de Comillas

Fe y alegria

Con todo, la obra de más envergadura y de más proyección e incidencia popular sigue siendo desde su fundación en 1955 en Venezuela la formidable red de educación popular de FE Y ALEGRÍA. Sus cerca de millón y medio de alumnos, sus más de 1.600 colegios, sus 100.000 profesores hacen que esta obra en la que colaboran de manera generosa y abnegada cientos de religiosos y religiosas le auguran un futuro digno del mayor encomio.