Crítica de cine
Las Vegas ya no tiene gracia
Director: Todd Phillips. Guión: Todd Phillips y Craig Mazin. Intérpretes: Zach Galifianakis, Ken Jeong, Bradley Cooper, Ed Helms. EE UU, 2012. Duración: 100 min. Comedia.
Es fácil imaginar la sala de reuniones, el powerpoint del departamento de marketing, los guionistas tomando notas, los ejecutivos aguantándose el bostezo
Es fácil imaginar la sala de reuniones, el powerpoint del departamento de marketing, los guionistas tomando notas, los ejecutivos aguantándose el bostezo, los productores asintiendo con la cabeza después de comprobar los resultados de los «test screenings» de «Resacón 2: ¡Ahora en Tailandia!», las encuestas cumplimentadas por los espectadores. Está claro que, en esas encuestas, el público de la saga empezaba a mostrar signos de cansancio respecto a la fórmula narrativa de las dos películas, y que, en la votación de sus personajes favoritos, salían como ganadores Alan (Zach Galifianakis) y Chow (Ken Jeong). De ahí que, en este «R3sacón», todos los gags –fonemas de la comedia que aquí son impronunciables– provengan del niño de papá que se comporta como una papilla de cereales y el gángster chino que parece en permanente subidón cocainómano. Los demás quedan relegados a testigos oculares y la dificultad humorística de sus réplicas consiste en repetir cientos de veces «what the fuck» o «holy shit». Si «Resacón en Las Vegas» convertía una despedida de soltero en viaje terminal hacia los abismos de la madurez, conciliando felizmente la «bromantic comedy» con el humor escatológico, y «Resacón 2» repetía la jugada con un digno «timing» cómico, «R3sacón» elimina todo rasgo de frescura para transformarse en una comedia de laboratorio que pone el acento en las escenas de acción para olvidarse de la eficacia o la brillantez de los gags.
Con la excusa de llevar a Alan a un sanatorio mental en Arizona –¿a los 42 años comprándose una jirafa como mascota?–, esta panda de colegas acabará con sus huesos (otra vez) en Las Vegas para obligar a Chow, que ha huido de una prisión tailandesa, a devolver 42 millones de dólares en lingotes de oro a un gangster sin escrúpulos (John Goodman). Todo lo imprevisible de la primera parte es aquí torpe y perezoso, y lo peor, no tiene ni pizca de gracia. Sólo el encuentro de Galifiniakis y la gran Melissa McCarthy, dependienta de una casa de empeños con la que comparte una piruleta convertida en delicioso juego erótico, sobresale de un conjunto que provoca más bostezos que carcajadas.
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