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De lo sórdido a la gloria
Otra de mis manías es el vértigo que me produce dejar la crónica casi hasta el límite de tiempo, sintiendo que no llego al cierre del periódico. Eso, como dicen ahora, «me pone»
Cuando llega el viernes por la tarde siento la enorme sensación de liberarme de una semana más con el deber cumplido. Cierro la puerta de casa con llave, una extraña manía con la que me parece cumplir un ritual: de aquí ya no va a ocurrir nada más, ni nadie me va a molestar.
Cuando llega el viernes por la tarde siento la enorme sensación de liberarme de una semana más con el deber cumplido. Cierro la puerta de casa con llave, una extraña manía con la que me parece cumplir un ritual: de aquí ya no va a ocurrir nada más, ni nadie me va a molestar. Apago el teléfono y me sumerjo entre los cojines de un sillón para empezar a escribir esta crónica, que últimamente es casi milagroso que pueda publicarse por la falta de tiempo que estoy teniendo. Otra de mis manías es el vértigo que me produce dejarla casi hasta el límite de tiempo, sintiendo que no llego al cierre del periódico. Eso, como dicen ahora, «me pone». Cuando ya estoy en posición de empezar a escribir resulta que no se me ocurre nada y eso exactamente es lo que debería haber pensado antes.
Recorro la semana mentalmente. Aparece el fútbol, pero no me interesa por la saturación. Hablar de la imagen decadente de Maradona me parece de mal gusto. En la política española, desde la moción, no sucede nada interesante, excepto mucho postureo, porque el PSOE parece disimular su debilidad con sobreactuaciones que no van a ninguna parte. Ni una sola medida para mejorar nuestra vida o nuestras relaciones internacionales, excepto abrir el país a inmigrantes subsaharianos que nos van a crear muchos problemas. Hemos visto contenedores de basura llenos de ropa con las bolsas que Cruz Roja les entregó, algo para lo que no encuentro explicación. Solo les hago una pregunta: ¿por qué no llega ninguna patera a Gibraltar?
En este disparate nacional el actor más desquiciado es Quim Torra, que fue invitado a Washington para un festival de danzas catalanas. Fue recibido por nuestro embajador y en el acto de presentación se dedicó a poner a España a «escurrir» como un país en regresión democrática con presos políticos, llamando exilados a los que más bien son prófugos. La respuesta del embajador fue contundente, defendiendo a los cientos de miles de catalanes que viven aprisionados en su propia comunidad al no identificarse con las ideas separatistas. Recordó que nunca Cataluña ha gozado de mayor autogobierno y prosperidad económica. Torra abandonó la sala muy indignado. Se cree con derecho a faltar al respeto a España, a nuestro Rey y a los españoles, pero como se siente «raza superior» no se le puede contrariar. Me resulta insoportable con sus panfletos escritos al estilo del mejor ideólogo nazi y no comprendo cómo Cataluña permite tener un presidente de esa calaña.
Pero en España tenemos también motivos para sentirnos muy orgullosos, entre ellos, la maravillosa restauración del Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela, obra cumbre del Románico en la que se ha pasado del gris polvo, el negro moho y el verde del musgo, a una maravillosa paleta de colores que van del lapislázuli al oro puro. En su restauración han participado universidades, químicos, físicos, arqueólogos, arquitectos y geólogos, bajo la dirección de dos mujeres, Ana Laborde y Concha Cirujano. Tiene aproximadamente unos 850 años. Se sabe que Fernando II de León otorgó una pensión vitalicia al maestro Mateo en 1168 para afianzarlo como responsable de los trabajos de la Catedral durante el siglo XII. El Museo del Prado acogió una magnífica exposición sobre él que pronto llegará a Galicia. Nunca debemos olvidar nuestra gran historia y sentirnos orgullosos de ella y de nuestra patria, por más que muchos ahora quieran destruirla. Feliz fin de semana.
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