Gastronomía

Siempre nos quedará el puchero con pelota

El cocido es un plato de fuerza movilizadora que vive de forma omnipresente en la gastronomía popular

Siempre nos quedará el puchero con pelota
Siempre nos quedará el puchero con pelotalarazon

El cocido es un plato de fuerza movilizadora que vive de forma omnipresente en la gastronomía popular

En tiempos presentes, en los que la complejidad gustativa es un anhelo y la rebeldía culinaria una forma de vivir, el puchero es un llamamiento a la supervivencia de las costumbres gastronómicas clásicas. Todos guardamos una imagen primigenia de nuestro cocido. Algunos no ocultan de manera harto transparente su afiliación al puchero...»cocido sí, pero con pelotas».

El puchero desde la edad media pasó a ser un elemento central de la gastronomía popular, cocina de «alta alfarería». Bendita olla. Todos coinciden en ofrecer un respaldo masivo a nuestro protagonista, después de décadas de desvarío gourmet. Haría falta una ingente cantidad de ignorancia gustativa para no reconocer al puchero como uno de los mejores platos de nuestra vivencia colectiva.

En los tiempos que vivimos, con la amenaza que representa el auge del «fast food», en sus diferentes formas, intentar comer un buen puchero es algo que debería ser materia obligatoria. Al cocido le corresponde un protagonismo esencial en la gastronomía nacional. Que sin embargo, sería inexplicable sin el sabio papel de moderación e impulso de miles de cociner@s anónim@s. Su proyección está íntimamente ligada al marco gastronómico familiar, que fundamenta su existencia en la indisoluble unidad de legumbres, carnes y verduras.

Los años de adoctrinamiento en la cocina de la abuela han extendido el concepto de dominación del puchero, bajo la intimidación bélica de sabores.

El cocido es un plato de fuerza movilizadora que vive de forma omnipresente en la gastronomía popular.

Con la próxima llegada del invierno decidimos asentar su liderazgo con una degustación entre amigos.

Debemos poner en valor al puchero valenciano frente a otros clásicos cocidos. Ni un antes, ni un después. «Esto no es cocido», nos recriminan desde una mesa cercana, «es puchero con pelota». El destino nos impone un sacrificio. «Comer y callar».

Asistimos con cierta resignación ante el asombro del resto de comensales, a un hecho verdaderamente insólito. Nuestro anfitrión leonés nos anuncia sin recato, con solemnidad teatral de manera ininterrumpida, la primacia de su cocido maragato, en coherencia con las insistentes declaraciones previas.

Ajenos a la polémica localista consagramos el concepto puchero con pelota como una marca franquicia del universal cocido.

Por razones que muchos descalifican como oportunistas surgen las polémicas identitarias del cocido y que otros estiman que merece ser bienvenida, han decidido, en el sentido más literal de la palabra, envolverse en su «cocido». Lo que en verdad tenemos ante nuestros ojos es un intento apenas velado de imponer otros cocidos, delirio identitario, que reclama lo mejor de nuestros «esfuerzos». «Alto.. todos están muy buenos». No hay que finalizar el más largo y fructífero periodo de reconocimiento al cocido nacional.

Estamos arribando al final de la comida. La liturgia del puchero es una fiesta, ahora la alegría va por dentro. Sin prevaricación gustativa alguna, sometidos al imperio del caldo, se extiende la sensación de que el cocido nos pertenece a todos. La sobremesa se convierte en un cántico de gratitud lleno de armonía. «Alabado sea al puchero».

La mayoría, fervientes defensores de la uniformidad del cocido, nunca tienen empacho en reconocer su sumisión al puchero. Existe un sentimiento mayoritario de adhesión a la causa. En una mesa cercana surgen prejuicios gustativos, siempre ajenos a cualquier vertebración gastronómica. Al final resplandece un gran sentido de unidad y convergencia.

Si verdaderos y fieles custodios del cocido hemos de ser, por delante nos espera el inexcusable trabajo de guardar bien lo que se nos ha dado, cuidarlo y ofrecerlo mejorado a la generaciones venideras.

Siempre nos quedará el puchero con pelota.

Sabor genuino

El puchero ha recuperado la capacidad de arrastre culinario. A estas alturas sabemos que el fervor y furor gustativo se alimentan mutuamente. Los comensales precoces prescinden de preliminares y se amparan en la indiscreción de los garbanzos y la replica de la pelota. Sin preámbulos. Adiós al caldo.

Nadie podrá impedir que nuestro cocido valenciano amplíe su ámbito de actuación hacia espacios que provocan neta satisfacción. Aunque pueda parecer un episodio menor la pelota es clave como hecho diferenciador. No es un capricho anacrónico de momentos melancólicos, «ay el puchero de la abuela». Lo demás es tratar de reescribir el pasado.