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Ahora sí: «el duque de Alba soy yo»
Carlos Fitz-James, con mando en plaza después de tantos años de ostracismo, celebra el próximo sábado en el palacio de Liria la boda de su primogénito, Fernando, con Sofía Palazuelo, nueva duquesa de Huéscar.
Carlos Fitz-James, con mando en plaza después de tantos años de ostracismo, celebra el próximo sábado en el palacio de Liria la boda de su primogénito, Fernando, con Sofía Palazuelo, nueva duquesa de Huéscar.
Durante años Carlos Fitz-James Stuart no tenía más protagonismo que el ser hijo de la duquesa de Alba, con poca presencia en las decisiones de la Casa. La jefa de la saga dirigía, controlaba y mantenía la disciplina dentro del organigrama familiar. Daba poco margen a sus hijos mayores para que participaran directamente en cuestiones que tenían que ver con el ingente patrimonio de los Alba. Al cabo de los años, y muy mermada físicamente, dejó que el quinto, Cayetano, montara varias empresas y subastara obras de arte y antigüedades para rentabilizar el apellido mientras mantenía a su heredero fuera de ese entramado. No todos los hermanos estaban de acuerdo, pero callaban. Era de sobra conocido el fuerte carácter de la señora de Liria y, por lo tanto, no se cuestionaron su visto bueno a las actividades del conde de Salvatierra. De todos los hijos, el jinete siempre fue el más mediático, tanto en el aspecto deportivo como por su vida amorosa. La duquesa aseguraba que era el más parecido a ella en manera de ser. De su descendencia solo alteraron el apellido Jacobo, conde de Siruela, y el primogénito, Carlos. En este caso, por razones obvias, para continuar la línea materna. El resto sigue llevando el Martínez de Irujo como seña de identidad. Carlos, hombre mesurado y discreto, nunca se quejó públicamente de las diferencias que marcaba la progenitora. De él comentaba en las entrevistas que no tenía la chispa de Cayetano y que era aburrido. En realidad, lo decía también de Fernando, que al igual que su hermano no se tomaba a la tremenda las declaraciones de su madre. El tiempo en los dos casos ha sido el mayor aliado.
Un plazo para abandonar el palacio
El fallecimiento de Cayetana en noviembre de 2014 marcó las nuevas pautas que iban a regir en la casa ducal. Carlos tomó las riendas y las cosas empezaron a cambiar. Encargó auditorías, analizó con los administradores el estado de las cuentas y preparó el palacio de Liria para que fuera por fin su domicilio y el de sus hijos. Hasta ese momento estos vivían con la madre, Matilde Solís, cuando estaban en España. A su hermano Cayetano le dio un plazo para abandonar el palacio, ya que tenía su tríplex en Somosaguas (Pozuelo de Alarcón), una de las zonas más exclusivas de la capital, donde vivió con Genoveva Casanova hasta su divorcio. Durante una temporada lo alquiló, pues su ex mujer no lo quiso porque los gastos de comunidad y mantenimiento eran muy altos. A pesar de la discreción que quiso mantener el nuevo duque de Alba para que los desencuentros entre los hermanos no fueran públicos, no lo pudo parar. Todos los movimientos afectivos interesaban a la Prensa, que a veces no tenía que buscar confidentes porque eran ellos mismos los que destapaban el mal rollo que existía. Jacobo y Cayetano no se llevaban bien. Este último acusaba a su hermano de malas prácticas empresariales al no querer venderle carne de su ganadería salmantina para sus proyectos de gastronomía. «Prefiere ofrecerla más barata a otros antes que a mí», confesó. Eugenia también tuvo sus más y sus menos porque no le parecía bien que se subastaran determinados bienes y tampoco que se cuestionase la propiedad de su vivienda. El único que se mantenía al margen de las rencillas fraternales era Fernando. El nuevo duque resurgió de una invisibilidad semi impuesta, o puede ser que auto impuesta, hasta que pudiera hacerse con el mando en plaza que como primogénito le correspondía. Cuando lo tuvo no dio lugar a errores al pronunciar la siguiente frase: «El duque de Alba soy yo». Y así ha sido y será. Carlos Fitz-James Stuart abre las puertas del palacio privado (pertenece a la Fundación Casa de Alba) más espectacular de Madrid para la boda de su hijo Fernando el próximo sábado. Un acontecimiento social y familiar donde participan todos los hermanos. Como detalle, Jacobo se ha comprado un traje para estrenar el día 6 de octubre. El padre del novio ha conseguido lo que parecía más complicado en los últimos años de vida de la gran Cayetana, que no es otra cosa que mantener el núcleo familiar más o menos unido en los grandes acontecimientos.
Matilde Solís, la madrina feliz que salió del túnel
Matilde Solís será el 6 de octubre la flamante madrina que acompañará a su hijo Fernando al altar del palacio de Liria. Un día feliz para la que fuera durante unos años duquesa de Huéscar al casarse con Carlos, el primogénito de los Alba. Si no se hubiera divorciado, ahora sería duquesa, pero los títulos son algo que no le han interesado demasiado a lo largo de su vida. Mati, como la llaman sus familiares y amigos, mantiene una buena relación con su ex marido y está participando directamente en los preparativos para la que ya se ha bautizado como la boda del otoño. Y no solo por ser el novio Grande de España, sino por ser el nieto de Cayetana, que heredará en un futuro el título nobiliario. La madre se ha involucrado tanto en la boda de su primogénito que suele acompañar a su nuera al club Cadendo de la calle Almagro. En este lugar ha centralizado Sofía Palazuelo las pruebas de su vestido nupcial, que ha diseñado su tía Teresa Palazuelo. Como sucede con todas las novias, es el secreto mejor guardado, pero parece que se ha decantado por un estilo muy sencillo y tradicional, más parecido al de Meghan Markle que al que utilizó la propia Matilde en su boda. Lo que sí podrá lucir Sofía es «La rusa», la diadema de platino y brillantes que usó la futura suegra en su boda. La flamante madrina ha elegido para el gran día un diseño de Lorenzo Caprile y la duda es si llevará mantilla o no. Su madre, la marquesa de la Motilla, que falleció en diciembre de 2017, tenía una de las mejores colecciones de mantillas, que competían con las blondas propiedad de la duquesa de Medinaceli. Otra gran dama.
Matilde Solís-Beaumont Martínez Campos se hizo visible cuando se supo que se trataba de la joven novia de Carlos Fitz- James Stuart. Era una de las hijas pequeñas de una familia de once hermanos. No frecuentaba las fiestas sociales, prefería el campo y a su grupo de amigas del colegio. Tenía 25 años cuando le dio el «sí, quiero» en el altar mayor de la catedral de Sevilla al primogénito de la duquesa de Alba, que a sus 40 aún seguía soltero. Hasta su boda había pasado totalmente desapercibida. El matrimonio no funcionó y tomó la decisión de divorciarse, lo que supuso un drama para los padres, que consideraban que el matrimonio (pasara lo que pasara) era para toda la vida. Repitió experiencia, que tampoco resultó. Se casó con Borja Santamaría, tuvieron un hijo y cuando rompieron él se fue a un programa de televisión para airear los trapos sucios. Se demandaron mutuamente.
Matilde volvió a desaparecer y llevaba una vida tranquila hasta que decidió destapar el gran drama que había sufrido con el psiquiatra que la trataba, Javier Criado, al que acusó de haber abusado de ella durante años. Exponer su tragedia públicamente le sirvió de terapia y renació una nueva Mati que arrinconó las tormentas del pasado. Ahora espera ilusionada la boda de su hijo, que junto a su hermano Carlos la apoyaron en los momentos más difíciles.
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