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Carmen Sevilla, un cumpleaños sumida en el olvido

Hoy lunes, día de su cumpleaños, le regalarán rosas color chicle y su postre favorito, aunque no sabrá por qué.. LA RAZÓN ha hablado con personal del centro donde la cuidan y con una de las personas que más la visitan, su amigo Moncho Ferrer.

Carmen Sevilla, un cumpleaños sumida en el olvido
Carmen Sevilla, un cumpleaños sumida en el olvidolarazon

Hoy lunes le regalarán rosas color chicle y su postre favorito, aunque no sabrá por qué. LA RAZÓN ha hablado con personal del centro donde la cuidan y con una de las personas que más la visitan, su amigo Moncho Ferrer.

Hoy lunes, 16 de octubre, la que fuera protagonista de «Violetas imperiales» celebrará su 87 cumpleaños en la residencia geriátrica de la localidad madrileña de Aravaca, en la que es atendida desde hace dos años, sin más compañía que la de su hijo Augusto, quizá sus nietos, su íntimo amigo Moncho Ferrer y el personal que la trata. Prácticamente ya no conoce a nadie, ni tan siquiera a Augusto Jr. o a los hijos de éste. El alzheimer tiene sumida en el olvido a una mujer querida por toda España. En su amplia habitación no habrá brindis como otros años, en los que le gustaba invitar a sus íntimos a cenar en el restaurante Zalacaín, solamente rosas color chicle, sus flores favoritas, y un milhoja de nata y crema, su pastel preferido. La veterana actriz no es consciente de lo que sucede a su alrededor, su mente está perdida y no sabe que en ese día tan especial se celebra su cumpleaños.

Hoy nada cambiará en su rutina porque ella no distingue la importancia de las fechas. Su cerebro no acierta a almacenar los recuerdos, ni sabrá que la persona que le entrega unas flores es su hijo Augusto, ni que los que le cantan el «cumpleaños feliz» son su amigo Moncho Ferrer, el médico que le atiende o la enfermera y la limpiadora que entran en la amplia suite que ocupa en la residencia.

Allí es la paciente más popular y más querida, aunque ella no lo sepa. Pero todos, incluso algunos de los internos, conocen perfectamente a Carmen. Por el contrario, el alzheimer que padece avanza inexorablemente con el paso del tiempo. Y ninguno de los rostros que la rodean a diario le resulta familiar.

Desde que su hijo Augusto decidió ingresarla en 2015 en esa residencia, ante la imposibilidad de seguir un tratamiento adecuado en casa contra su enfermedad, tan solo han pasado por esa habitación él y Moncho Ferrer. Nadie más. El estado de la que fuera la artista más entrañable y querida de nuestro país recomendaba la ausencia de visitantes. Así pues, ni íntimos, como la bailarina María Rosa, la diseñadora Marili Coll, el director del Museo de Cera, Gonzalo Presa, el tertuliano Enrique Miguel Rodríguez, entre otros, han podido verla en este tiempo de oscuro sufrimiento.

Desde el centro geriátrico nos llegan las palabras de un miembro del personal, C. G., quien desvela que «doña Carmen es una mujer entrañable. Cuando entramos en su habitación nos agarra la mano y la aprieta contra su cara en un gesto de cariño. Todos los días la aseamos con mucho mimo porque sabemos que siempre fue muy presumida. Además, la peinan y le arreglan las manos cada semana. El Alzheimer es una enfermedad muy cruel, no respeta a nadie. Y los que conocemos a Carmen Sevilla por sus grandes triunfos artísticos nos duele ahora el contemplar su dura situación. Su hijo Augusto viene a verla continuamente, es un hombre educado y muy cariñoso con su madre. También viene otro señor, creo que se apellida Ferrer, que, según nos dicen, es su mejor amigo. Aquí la queremos todos, es una mujer maravillosa».

En contra de lo publicado en algún medio de comunicación, la habitación donde permanece desde que ingresó en el centro es espaciosa, cuenta con un gran ventanal que da al jardín y es muy luminosa. Es en ese amplio corredor verde en el que pasea cada día acompañada de una cuidadora.

Ferrer habla con admiración del comportamiento de Augusto con su progenitora: «Desde que comenzó a dar muestras de la enfermedad, Augusto ha estado al lado de su madre siempre, la trata con inmenso cariño y la visita con mucha frecuencia. Es un hombre increíble. Si Carmen fue ingresada es porque llegó un momento en el que necesitaba un tipo de cuidados y un tratamiento muy específico que no podía seguir en su domicilio».

–Se ha publicado que las condiciones en las que Carmen vive en la residencia no son las más idóneas...

–Es totalmente falso. Ni su habitación es pequeña, ni oscura, ni tiene un ventanucho, como han dicho. Es una gran estancia con un ventanal enorme. Y muy luminosa. Desde que fue internada en la residencia solamente ha sufrido una crisis y hubo que hospitalizarla unos días. Ahora se encuentra en un estado absolutamente pasivo, pero sigue siendo una mujer muy alegre con todo el mundo, aunque no les conozca.

–¿Cómo transcurre su día a día?

–Hace gimnasia, va a la consulta de la psicóloga, toma sus medicamentos y pasea por el jardín. Más o menos, lo que el resto de los enfermos en su situación.

Corroborando lo anterior, J.M., una persona del equipo sanitario que se encarga de Carmen nos desvela que «se levanta sobre las ocho y media de la mañana, la asean, la sientan en un butacón con distintas posiciones, ahí pasa un buen rato frente a la ventana que da al jardín, sigue el tratamiento y sus ejercicios, a la una come, duerme la siesta, pasea por el jardín y se acuesta sobre las nueve de la noche. Come poco, no es de mucho comer. Es una mujer muy cariñosa y en la residencia la quiere todo el mundo».

Sus amigos de antaño la recuerdan con cariño cuando se acerca su 87 cumpleaños. Marili Coll afirma que «estamos hablando de una mujer estupenda, muy generosa, a la que le gustaba demostrar su cariño a todo el mundo. Todos los días me viene a la cabeza su imagen. Y prefiero acordarme de Carmen tal y como estaba la última vez que nos vimos en su casa». Por su parte, María Rosa confiesa que «recuerdo a Carmen con un cariño enorme, era una estrella maravillosa, una amiga incondicional y genial, generosa, simpática... Nos hemos reído mucho juntas y ella me decía que era su hermana». Enrique Miguel Ro-
dríguez añade que «todos la echamos mucho de menos. Me han dicho que está algo deteriorada y que no reconoce a nadie, es una pena. Vivo en Sevilla y voy poco por Madrid, pero me han comentado que los únicos que entran a la residencia para verla son Augusto y Moncho Ferrer. De todas formas, prefiero recordarla como era antes de su enfermedad».

En la residencia cuentan con una unidad especializada en Alzheimer, en la que se trata a cada paciente según sus necesidades. Se trabajan áreas específicas de orientación, lenguaje, cálculo y memoria. Se recomienda largos paseos y el uso de la piscina climatizada. La media de coste mensual por paciente no baja de los 2.800 euros.

Otra empleada del centro, M.J., que al igual que el resto de los trabajadores prefiere quedar en el anonimato, reconoce que «todavía le piden a doña Carmen autógrafos y muchos quieren hacerse fotos con ella, pero la señora Sevilla no entiende el por qué de esas peticiones, aunque se presta gustosa a posar. Habla bajito, casi susurrando, dicen que algunas situaciones le suenan todavía. No es que vaya recuperando la memoria, no, pero en su subconsciente debe quedar algún atisbo del pasado».

Desgraciadamente, todos los que la queremos sabemos que ese pasado no volverá a su vida ni a su conciencia. Eso sí, su estado de salud no ha variado, ni para bien ni para mal. Ante las alarmantes noticias surgidas esta semana, al tanto de que la salud de la actriz se había tornado crítica, Augusto Junior manifestó a LA RAZÓN que «es falso lo publicado, mi madre se encuentra bien dentro de lo que supone su enfermedad. Su estado de salud es el de siempre».