Famosos
El artículo de Carmen Lomana: Síndrome de la mujer amnésica
Asombrada me tiene el cinismo, la caradura y la doble moral de una parte de nuestra sociedad, que debe tomarnos por imbéciles. Hay un nuevo síndrome de «la mujer amnésica», sumisa o tremendamente cínica que se ríe de los jueces y de todos nosotros. Y da la casualidad de que son todas las doñas de los «trincones» que se han llevado lo robado a paraísos fiscales o, cuando menos, a una vida de lujo a costa de todos los impuestos que pagamos los sufridos ciudadanos. La última de estas féminas en declarar ha sido la mujer de Bárcenas, Rosalía Iglesias, que, según dijo, no tenía tiempo con la vida tan feliz que llevaba y tan llena (de euros, supongo) para preguntar a su marido de dónde sacaba «pa tanto como destaca». De igual manera, cuando se daban una vuelta por Ginebra ella no veía ningún banco ni sabía a qué iban. No preguntaba, no tenían tiempo para hablar de los 40 millones. Ella bastante tenía con gastarlos.
¿Qué quieren que les diga? Me da una vergüenza enorme ver cómo estas cínicas nos están dejando a las mujeres por los suelos con ese ensimismamiento hacia sus corruptos maridos, que las convierte en sumisas y estúpidas mujeres florero. ¿Con qué fuerza moral vamos ha hablar de igualdad de género y de feminismo rodeadas de estos ejemplos? No comprendo cómo jueces y fiscales tienen la paciencia de escucharlas sin mandarlas directamente callar y cortar el interrogatorio. Diferencia de género es que sus parejas estén en la cárcel y las sumisas, como cómplices, no.
Otro tema sobre la doble moral es el de Trump y su web de la Casa Blanca, de la que, por lo visto, ha desaparecido el castellano. Políticos y académicos se rasgan las vestiduras. Pero, vamos a ver: aquí media España está contra la otra media. El castellano se persigue tenazmente en varias comunidades, se prohíbe en colegios y universidades y casi podría hablarse de una caza de brujas a todo lo español. Sucede en nuestro propio país sin que haya una fuerte reacción en contra. Pero en América, ese crisol de todas las maldades que es Trump no puede ni tocar nuestra amada lengua, porque para maltratarla ya nos bastamos nosotros solitos.
Esta semana escribo desde París, ciudad a la que procuro venir de vez en cuando para llenarme de su belleza y cultura. Cuando camino por sus diferentes barrios, cuando cruzo el Pont Neuf, veo el Louvre, las Tullerías, la Place Vendôme o la Concordia pienso que todo eso pudo desaparecer por el mandato de un loco como Hitler si perdía la guerra. Había colocado bombas y dado orden de destruir casi todos los monumentos emblemáticos en caso de que las tropas alemanas no pudiesen conservar la ciudad en la etapa final. El entonces gobernador alemán de París, Dietrich von Choltit, desobedeció la orden y engañó a Hitler diciéndole que París ardía en llamas. Ya desde los tiempos de Nerón hay un sentimiento pirómano muy asociado a la locura. En esta ocasión, siempre estaremos agradecidos al general nazi por desobedecer a Hitler y permitirnos seguir contemplando tanta belleza.
Ayer almorcé en el maravilloso Hotel Le Meurice, cuartel general de los altos mandos alemanes durante la guerra. Su historia te envuelve en un halo mágico que hace imaginar cómo era ese momento de esplendor nazi creyéndose los nuevos emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico. Una recomendación muy útil es la aplicación de Uber, el servicio impecable de taxis de lujo que funciona maravillosamente y a mejor precio que cualquier taxi y con enorme rapidez. Está haciendo mi estancia mucho más agradable, de igual forma que mi querido Hotel Meliá Vendome, en la Rue Cambon. Dos recomendaciones que me agradecerán.
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