Literatura
El artículo de Carmen Lomana: «La sombra de la sospecha»
«En España, un país duro, destacar de la mediocridad puede ser un estigma»
Últimamente la atmósfera de este país resulta inquietante. Cargada de sospechas en las que cada contribuyente de Hacienda podría haber dado más si se le vigilara mejor y la avalancha de espectáculos mediáticos con detenciones a personajes públicos, alcaldes y políticos, al tiempo que nos rasgamos las vestiduras y se condena mediáticamente sin saber exactamente lo que han hecho en su relación con los «papeles de Panamá», en los que parece estar implicado medio mundo. Hay cosas que no me cuadran. Como el cinismo, la doble moral y la sorpresa de algo sabido por nuestra Administración, que miraba hacia otro lado e incluso concedía amnistías fiscales cuando convenía que el dinero opaco retornase al país. Tampoco me cuadra que se descubriesen 20 millones de Bárcenas en Suiza, según dicen, de dinero opa-co de comisiones al Gobierno del PP, con el que, entre otras cosas, se pagaron las obras del edificio de Génova. Igual que la familia Puyol, que, habiendo saqueado las arcas de Cataluña, andan tan tranquilos sin haberles retirado ni el pasaporte. Me parece un agravio comparativo. Algo se debe de estar descomponiendo y huele a cloaca.
En los «papeles de Panamá» están parte de los hombres más poderosos del mundo: banqueros, políticos y familias reinantes, mientras a los curritos, autónomos o con nómina, nos sangran a impuestos y vivimos con el estigma de ser siempre sospechosos de no pagar lo suficiente. ¿Saben lo que les digo? Que no me gusta nada este doble rasero de medir ni el ambiente enrarecido en que vivimos. Con unos señores elegidos en las urnas, cobrando todos los meses por no ser capaces ni de formar gobierno... Me gustaría que España y el mundo, después de tanta guerra y horror, hubiéramos aprendido algo y que fuésemos como en Bután, ese pequeño reino perdido en el Himalaya, el «reino de la felicidad», que nos recuerda a Shangri La, aquel paraíso terrenal de «Horizontes perdidos». Sus habitantes sonríen ataviados con maravillosos ropajes de colores de estilo tibetano. Probablemente, el aislamiento durante siglos, hasta 1960, los haya preservado de la contaminación espiritual. La televisión llegó en 1999. Allí, la riqueza se mide por el índice de felicidad, no por su crecimiento económico. ¿Hacemos una pequeña mochila y emigramos a Shangri La?
Desde aquí también quiero hacer un pequeño homenaje a Cervantes parafraseando a García Márquez con el consejo que le dio a Bill Clinton: «Lo que tenemos que hacer es leer “El Quijote”, que ahí están las soluciones a todo». Cervantes llevó una vida durísima, no sólo por pasar cinco años en una cárcel de Argel, al caer prisionero tras la batalla de Lepanto, si no porque, instalado en Sevilla como recaudador de impuestos, afrontó una existencia llena de deudas, demandas y excomuniones, hasta tal punto que, habiendo publicado ya la primera parte de «El Quijote», es encarcelado, acusado de asesinato y liberado al demostrarse su inocencia. España es un país duro e injusto con sus grandes hombres de la cultura, en el que destacar de la mediocridad puede ser un estigma.
Mi semana ha sido complicada, pero con la enorme satisfacción de mi trabajo en la televisión gallega con el presentador Roberto Vilar y su magnífico equipo, a los que agradezco su cariño. Otro acto en el que disfruté fue la cena organizada por la diseñadora colombiana Paula Quintana y Elena Benarroch, en la que pudimos disfrutar de sus maravillosas joyas con unos precios muy asequibles y que son verdaderas obras de arte. Los acontecimientos tristes, que también los ha habido, prefiero no contárselos. Intentemos vivir con la actitud sonriente del reino de Bután. Tacones y morritos rojos...
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