Famosos

El «te amo» de la Campos

Esa enternecedora expresión de amor e irrefrenable impulso desde la serena templanza de sus 75 años simboliza y sublima algo más que entusiasmo sentimental. Descubrió a una María Teresa hasta ahora inédita

Edmundo «Bigote» Arrocet fue expulsado el jueves de «Supervivientes pese al apoyo de María Teresa para que ganase adeptos
Edmundo «Bigote» Arrocet fue expulsado el jueves de «Supervivientes pese al apoyo de María Teresa para que ganase adeptoslarazon

Esa enternecedora expresión de amor e irrefrenable impulso desde la serena templanza de sus 75 años simboliza y sublima algo más que entusiasmo sentimental. Descubrió a una María Teresa hasta ahora inédita.

Emocionaron y conmocionaron. Fue un gesto sorprendente, inesperado y sentido por lo que se dijeron, una vez que María Teresa Campos se había cansado de repetir que no seguiría ni entraría en «Supervivientes» por ver la participación de Edmundo. Cambió de intención creyendo que así le impulsaría al liderazgo. Difícil vaticinar quién conquistará el primer puesto, aunque lo que sí sabemos es que Edmundo ya no optará a él tras su expulsión, muy tocado, especialmente tras la emotiva llamada de María Teresa.

Demostró sorpresa, sentimiento y también un cierto temor evidente por una reacción desconcertada. Quedó claro que no aguardaba algo así tras las repetidas veces que la maestra televisiva rechazó verlo participar y cómo evitó hablar de la competición. Incluso silenció el nombre de su bienamado. Y cuando todo parecía imposible y ni siquiera quienes la conocemos bien pensábamos que esto podría ocurrir, el corazón superó a la razón, a las reticencias, rechazo y hasta reiterado enfado y malestar que ella tenía cuando Bigote desoyó sus consejos de no concursar. Sabiendo cómo María Teresa es de temperamental, esa comunicación era impensable, igual que cualquier otro apoyo. Se mantenía al margen sin querer privar al cómico de concurrir y tener una experiencia parecida a lo que hace 13 años, entonces con 55, ya había probado en algo similar organizado por Antena 3.

Golpe insuperable

«Quiero comprobar si estoy en la misma forma que entonces. Yendo saldré de dudas», llegó a decirme Edmundo más de una vez las semanas anteriores a su selección. Coincidió con el final de «¡Que tiempo tan feliz!». Fue doble golpe para la insuperable y polifacética Campos, que se la jugó muchos años atrás al «inventar» las tertulias políticas haciendo la mañana de la Primera cadena. Doble reto no sólo imponiéndolas, sino para colmo presentadas por una mujer. Un reto impensable en aquella época, donde todo lo más Rosa María Mateo ponía su imperecedero estilazo en los telediarios.

Teresa ahí rompió moldes en una carrera que siempre se la jugó con intentonas contra corriente. Llegaba de la radio que fue su primer medio y, en seguida, creó una personal, directa, cercana y distinta manera de comunicar, incluso en unos años donde no tenía el encanto físico actual, muy mejorado con la melena que durante mucho tiempo osciló según las modas y llegó a ser rubio platino. No tardó en consagrarse y su jovialidad encantó al público. Creó estilo. Todo un personaje que entonces recibía amoroso estímulo del vasco Félix Arechabaleta, su inseparable compañero durante trece años, la segunda gran relación de su vida tras el padre de sus hijas, más que amor de juventud. Hubo otros de menor duración, como un exhibicionista motero y un interesado argentino, que no dejaron más huella que la de intentonas de quienes solo pretendían lucrarse de su fama. En seguida se les conocía.

Durante los años sin ningún hombre cerca, vacacionaba con sus hijas, generalmente en Málaga, y los suyos: madre, hermanas, compañeros, como Rafa Lorenzo, o amigas. Con ella pasé un Fin de Año en Cuba como supuesto conocedor de aquello. Me fastidiaba que le encantase elegir lo que comíamos y programaba los desplazamientos por la isla. La no superada muerte de su hermana Lely, la pequeña, fue un golpe del que aún se resiente. Y por fin apareció el recién enviudado Edmundo, que seguiré llamando «Bigote» a pesar de ella.

«Media vida para popularizar ese nombre y ahora, Teresa, sales con que le llamemos Edmundo», le solté viendo cómo crecía la afinidad. Como en las buenas películas hollywoodienses, insuperables en eso de generar romances infrecuentes, tras una entrevista televisiva quedaron en verse. Y eso fue a más. La relación se hizo costumbre incrementando su contacto telefónico. Se contaban penas y ella descubrió al nuevo hombre de su vida. Nada le importó que fuese siete años más joven ya hace tres que decidió dejarse llevar por las ilusiones renacidas. Volvió a creer en el amor. Tener a Bigote junto a ella se hizo imprescindible, al punto de que dio paso a una relación en su programas donde sus colaboradores veíamos entusiasmados la solidez de sus mutuos sentimientos, los detalles, risas y la complicidad. Fueron objeto de recelos, cejas enarcadas, críticas e incredulidad. Generaron censuras y descalificaciones en casi orquestada campaña. Hasta vaticinaron que «el concurso rompería la relación» y alguna trastocada ni siquiera aplaudió cuando el lloroso grupo de «Sálvame» ovacionó su Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo. Chocó pero no alcanzó su miserable objetivo.

Esta llamada a «Supervivientes» no sólo ha supuesto un bombazo periodístico. Tuvo más: descubrió a un Bigote conmocionado por la sorpresa y ofreció un lado de María Teresa nunca visto en la pantalla. Lo más impactante no fue la llamada en sí. Tampoco el tono de animador cariño condensado en escasos minutos. Para mí fue cuando, tras hacerle saber que «en este tiempo han pasado muchas cosas» –sin entrar a revelar la asustadora conmoción del ictus y su mejoría en fase creciente, al punto de que me lo contaba la otra mañana sin acabar de creer una recuperación así–, superó los temores que todos sentimos.

«¡No tengo que volver al médico hasta septiembre! Me han autorizado a volver a nadar en casa porque me encontraron muy recuperada y solo si tengo molestias debo tomar un orfidal además de la consiguiente medicación». Lo sorprendente de ese romanticismo tan en directo y demostrativo de amor del bueno –aquí pónganle música– fue oírle decir «te amo», algo que ya parecía en desuso, habituados al menos afectivo «te quiero», que es lo que yo suelo soltar cuando se me ablanda el corazón. Ese enternecedor «te amo», tan irrefrenable impulso des-de la serena templanza de sus 75 años, supone algo más que entusiasmo sentimental. También refleja a una María Teresa hasta ahora inédita. Sigo impactado y emocionado. Menuda señora. Y creía conocerla.