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Enrique de Dinamarca, la agonía del príncipe díscolo

El repentino empeoramiento de la salud del marido de Margarita II, al que no dejaron ser rey consorte, ha obligado al heredero a regresar de inmediato al país

El príncipe Enrique junto a su hijo Federico
El príncipe Enrique junto a su hijo Federicolarazon

El repentino empeoramiento de la salud del marido de Margarita II, al que no dejaron ser rey consorte, ha obligado al heredero a regresar de inmediato al país.

Siempre tuvo la espina clavada de que no le dejaran ser rey consorte. Nunca ocultó su rabia, apelando a la equiparación de sexos, ni sus desaires al papel de segundón que le había atribuido la Casa Real, pero no fue hasta que la demencia le sirvió de coartada cuando osó elevar la voz ante la mujer que le comprendió y perdonó cada una de sus escapadas y excentricidades, la Reina Margarita II de Dinamarca, y le gritó al país entero todo el daño que tenía dentro: «Ella me toma por tonto. No me he casado con la reina para ser enterrado en Roskilde. Si quiere que me entierren a su lado tiene que nombrarme rey consorte. Punto. Me da igual».

Y así será, ahora que se apaga la luz del príncipe Enrique de Dinamarca, de 83 años, que nunca fue una figura muy popular para los daneses. Se cumplirá su deseo de no formar parte de la necrópolis real, rompiendo así con la tradición de que los restos de los monarcas y sus cónyuges descansen en la catedral de Roskilde. Su salud se ha deteriorado tanto en las últimas horas que la Casa Real se ha visto obligada a emitir un comunicado para explicar la repentina vuelta del príncipe heredero,Federico, desde Corea del Sur. Su ingreso hace trece días en el Hospital del Reino de Copenhague no hacía presagiar la gravedad que se transmitió ayer. El motivo de su hospitalización era el examen de un tumor detectado en el pulmón izquierdo, que resultó ser benigno, y una neumonía.

Previamente, el pasado mes de septiembre, la Casa Real anunció que sufría demencia. «El diagnóstico implica un debilitamiento en las funciones cognitivas» mayor de lo que cabría esperar en una persona de su edad y que puede causar «cambios en la forma de ser, de reacción, juicio y vida sentimental, e influir en el modo de relacionarse con el mundo». Con esto, sus palabras de un mes atrás quedaban justificadas. Lo que será más difícil es que el pueblo danés olvide sus comportamientos un tanto díscolos, respecto a los otros consortes de las monarquías europeas, durante 50 años de matrimonio y pertenencia a la Casa Real. Un respeto perdido, como demuestra que los daneses se burlaran cuando anunció su retiro de la vida pública a principios de 2016 o que la prensa amarilla del país le haya apodado el «príncipe llorón».

Las ausencias de Enrique han sido tan sonadas como los rumores de divorcio de la reina Margarita, que tuvo que afrontar en solitario numerosos compromisos oficiales en los que era difícil justificar la incomparecencia de su esposo, como cuando Enrique se ausentó de los actos del 75º aniversario de la reina alegando gripe, aunque se le vio de vacaciones en Venecia con amigos. O cuando se negó a asistir a la boda de Guillermo y Máxima de Holanda como castigo a que el príncipe heredero hubiera sido el anfritrión en la recepción de Año Nuevo y no él ante la enfermedad de la reina.

El príncipe consorte, viticultor en su castillo francés y poeta de versos «cínicos y románticos», como él los cataloga, grabó además un tema al piano con un grupo de rock, no dudó en pasear por la popular comuna de Christiania, donde se vende abiertamente hachís, o en disfrazarse de oso panda en una gala del Fondo Mundial para la Naturaleza. Un inconformista que ahora agoniza.