Plasencia

Fernando Falcó: «Don Juan Carlos y yo nos escapábamos para ligar»

Fernando Falcó, marqués de Cubas
Fernando Falcó, marqués de Cubaslarazon

El Marqués de Cubas debuta en el mundo de la restauración con Capuccino, donde espera a su amigo de la infancia, al que invita a comer sushi

Acaba de abrir un restaurante en la urbanización madrileña de La Moraleja y explota cinegéticamente su finca llamada Valero, que hace años quisieron expropiarle. Es el tercer Marqués de Cubas, Isabel II se lo concedió a una tía de su abuelo y éste, como tenía más, se lo cedió a Fernando Falcó cuando cumplió 14 años. Durante 26 años fue presidente del RACE, también presidió unas bodegas propiedad de Rumasa y llegó a vicepresidente de un banco extremeño «por mi vinculación con esa tierra». El marqués de Cubas es un hombre que usa, pero poco, su móvil y sólo para hablar por teléfono: «Yo no tengo edad para hacerme selfies». Es de la quinta del Rey Juan Carlos, se llevan un año, con el que se crió y vivió estrechamente hasta que ambos se preparaban para entrar en la Academia Militar y el entonces príncipe vivía en casa de Fernando Falcó. Es elegante, alto y lo que se entiende por un caballero español, en todos los sentidos.

– ¿El restaurante Capuccino es el primer negocio de su vida?

– No, porque en mis tiempos de juventud tuve con unos amigos una discoteca, La Boite, que era muy divertida y teníamos también restaurante. Estaba soltero, era joven, no tenía compromisos y la verdad, me gustaba mucho salir y tenía muchos amigos y amigas.

–De ahí le viene la fama de galán?­

– No, eso es más imaginación porque yo era una persona normal y corriente a la que le gustaban las mujeres y lógicamente, procuraba salir con las más guapas. No se me dio mal.

–Cincuenta años después pone un restaurante relajado y se convierte en «marqués tabernero».

– Pues sí. Ahora no tendría una discoteca por nada del mundo. Aquí se come bien y es una cadena muy conocida con su propia música, radio, revista y hasta vino propio. Yo la conocía de Mallorca.

–Y justo está pegado a una cafetería de otro amigo del Rey, de Miguel Arias, así cuando venga Don Juan Carlos, puede hacerse la ruta de los amigos sin salir de la zona.

– Y también, Miguel Arias, es muy amigo mío. Es verdad, es una buena combinación que puede hacer el Rey. Donde Miguel puede tomar el aperitivo y en Capuccino comer. Yo le recomendaría primero un sushi y luego una hamburguesa porque a los restaurantes a los que va no creo que haya hamburguesas y como le gustan los platos calientes, le daría también un humus de garbanzos.

–No les imagino comiendo con las manos y chorreando tomate...

– De ninguna de las maneras. Yo las como con tenedor y cuchillo y creo que el Rey también la comería así. Es difícil comerlas con las manos porque te pringas todo. Por supuesto que nunca he pisado un Burguer King o similar. Bueno, en Estados Unidos entré una vez.

–Si me permite la duda, al Rey Juan Carlos, tampoco le veo muy de sushi...

–Evidentemente no es muy aficionado pero le puede gustar. Es que yo creo que lo ha probado poco. Ahora sale mucho a restaurantes porque no ha podido hacerlo durante años y está encantado porque le gusta comer y beber bien. Como a mí, que me encanta hacerlo fuera de casa. Somos buenos comedores.

–Eso es porque comían mal en el colegio al que iban los dos y ahora se desquitan?

– La verdad es que no comíamos muy bien, digamos que comíamos regular porque en esa época, finales de los cuarenta, no se comía bien en España, sólo en los pueblos y tascas y claro, éramos pequeños y allí no íbamos. Nos daban muchos platos de cuchara y también italianos, comimos muchos espaguetis. Había una cocinera, primero en las Jarillas y luego en Miramar, pero era regular. Claro que hambre no pasamos.

–Qué de vivencias con Don Juan Carlos. Supongo que harían pifias juntos y más de una escapada.

– Sí, es verdad. Esas vivencias unen mucho y él se hace querer porque siempre ha sido abierto, simpático y fácil de trato. De pequeños éramos buenos y no nos escapábamos, luego, ya un poco más mayores, alguna hicimos. Cuando estaba en casa viviendo preparándose para las Academias nos escapábamos, por supuesto, para ligar y no queríamos que nos viera el director de estudios, el general Martínez Campos, duque de la Torre, que era muy severo pero conseguíamos escaparnos de su ojo implacable.

–Supongo que no tendrían problemas para ligar. No le haría usted la pelota al Rey y le dejaría el camino libre, ¿verdad?

–Nunca tuvimos una discusión por las mujeres, nos llevábamos bien hasta en eso. Yo no le hacía ni le hago la pelota, en absoluto.

–Y ahora se recicla y se convierte en «marqués tabernero».

– Me encanta, entiendo bastante de comida y en mi restaurante se da calidad. Me encanta dar de comer a la gente. Entiendo mucho de vinos y me gusta disfrutar de todos sin ceñirme a uno solo, por eso prefiero no ser propietario de ningún vino para no tener compromiso y, además, porque mis tierras no son buenas para las vides. Cuando cumplí los 50 años dejé de fumar y ya no tomo destilados, sólo vino.

–¿Por qué no concede entrevistas?

–Me gusta estar como escondido y ver lo que pasa. En los restaurantes prefiero estar de espaldas, pero de reojo veo todo lo que ocurre a mi alrededor. Es que a mi edad conozco a mucha gente y también para ellos es incómodo estar saludando; y no doy entrevistas, es verdad, es que no me gusta, pero leo su periódico.

–El problema de algunos nobles con grandes bienes es la falta de «cash». ¿A ustedes les ocurre como a los Alba, que tienen que alquilar sus palacios?

–Sí, es verdad y, además, resulta complicado mantener esos casoplones antiguos, cuestan mucho dinero porque siempre tienen problemas. Hay que sacarles alguna rentabilidad. Nosotros tenemos el palacio de Miravent en Plasencia y está abierto al público, se puede visitar en grupos de hasta 20 personas, y el Castillo de Malpica en Toledo es de mi hermano, que es donde tiene la bodega, y yo poseo una pequeña participación en ella.

–Por cierto, ¿qué le parece que regulen los piropos?

–No hay que prohibirlos, es un exceso de feminismo que está fuera de lugar. Yo creo que elogiar a la mujer con buena intención y con gracia es precioso.

–Usted fue vicepresidente del Banco de Extremadura. ¿Tenían tarjetas «black»?

– Jamás he tenido tarjetas de empresa. Nunca me han gustado porque es complicado distinguir lo que es privado y lo que es profesional, la frontera es difusa. Lo mejor es pasar las cuentas, que es lo que he hecho yo siempre. Me he llevado con las tarjetas «black» alguna decepción con gente que tenía en muy alta estima y prefiero darles el beneficio de la duda y pensar que no sabían muy bien de qué iba el tema.

–¿Se podía imaginar que a su antiguo compañero de pupitre le podrían poner demandas de paternidad a sus 77 años?

– Son demandas absurdas, ¡pero si la Costa del Sol el Rey no la pisaba!, al menos, en esa época. Estoy seguro de que no tendrá ningún problema. No he hablado con él de este tema ni pienso hacerlo. Si te quieren meter en un lío de esos, te pueden meter. Por suerte, a mí no me ha pasado.

–También dijo que jamás hubiera pensado que el Rey abdicaría. Se equivocó, don Fernando.

–Pues sí, me sorprendió muchísimo. Siempre he creído que no abdicaría y me pilló en un desayuno de trabajo en un hotel, y también se encontraba la vicepresidenta y todos estábamos más pendientes del discurso del Rey que de otra cosa, pero Don Juan Carlos sigue ayudando porque da consejo y es un relaciones públicas internacional inmejorable.