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Isabel aún no sabe si casarse con Mario
Es maestra en cómo mantener viva la pasión y el misterio del que puede ser su cuarto matrimonio. «No hay anillo. Lo estoy pensando», afirma
Es maestra en cómo mantener viva la pasión y el misterio del que puede ser su cuarto matrimonio. «No hay anillo. Lo estoy pensando», afirma
Ella, historia viva, sigue la fórmula de Franco cuando inauguraba los pantanos aliviadores de la pertinaz sequía. Idéntico uso y casi las mismas palabras. Si el Caudillo decía «queda inaugurado este pantano», ella moderniza con «queda abierta la temporada social». Y pega uno de sus habituales mazazos. Brilla como siempre y opaca para el resto. Las de su quinta, ya casi septuagenarias –las Marisas and «company» y hasta Naty Abascal–, han sido relegadas a un vergonzoso olvido. Unas, por desfasadas; otras, por excesivas, como la sevillana, que no parece enterarse de que los años pasan ahora reavivados con cara de pepona, nada que ver con su magnetismo de nariguda y un cuerpo eternamente juvenil que, de vaqueros, marcó estilo en el polémico debut madrileño de Rocío Peralta.
La aún no consagrada diseñadora enfadó a los medios limitando el acceso y sólo queriendo fotos de sus patrocinadores. Como Dios siempre castiga las malas acciones –y lo es entorpecer el trabajo informativo– y la cosa era en los remojados jardines del Santo Mauro, donde pasaron unos modelos nada impactantes, el agua los regeneró. Tiene mucho que aprender además de las buenas formas que siempre tuvo su tío, el gran jinete Ángel Peralta, y también su padre, luego malísimo cantante, Rafael, todo un señor. Esta repija recién llegada debería aprender de la elegancia ya histórica de la diseñadora flamenca Lina, prolongada por su hija. O el aguante de Victorio & Lucchino, ya por encima de la pijería sevillana como es lo de Naty con reciente españolada muy criticada en los «Escaparate». Les pareció burla y ofensa promocionando de forma típica unos zapatos carísimos de los que sólo lanzan cinco modelos casi iguales. Tony Benítez, otro bético grande en la alta costura, vistió a muchas populares y siempre tuvo respaldo de los medios. Otra forma de ser que se refleja en la exquisitez de su obra. La niña tiene que recibir lecciones porque Madrid y su prensa no son sus complacientes vecinos.
Sin mazazo, pero de contundente presencia rebosando esencia, Isabel Preysler se relanza con el otoño. Lo mismo asombrándose en el Teatro Real que amadrinando, previo pago, la unión –otra boda singular– entre Esteban Rabat y Rolex. Un «sí, quiero» que beneficia a las dos marcas, superando lo mantenido hasta ahora. El barcelonés hoy consagrado, al que conocí en su primera tienda de Badalona vendiendo a plazos a un artisteo, encabezado por Bárbara Rey, es el rey español de los brillantes. Los tiene espectaculares, bien expuestos en su madrileña tienda de Serrano y en la barcelonesa de Paseo de Gracia. Isabel es un talismán, y para este bautizo rompió el ya hábito de vestirse de negro. Fue de blanco, exhibiendo de forma casi estival hombros desnudos, que realza conocedora de cómo impacta, al igual que Doña Letizia enseñando brazos aparentemente frágiles.
Habló según lo firmado en contrato. «Mario me pidió matrimonio hace meses, pero no hay anillo. Lo estoy pensando», dijo sin añadir una coma a lo ya manifestado este verano. Es maestra en cómo mantener viva la pasión. Ya deslumbró en la noche operística seguida por el recital de Juan Diego Flórez, una afición imbuida por el novelista. Al principio creímos que lo acompañaba obligada por amor. Lo de ahora ya es entrega total a las pasiones, como los supuestos que Pilar Eyre vierte en «Un amor oriental», donde cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia. Es la historia española de Preysler palabra por palabra. Sólo varía el nombre de los protagonistas. A Alfredo Fraile lo apellida Abad de manera bastante chusca, digna de Paco Martínez Soria. Se lee sin poder soltarlo. Evoca cómo con sólo l7 años sus padres, de ascendencia gallega que yo ignoraba, la pasaportaron a España tras entregarse en Manila a un playboy 15 años mayor que ella, de amplio historial amoroso. La encandiló hondo, ingenua como era. Tal y como cuenta Pilar, quizá imaginando, fue doloroso o casi traumático. Nunca lo supimos hasta esta novelización con mucho sexo porque para nosotros Isabel nació el día que conoció a Julio Iglesias y surgió un flechazo siempre torpedeado por Charo de la Cueva, aquí rebautizada. Nadie imaginó entonces que sería nuestra «reina del cuore forever». Supera a las demás, vence con armas, un tiempo leyenda, como lo del carrete embaucador. No sorprendió que su segundo marido fuese el marqués de Griñón. Escogía pareja marcando una progresión social, eternizada casi treinta años con Miguel Boyer. Sólo la muerte pudo separarlos.
Se muerden las uñas, se tiran de las largas melenas rubias ya cansinas y le sonríen escondiendo envidia cuando no odio. Se preguntaban tontamente qué tiene ella y no nosotras. Un saber estar, actuar y comportarse como ninguna otra. Y siempre cuento hasta qué punto me impactó cuando la veía fumar cogiendo el cigarrillo como los mitos de Hollywood. ¿Qué tiene Preysler? Lo que le falta al resto.
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