Famosos
La feria de la vida
No puedo más de tantos días de fiesta. Madrid, con puente interminable, y para que no decaiga la fiesta, empalmo con la Feria de Abril de Sevilla
No puedo más de tantos días de fiesta. Madrid, con puente interminable, y para que no decaiga la fiesta, empalmo con la Feria de Abril de Sevilla. La vida hay que disfrutarla como si no hubiese un mañana. Hoy, mientras comía con mi amigo Mario Niebla bajo los naranjos en La Plaza de Doña Elvira, viene a mi cabeza una antigua canción, la de «Están clavadas dos cruces», que habla de este romántico lugar y de una historia de amor. Todo en Sevilla es evocador, es como un gran plató de cine en el que suceden continuamente historias, y todas se viven con la misma intensidad.
La feria es igual que una alegoría de la propia vida. Tiene un paralelismo en el sentido de lo efímero. Un lugar de paso en el que se crea, con viviendas entoldadas, una ciudad donde la gente recibe como en su propia casa. Pasan muchas cosas importantes, alegría, abrazos de reencuentros, aunque con fecha de caducidad, ya que dentro de una semana en ese recinto no habrá nada, ni siquiera los tubos. Es la gran moraleja de la vida, un referente para que la tomemos como una gran feria. Todo tiene un comienzo y un final, y el momento hay que saber disfrutarlo.
Los habitantes son el alma de sus ciudades. Éstas no son importantes por sus monumentos sino por las personas que las habitaron y crearon su leyenda. Sevilla es una de leyenda y no sería la misma si no tuviese la imagen del Cristo del Cachorro, cuyo rostro está inspirado en un gitano moribundo por un navajazo. La boda de Carlos V en los reales Alcázares con Isabel de Portugal, Velázquez paseando por sus calles, Don Juan Tenorio en el Mesón del Laurel contándole sus fechorías a Don Luis Mejía o la tremenda historia de La Susona, una bella judía que traicionó a los suyos por amor y que al morir, como penitencia, dejó escrito que le cortasen la cabeza y la dejaran colgada en la puerta de su casa. En ella habían matado a su familia por un chivatazo suyo a su amor, un prominente caballero cristiano de aristocrática familia sevillana con el que la Susona se había hecho ilusiones de prosperar socialmente, convirtiéndose en su amante. Su cabeza permaneció sujeta por un clavo desde el siglo XV al XVII. A esa calle se le llamó La de la muerte, y aún existe. En la puerta de su casa hasta hace poco había un azulejo con la representación macabra de su cabeza.
Me faltaría espacio en esta crónica si tuviese que enumerar la cantidad de leyendas que Sevilla esconde. Las cigarreras saliendo por la calle San Fernando de la fábrica de tabacos con sus mantones de Manila, que inspiraron la ópera de «Carmen». O Grace Kelly y Jaqueline Kennedy en un duelo de diosas por el Real de la Feria, una desde su coche de caballos y la otra montando a uno vestida de corto estilosísima. Esto y mucho más es lo que hace grande a las ciudades, aunque indudablemente todo son momentos efímeros, como la propia Feria.
Ayer, durante una cena en el Palacio de Pilatos, me sentía absolutamente ensimismada ante la belleza de su arquitectura. Un palacio renacentista, pero con vestigios del imperio romano, el mismo al que Sevilla dio dos emperadores, Trajano y Adriano. La armonía de sus patios, columnas y arcadas es perfecta, como también lo fue la noche. Los invitados eran en su mayoría italianos, americanos e ingleses, entre los que se encontraban las famosas hermanas Miller, Marie Chantal con su marido Pablo de Grecia y Pía con un sevillano guapísimo y adorable, José Antonio Ruiz Verdejo, hijo de los cónsules de Italia.
Para mí el plan perfecto en feria es pasear en coche de caballos a última hora de la mañana, visitar amigos en sus casetas y disfrutar de la belleza de los vestidos de flamenca y de los trajes de corto, mientras tomas un «rebujito» y picoteas las delicias que te ofrecen marcándote una sevillana de vez en cuando. Luego descanso para volver a empezar la noche, que cambia completamente de color y ambiente. Hoy vuelvo a Madrid, deseando retomar el trabajo y la alegría de la rutina.
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