Navidad

La magia efímera de la Navidad

La magia efímera de la Navidad
La magia efímera de la Navidadlarazon

Ayer me despertaron con la noticia del fallecimiento de Carmen Franco. Era una muerte esperada que ella asumió con enorme tranquilidad y elegancia quedándose en el piso donde siempre vivió sin hacer ninguna «alaraca». Tuve la suerte de conocerla y coincidir varias veces en almuerzos en casa de Cuqui Fierro así como en el Rastrillo de Nuevo Futuro donde siempre estaba ayudando. Me impresionaba muchísimo su discreción, sencillez, cultura, bondad, la curiosidad que nunca abandonó viajando y descubriendo nuevos lugares y culturas hasta que sus fuerzas en octubre debido a la enfermedad que ella conocía perfectamente la obligaron a guardar reposo. Era una gran señora, con un saber estar y serenidad innatas y trasmitiendo una enorme elegancia y bondad. Jamás la escuche quejarse ni hablar mal de nadie, aguantó muchas críticas injustas, especialmente la actitud con respecto a ese Pazo de la familia que fué regalado a sus padres y que ella tanto cuidó y quiso, me pareció impresentable la actitud de algunas personas queriendo echarla de allí que era su casa. No debía de ser fácil ser la hija de Francisco Franco y tener que lidiar con enorme dignidad contra su apellido en un país tan cainita como el nuestro. Pero nunca quiso abandonar España y siguió viviendo como siempre lo había hecho en su piso de Hermanos Bécquer.

Si comparamos a esta familia con la de otros políticos que han robado para varias generaciones llevando vidas de lujo, esta familia es ejemplar. Todos trabajan y viven en la discreción más absoluta. Mi madre que era de la misma generación siempre me contaba que se habían conocido después de la guerra cuando tenían unos catorce años y me enseñaba fotos con ella, siempre quiso volver a verla, algo que pudo hacerse realidad a través de mi amigo Daniel San Martín cuando fueron con la Orden del Santo Sepulcro a León, donde Fefa, mi querida madre paso los últimos años de su vida. Para ella este reencuentro fue una gran alegría unida al cariño con el que la recibió Carmen. Por esto y por muchos recuerdos bonitos que tengo de esta gran señora he querido dedicarle estas palabras.

Qué poquito queda de 2017, no sé a ustedes pero a mí me entra una especie de vértigo y de pereza a enfrentarme a otro año, ya sé que es solo una fecha, pero no lo puedo remediar. Esto unido a que no me gustan los «cotillones» de fin de año y la obligación de tener que pasártelo estupendamente hacen que esté deseando plantarme en la fiesta de Reyes. Esa sí me encanta, especialmente por la alegría y las caritas de felicidad de los niños viendo las cabalgatas. El Niño pequeño necesita a los Reyes Magos y a Papá Noel porque necesitan inconscientemente las figuras idealizadas de los padres que todo lo pueden. También les hemos dado la idea de que sus deseos se harán realidad si han sido buenos. Pero si recibe demasiado yo creo que le produce una sobrestimulación que lo aturde y no sabe cómo gestionar la cantidad de juegos que le llegan y poder disfrutar de ellos. Recuerdo cuando me despertaba el día de Reyes con mis hermanos y estábamos pegados al cristal del salón que habían cerrado mis padres para que no entrásemos hasta que ellos se levantaran. Ver tal cantidad de paquetes y regalos me estresaba y pensaba: menos mal que existen los Reyes porque mis papás nunca podrían comprarnos tantas cosas... y yo que era una niña hipersensible he llegado a ponerme enferma de la emoción. Muchas son las emociones de estos días en tan corto espacio de tiempo. También recuerdo en una casa de mi infancia rodeada de árboles que no entendía muy bien por qué durante Navidad se introducía uno en el salón, un pino que no podía arraigar en el suelo de baldosa, su seriedad se veía desbaratada cuando se abrían las cajas de los adornos y ese pino se convertía en un ser majestuoso lleno de colores, luces y bolas de cristal. Era feliz contemplándolo. Esa es la magia efímera de la Navidad. Feliz 2018.