Lluís Fernández

La otra memoria histórica

La Razón
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Marujita Díaz ya era un personaje paleofriqui mucho antes de su primera operación: la nariz, que, para ser justos, la desmerecía bastante. Se la dejó respingona, airosa y divertida, como era ella en todos los planos de su vida artística, musical, peliculera y la del mundanal ruido televisivo. En todos ellos dejó su impronta con más detalle y precisión que las pinturas de Altamira: grabada al láser.

El arte supremo de Marujita Díaz era ella misma. Por su «arte» y gracejo andaluz y por ende español, nadie como ella cantaba «Banderita», de la revista «Las corsarias». ¡Qué marcial! ¡Cuán arrebatada! Con ese sentimiento zarzuelero que hacía que su voz tremolara como ondea la bandera que riela al viento.

Aunque tarde, nunca el señor Pedro Sánchez pudo contar en su campaña a lo Obama con un personaje de la talla (grande) de Marujita Díaz para entonar desde un rincón del estrado, recortados ambos por la bandera rojigualda en la pantalla LED, «Banderita tú eres roja, banderita tú eres gualda», y enardecer a las masas socialistas, deseosas de reconciliarse con el sentimiento patriótico, nuestras señas de identidad por ellos tan pretéritas.

Pero Marujita Díaz era de una memoria histórica distinta, porque ella siempre supo que la identidad es una fantasía política soñada, tan imaginaria como inalcanzable para algunos, por ser de todos. Por eso cantaba «Banderita» a voz en cuello.

Puestos a ser justos, si colocamos a un lado el cine de Marujita Díaz, una filmografía popular nada desdeñable de comedias musicales del subdesarrollo español, miméticas algunas de las de Sarita Montiel pero en un registro cómico, y al otro su vertiginoso giro de las niñas de sus ojos, ¿quién duda de que el respetable se quedaría con este prodigio de la naturaleza artística que linda con el circo ocular?

Ella fue una adelantada a su tiempo. En esto, sin duda, y en cosas como las que cuenta el que fuera su marido, Espartaco Santoni, que cuando llegaba a Madrid y tocaba el timbre de su piso, era tal su emoción que Marujita iba orinándose por el pasillo al saber que volvía a casa. No menos divertido fue cuando su amiga Sara Montiel le contó con pelos y señales la envergadura de Gary Cooper. No se lo pensó dos veces. Su yate estaba fondeado cerca del suyo y ni corta ni perezosa saltó al agua y nadó y nadó hasta hacerse la encontradiza con Gary, y se amaron en su yate mecidos por las olas del mar.

Por último, Marujita Díaz supo adelantarse en un lustro a la posmodernidad y al friquismo con su promoción en las revistas del corazón de su operación de liposucción fotografiada paso a paso, antes de que la artista Orlan promocionara como body art la remodelación de su cuerpo.

Digamos que Marujita Díaz hizo del

«made freak» de la artista sadomasoquista del quirófano, la silicona y el bisturí material artístico de masas y no de élite la remodelación perforomántica de su propio cuerpo. Una «metamorfosis identitaria» radical del cuerpo convertido en campo experimental del «body art» o «post arte orgánico», que la artista Orlan, friquesa de la acción artística, califica de «arte carnal».

Y como la frontera en el arte contemporáneo entre parodia y arte es imposible de delimitar por haber hecho de la vida arte, a las perforamancias artísticas de Orlán sólo pueden oponerse las «exclusivas» de Marujita Díaz, que vendió a «Diez Minutos» las fotografías de su primera liposucción en directo.

Lo divertido no es que el exhibicionismo de Marujita Díaz, cuya voluntad es estética, o sea, carente de pretensiones culturales serias, ponga en cuestión este tipo de arte, el arte perforamántico de Orlan, cuyo estatus artístico nadie discute. Si consideramos artísticas tales «intervenciones», y como todo es artístico, Marujita Díaz podría haber reivindicado su liposucción o sus labios siliconados como dos salchichas Purlón como perforamancias con el mismo derecho que Orlan.

Que no los reivindicara no significa que la homologación no existiera ni haya tenido consecuencias radicales tanto en el mundo artístico como en la vida cotidiana al difuminar las fronteras que hasta ahora contenía estos dos ámbitos infranqueables: de ahí la proliferación del friqui, y de la fricosis como enfermedad social. Y en esto, Marujita Díaz, la Pelusa, la de los ojos giróvagos, fue un genio perforamántico anterior y muy superior a Belén Esteban.