Barajas

La última luz de el Pardo

La última luz de el Pardo
La última luz de el Pardolarazon

De niña vivió una guerra fratricida muy festiva, nada dramática. Cuando los nacionales tomaban un pueblo o una ciudad, salía con otros niños, con sus primos los Serrano-Polo y amigos a la calle a manifestarse y a cantar los himnos. Aquello era para ella divertido. Como lo fue la cuarentena que tuvo que pasar aislada en Pastrana, a causa de unas paperas, durante la Batalla del Ebro. De adolescente, y en su más temprana juventud, tenía que esquivar el látigo del cardenal Segura, azote de las actividades «licenciosas o pecaminosas» de unas jóvenes que querían llevar la falda algo subida o bailar un poco agarradas. Su juventud fue alegre y risueña, aún dentro de su timidez y recogimiento. Tuvo pocos cortejos amorosos conocidos. Se pudo casar con Saturnino Suanzes, hijo del almirante Suanzes, presidente del INI y del entorno de mayor confianza de su padre, pero el enlace se decantó finalmente por Cristóbal Martínez Bordiú, marqués de Villaverde. Con él tuvo siete hijos que llenaron El Pardo los fines de semana de ruidos y risas, en un entorno familiar que siempre fue entre el padre, la madre y ella, la única hija. Al morir su padre empezó a vivir otra vida muy diferente y llena de recuerdos, como las zarzuelas que cantaba su padre en su infancia mientras conducía.

Carmen Franco Polo, duquesa de Franco, ha vivido, prácticamente, un siglo de la historia de España. Nació en la monarquía de Alfonso XIII en plena «dictablanda» de Primo de Rivera, conoció la República y sus avatares revolucionarios-contrarrevolucionarios, la Guerra Civil, la larga dictadura personal de su padre, la Transición a la democracia y a los seis presidentes que hasta ahora ha tenido. Tras ella se cierra la última figura de El Pardo. La última luz de una época.

Siempre quiso ser una mujer sencilla, insignificante, que no se notara su presencia en un entorno en el que a su padre se le había exaltado a la categoría de mito reverencial. Y eso fue su mejor virtud, que cuidó de forma escrupulosa desde la prudencia y la reserva. Nunca se le conoció ningún escándalo, mientras su marido protagonizó varios, al igual que algunos de sus hijos, vía juzgados o desde los papeles del mundo de las vanidades.

La única vez que se vio envuelta en cierto ruido mediático fue cuando en abril de 1978 le detectaron en un control de Barajas unas monedas de oro de su padre que llevaba a Suiza para incrustarlas en un reloj. El entonces ministro de Hacienda, Fernández Ordoñez, quiso hacer leña del asunto con la acusación de evasión de objetos de valor histórico, de una infracción por contrabando y una fuerte sanción económica. La Justicia anuló las acusaciones y la multa. Fue absuelta y las monedas retenidas le fueron restituidas.

Francisco Franco, el Caudillo, fue un padre muy familiar, pese a no jugar mucho con ella y no ocuparse directamente de su educación, algo de una época acentuadamente machista. Y también por sus altas responsabilidades. De sus recuerdos de infancia –además de cantar pasajes de zarzuelas– le quedaron la imagen de un padre locuaz y bromista. Después, tras regresar junto con su madre de Francia a una España ensangrentada en la contienda civil, se encontró con una persona diferente, seria y retraída. Era ya otro padre. Con él le gustaba salir juntos a caballo y a cazar. Las conversaciones en la mesa, siempre frugal y nada ostentosa, eran sobre hechos comunes o simples y pocas veces sobre cuestiones políticas o de importancia capital. Sabía que su padre mandaba mucho, todo, pero en casa era sencillo, dejando que su madre decidiera sobre todas las cuestiones domésticas. Nunca le limitó su libertad de acción, ni sobre amistades y compañías.

Tras su boda con el marqués de Villaverde empezó a vivir otra vida fuera de El Pardo. Se fue a vivir a Madrid y a recorrer el mundo de forma intensa hasta casi el final. Evita Perón la fascinó y Eisenhower le pareció muy simpático. Tuvo una familia numerosa que a los abuelos les agradaba tener en El Pardo los fines de semana. Todo un ala para ellos. La predilecta de Franco fue Merry, y Carmen la de la abuela, aunque Francis fue el que vivió más tiempo con el abuelo. La boda de Carmencita con el infante Alfonso de Borbón le llenó de dudas, aparte de especulaciones sucesorias que Franco jamás contempló. Para ella el duque de Cádiz era una persona apocada, seria y aburrida. Y mayor para su hija. Por ello no tuvo dudas en aportar ante el tribunal eclesiástico, que declaró la nulidad del matrimonio, que su hija era inmadura y no estaba preparada para el mismo.

Vivió con ligera preocupación el accidente de caza (o atentado) que Franco sufrió la Nochebuena de 1961, con mayor dramatismo el magnicidio de Carrero Blanco –el golpe más duro que sufrió Franco–, y de forma desgarradora la terrible agonía y muerte de su padre el 20 de noviembre de 1975. Fue protagonista de su testamento político al introducir en él algunas palabras. Nunca pensó marcharse de España, deseando que la dejaran vivir junto a su familia de forma tranquila. No entendió el por qué del hostigamiento de Suárez, quien se lo debía todo al régimen de su padre, a diferencia del comportamiento de Felipe González, viviendo con preocupación el resentimiento y odio reabierto en los últimos años por Zapatero y el revisionismo populista.

Muy rara vez rompió su silencio (en una ocasión con el hispanista Stanley Payne y conmigo). Siempre quiso vivir una vida inadvertida, ajustada a su personalidad, entre viajes, amigos, sus partidas de cartas, actos sociales y solidarios, hasta que una recidiva del cáncer que padeció hace años le fue devorando sus últimas energías en plena lucidez.

Carmen Franco Polo, duquesa de Franco y Grande de España, nació en Oviedo el 14 de septiembre de 1926, y falleció el a los 91 años de edad.