Obituario

Adiós a la última española elegante

Charo Palacios, condesa de Montarco, que murió ayer a los 79 años en Madrid, fue la mejor y más aristocrática maniquí de Elio Berhanyer, además de su amiga íntima.. La recordaremos cálida, cordial y siempre «chic» ahora que ya no forma parte de nuestra lista de «las más»

La Duquesa de Montarco, en una imagen de 2013.
La Duquesa de Montarco, en una imagen de 2013.larazon

Charo Palacios, condesa de Montarco, que murió ayer a los 79 años en Madrid, fue la mejor y más aristocrática maniquí de Elio Berhanyer, además de su amiga íntima.

Tras la muerte de Mike Stilianopoulos, marido de Pitita Ridruejo, ha llegado otro golpe a nuestra jet set. Hablé de Charo hace tres días comentando mi reencuentro con el casi nonagenario Elio Berhanyer, guapo y lúcido como en sus mejores tiempos. Rompió corazones sin distinguir sexo, mientras con Balenciaga, Pertegaz y Pedro Rodríguez componían lo máximo de nuestra Alta Costura ahora extinguida. Pocos aún le llaman así a cositas que vemos en alguna pasarela alejada de lo que realmente existió y sobrevive en los desfiles de París, en los de Milán y, a veces, en Nueva York. Charo Palacios, condesa de Montarco por matrimonio desigual, sobrevivía los tiempos pródigos de «nuestras más». Tenía un apacible y cómodo estilo «made by Berhanyer» nada llamativo, muy de señora normal, en contraste con los aldabonazos estéticos de Naty Abascal en sus mejores años, que no son los de ahora. Desaparecidos De la Renta, por cáncer, y Valentino, al retirarse, dejaron de aupar su estupendo esqueleto de maniquí. Abascal era insuperable antes de rehabilitar y deformar su cara ya irreconocible por lo que se ha metido.

La condesa de Montarco –que se casó en 1968, en Portugal y con mucha discreción, con el viudo Eduardo de Rojas Ordóñez, de quien recibió el título– no cometió esos excesos; y hubiera podido, porque historial y pedigrí no le faltaban, según los comentarios, supongo que envidiosos, de sus enemigas. Abundaban en aquella sociedad especuladora que no dejó de añorar; la nostalgia no es un error ante este casi desaliño. Exacta, perfecta siempre, consciente de que lo elegante es no destacar, Charo Montarco fue la mejor y más aristocrática maniquí de Elio, además de íntima amiga, directora de costura, mano derecha y hasta traductora, ya que hablaba inglés, portugués, francés e italiano. A pesar de que en su primer encuentro con el diseñador no desfiló bien, éste la fichó y la llevó, junto a Naty y Ana María Abascal, a sus pasarelas de Nueva York.

No llamar la atención

Marca, imagen, santo y seña nada violento, generalmente con trajes de franela y dorados botones cruzados, a veces más atrevida en sus últimos años de permanente peinado hacia atrás con moño bajo. Nunca alteraba. Fue una de las menos estridentes de un equipo patrio con la más glamurosa Marisa de Borbón las catalanas Carmen Mateu, Bibi Samaranch y su cuñada Tota de la Cambra, superándolas con su fidelidad al Dior que siempre vestía en las inauguraciones liceistas.

Era notable la diferencia entre Barcelona y Madrid a la hora de componerse. Competían más por sobresalir que destacando; lo elegante es eso, ya se sabe: no llamar la atención y siempre sonriendo. Charo Palacios lo extendió a su trabajo, una cordialidad que degusté en un par de viajes a Marrakech cuando el turismo marroquí montaba un viaje vip siempre añorado. Nada como el roce para conocer a una persona. Descubrí a una mujer cultísima, contenida, quizá frenada por las circunstancias y con la ironía gallega esbozada con mucha clase y sin herir. Era deliciosa más allá de lo físico, no aparentaba sus 79 años, los últimos tiempos estuvo en un paraíso desconocido y así la recordaremos: cálida, cordial y siempre «chic» ahora que ya no forma parte de nuestra lista de «las más».