Muere Manolo Escobar
¿Por qué Manolo Escobar nunca hizo las Américas?
Tras acabar el año con la pérdida de George Michael –2016 resultó trágico para la música–, iniciamos enero con otra muerte: la de Anita Marx. No era artista, pero como si lo fuera. Siempre sombra y apoyo de Mr. Porompompero, que tras jalones como «Mi carro» y «No me gusta que a los toros te pongas la minifalda», colocó broche de oro a medio siglo cantando, al final ya sin la compañía de sus hermanos a la guitarra. «¡Viva España!», conmemoradora de nuestros irrepetibles mundiales, alcanzó su plenitud recreada por Manolo, que casi la transformó en un himno nacional aplaudido en su ramplona letra a falta de otro mejor para la Marcha Real. Fracasaron todos los concursos o intentos de ponérsela, hubo intrigas políticas y artísticas, un jaleo de intereses buscando la exaltación literaria de nuestro país, como Francia hizo con «La marsellesa. El creado por José María Pemán en los 40 pareció patriotero y desfasado:
«¡Viva España,
alzad los brazos hijos del pueblo español
que empieza a resurgir.
Gloria a la Patria
Que supo seguir
Con el azul del mar
Y el caminar del sol».
Lo encontraron demasiado azul incluso tratándose del mar, que acaso más les hubiese gustado rojo o negro. Nada que oliese a joseantoniano. Cataluña elogia la «patria del seu cor» y Galicia «a terra verdecente e os verdes pinos», firmado por su gran poeta Pondal. «¡Viva España!» nació sin intenciones patrióticas. Bastó que la grabase Manolo Escobar para convertirse en un «hit» que nos evita la vergüenza que causamos cuando, a falta de letra poética o patriotera, la tarareamos ante asombrados extraños. «Pero, ¿esto qué es?», preguntan, perplejos de semejante carencia en un país de tanta historia y literatura engrandecedora. Escobar cubrió un hueco y hemos de apechugarlo, uniéndolo al «Porompompó, porompompero». Paciencia.
«En los primeros meses, Anita superó el fallecimiento de mi tío y padrino», detalla su sobrino Gregorio García Escobar, hijo de uno de los diez hermanos que tuvo el cantante tan español que, sin embargo, nunca «hizo las Américas». Aunque en países como Argentina habían sido ídolos Miguel de Molina –y bien lo reflejan «Las cosas del querer» en sus dos versiones, con la espléndida Ángela Molina y con Manuel Bandera mejor que ahora en el teatro con Bibi, Alaska y Vaquerizo– Pedrito Rico y Juanita Reina, Manolo siempre rehuyó ir, considerando que aquellos escenarios no eran para él. Curioso e inexplicable.
Como grababa para la barcelonesa Belter, vivía parte del año en la Ciudad Condal y abarrotaba los teatros del Paralelo, aunque el Poliorama, el enorme Calderón, ya desaparecido y el Barcelona acogían las grandes compañías del género. Tenía un apartamento en avenida de Sarriá-Diagonal y allí empezó su pinacoteca guiada por su intuición y gusto. Gastaba un dineral en pintura, especialmente catalana –le entusiasmaban Tàpies y Cuixar– y se encaprichó de un Sorolla que vendió antes de su última operación. Lo hizo previniendo, no fuera a ser que..., según me cuenta su sobrino. Lo de Anita fue una ilusión, enseguida cayó en una depresión y no la superó. Falleció de un problema renal. Le pudo la pena tristísima por la marcha de Manolo, con quien vivió cincuenta y cuatro años.
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