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Santana jugó al tenis con Franco y enseñó a don Juan Carlos

El deportista fue el atractivo principal de una Marbella añorada, en la que abundaban las fiestas y él se dejaba querer

Santana, ídolo de masas en los 60, sumó 69 títulos internacionales
Santana, ídolo de masas en los 60, sumó 69 títulos internacionaleslarazon

El deportista fue el atractivo principal de una Marbella añorada, en la que abundaban las fiestas y él se dejaba querer.

Nadie entiende tal alarmismo. Andan temerosos ante la posible intervención de una hernia inguinal, parece que poco asustadora. Él mismo rebaja el presunto peligro. Poco podía soñar Manolo Santana con 10 años en el Club de Tenis Velázquez, cuando Félix Santana le ayudó usando el respaldo de una silla para fabricar su primera raqueta. Y menos aún que sería campeón del mundo tras su increíble primer Cam-
peonato de España de 1959.

En los veranos coruñeses de Franco jugó con él y, más tarde, animado por el ejemplo, Don Juan Carlos aprendió de él durante su descanso mallorquín. Reconocía que tenía muy buena mano. Entonces no era un deporte mayoritario y él le dio auténtica categoría, luego incrementada durante los muchos años en que tuvo en Marbella su complejo tenístico en Puente Romano, algo más que un club. Desde una casa llamada «La Luna» se convirtió en gancho de aquellos años tan dorados de la Costa del Sol, época en que Isabel Preysler se dejaba caer cada 15 de agosto y relanzaba aquello tras sus primeros años matrimoniales con Julio Iglesias, que no salió lo bueno que esperaba.

Ocurrió en una Marbella que entonces superaba la hoy también decadente Ibiza, ya con un agosto insoportable. Sucede con los paraísos estivales y anteriormente ya se vio con Capri, Portofino y mi añorado St. Tropez, donde pasé los siete mejores veranos de mi vida y donde Brigitte Bardot se dejaba ver con la rubia melena al viento. Iba de paquete en la vespa de su último novio y solían cenar menús de 13 francos en un restaurante de La Ponche, con su arco incluido cual escenario de cuento. Entonces aún vivía en su mansión La Madrague y bajaba a la plage des Salins, que sobrevive a su infortunio sentimental y al «boom» sexy que fue en los 80, tras descubrirla Roger Vadim en «Y Dios creó la mujer».

Todas las francesas soñaban con ser ella: atrevida, rompedora y desinhibida, pese a padecer el segundo y casi cursi mandato del general De Gaulle, obsesionado con la moralidad. Sus medidas llegaban a tal punto que, aunque en el discreto y nada provocativo final de la playa de La Pampelonne existía el Aqua Club, con bosquecillo detrás reservado para nudistas integrales y todo tipo de retoces, el general lo combatía y mandaba patrullas aéreas para mantener el decoro, pese a lo adelantada que ya era Francia con su «egalité, liberté, fraternité». A lo lejos veían volar los helicópteros de la guardia cuando estábamos en cueros con el agua hasta el cuello escondiendo y también refrescando cualquier alteración del orden. Ese juego suponía una risa, como escaparse a cenar al inmediato Sainte-Maxime. Con sus terrazas de Le senequier y el Gorilla tenían la mejor perspectiva sobre el yate –bautizado Arabelle, como una de sus hijas– del genial Von Karajan, que gustaba calzar cómodas y nada rígidas espardenyes.

Fue en aquel tiempo cuando Santana se prendó de la coruñesa, de familia muy distinguida, María Josefa Fernández Dopeso. Se opusieron a darle a Santiago la capitalidad y crearon un partido coruñesista. Fue el primero de los cuatro matrimonios. Después llegaría Mila Ximénez, que «no quiero ni oír hablar de él», me espetó cuando le pedí recuerdos tan hermosos como Alba, la hija que tuvieron, que ahora vive en Amsterdam y está casada con un judío. Cuando Mila tuvo tropiezos de todo tipo –especialmente económicos y sociales: trabajar para Encarna Sánchez fue un mal asunto– Manolo se llevó con él a la niña a Marbella.

El hoy renqueante Manolo Santana fue principal atractivo de una Marbella que muchos añoran todavía, donde había tres fiestas diarias, generalmente convocadas en el Marbella Club del príncipe Alfonso de Hohenlohe, que al igual que el tenista cambiaba de chica entre juego y juego. Mila fue un accidente y lo conquistó con una ingenuidad que ya no tiene, reconvertida con Jorge Javier Vázquez en el mayor atractivo de «Sálvame». Es perfecta su distanciadora pero contundente postura actual de estar de vuelta de todo y, por eso, acaba de refrescar –a buenas horas– cómo Encarna enloqueció por ella. Otti sustituyó a Mila. Lo hizo durante bastantes años y aumentó la plantilla de residentes marbellíes. Era un encanto, siempre sonreía y todos la adoraron hasta que la dejó por la menos cálida Claudia Rodríguez –la única a la que llama mi mujer–, brasileña, dos veces divorciada y morenaza, que por su mangoneo y contundencia parece de culebrón y, actualmente, apenas se trata, igual que el campeón, con la descendencia.

«No me quejo de nada de mi vida», repasa Manolo a punto de los 80. Una vida entregada en cuerpo y alma al deporte, «la única manera de conseguir algo». Hay buen rollo entre las hermanastras y Alba pasa temporadas con su hermana mayor, Beatriz, en nuestra «terra meiga».

El traspié de salud alteró el homenaje que Manolo compartiría con Scariolo y Vicente del Bosque, a quienes ayer se les iba a nombrar Hijos Adoptivos de Marbella. Queda pendiente.