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Susana Díaz: No a la cerveza, sí a los refrescos light
Dicen en las inmediaciones del palacio de San Telmo que Susana Díaz ha pasado «un poco de hambre» este verano. La imagen de la socialista mucho más esbelta tras las vacaciones de verano está en boca de todos
Dicen en las inmediaciones del palacio de San Telmo que Susana Díaz ha pasado «un poco de hambre» este verano. La imagen de la socialista mucho más esbelta tras las vacaciones de verano está en boca de todos.
La base de la gastronomía, dejó escrito Julio Camba, es el apetito. Que el apetito es además el inmediato precedente del hambre, fisiológica o espiritualmente hablando, ha sido referido hasta en las reglas de San Benito. Pero del «ora et labora» benedictino al régimen monacal en la comida que atribuyen a Susana Díaz hay un buen trecho. El rumor de que la presidenta está a dieta se ha convertido en una cuestión de Estado. Y, mientras en Cataluña se acomete la sedición, del Sur trascienden los menús y el hambre.
Dicen que Susana Díaz ha pasado «un poco de hambre» este verano, como parece haberse confirmado desde las inmediaciones del palacio de San Telmo. Una fuente anónima de la Junta así lo asegura a la competencia, mientras que otro manantial, también cercano al gobierno regional y a su presidente en particular lo niega. «Si acaso, cambió la cerveza por el refresco de cola light desde que tuvo al niño hace dos veranos». Esta controversia, por tanto, no implica necesariamente que haya existido tal dieta. Los regímenes únicamente sirven para excusar inapetencia en una casa amiga, defiende el decálogo del buen huésped. ¿No quieres ensaladilla?, inquiere uno en una barbacoa en pleno agosto; pues mira no, responde el otro, el médico me ha recomendado perder estos michelines y me ha quitado la mayonesa. Éste no es el caso de Susana. La presidenta no se ha impuesto regímenes de convento ni ha perdido el apetito, fisiológico o espiritual. Ya lo dijo el franciscano: todo es más sencillo.
A Susana Díaz llevan observándole pérdida de kilos desde las elecciones primarias, que ya son meses. Ahora, en septiembre, vuelven a adjudicarle una especie de operación bikini inversa. O tal vez la hayan denominado tardía. En las postrimerías del periodo estival, el pasado sábado, a la presidenta la han situado en Torremolinos, un destino predilecto que nuevamente ha repetido este verano. Además, ha viajado a Ibiza. Confirmada, a su afinidad a la península itálica, se corrobora una querencia de Susana al Mediterráneo y a su saludable dieta, ésta sí. Del Mare Nostrum al «Mare Meum», le cantarán en hexámetros sus exégetas. Una de ellas, bien anclada al cargo remunerado, achacaba su aparente delgadez a la circunstancial indumentaria: «Ha acertado con un mono enterizo azul en su primera comparecencia tras las vacaciones y ahí han picado todos con la pérdida de kilos».
De la mar, el mero; de la Carihuela, el espeto. La sardina y el gazpacho, la dorada y el boquerón, el pincho moruno y el aliño de pulpo, la coquina y el atún... Como indica el menú, la cocina mediterránea no da pie a la dieta ya que, si es servido naturalmente, no ha podido antes dar pie a la obesidad. Ésta es la carta del Playa Miguel de la localidad costasoleña, desde donde la presidenta habrá ido rumiando los términos de su nueva batalla después de su derrota ante el pedrismo. El apetito de los próximos meses, pues, consistirá en izar la bandera verde, blanca y verde frente a los federalismos y las asimetrías por venir. Porque igual que no hay gastronomías sin apetito, no existen economías con hambrunas.
El principio de economía, más conocido como la navaja de Ockham (ojo: no confundir con la dieta Dukan), sostiene que, en igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable. Y menos extravagante que una dieta vegetariana o un régimen paleolítico, el caso de la presidenta se aviene a otras realidades. Una, por qué no, señala los efectos adversos de la farmacopea para combatir enfermedades comunes como la psoriasis que padece. La toma de corticoides es causa del síndrome de Cushing: cara de luna y acumulación de grasa troncal son de común aparición entre por cuyas venas corre demasiado cortisol. Sin el medicamento, los efectos desaparecen. Ocurrió, además, el embarazo y, como consecuencia, cambiar la cerveza por la sin. Pero las recientes apariciones de Susana Díaz, más esbelta, después del mes de vacaciones han despertado el comentario entre una parte de asistentes y tertulianos. ¿Será que está a dieta? O quizá sea que sus asesores de imagen pretendan sumar filias y votos a cambio de una pieza de fruta matutina y nada de golosinas entre las comidas. De la estrategia y la telegenia a la gula y los ayunos, la hipotética dieta de la presidenta está hasta en la sopa.
La fotogenia susanística ha levantado polvareda en las barras y las plazas, sobre todo en el sector femenino. El comentario del físico de una mujer dedicada a política provoca el arqueo de una ceja, aunque la preocupación por la cuestión fisonómica, como describió Giovanni Sartori, devenga del desarrollo de la telepolítica. Es la realidad pública esclava de la imagen televisada, unido a la cada vez mayor adoración al cuerpo joven y de deportista, la que sugiere a los políticos, ellos o ellas, no distorsionar en exceso la radiación catódica o salirse de los encuadres por la talega. Quien se aje no sale en la foto, bien, pero que quien tenga apetito, que cree gastronomías comiendo. Mientras pueda.
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