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Terelu, agobiada por su futuro: «El trabajo es insuficiente»

Disfruté ávido de las 300 páginas de las memorias de Terulu Campos, escritas por Kike Calleja. Si algo le preocupa es el porvenir

Terelu Campos en una imagen de archivo
Terelu Campos en una imagen de archivolarazon

Disfruté ávido de las 300 páginas de las memorias de Terulu Campos, escritas por Kike Calleja. Si algo le preocupa es el porvenir.

Las memorias de Terelu son una valiente crónica de superación, no sé si de afirmación o también de justificación. Un documento que revela recuerdos recogidos en 300 páginas por su mucho más que amigo Kike Calleja, la lealtad a sus pies. Terelu lo eligió como espejo no para mirarse o admirarse, sino reflejarse. «Un libro para que yo vuelva a soñar», indica, consciente de que ahí ha volcado miedos y hasta inseguridades que no aparenta. Un relato sorprendente que presentan el día 12. «Me choca que no contéis lo mucho que hubo entre vosotros», protesto a Calleja, que replica: «Será en otra ocasión». Lo espero, porque disfruté ávido de la obra que puede ser el esbozo de algo con más empeño.

Terelu no calla nada –si acaso por qué vendió su primera exclusiva nupcial– y sabe a poco. Tiempo al tiempo, ella solo tiene 52 años, pero una amplia experiencia profesional, humana y sentimental. No perdió un momento desde su debut televisivo tras empezar en Radio Málaga a la sombra paterna. Echa la vista atrás y calibra sus muchos trabajos, como los hasta siete años que permaneció imbatible en Telemadrid tras alguna también larga experiencia en Canal Nou, donde solo compartimos el primer programa ante la sorpresa de Jesús Carrascosa, su director general, que pretendió forzarme a ese emparejamiento. «Has firmado un contrato y es lo que hay», argumentó reteniéndome. «No firmé porque, cuando fui a hacerlo, no llevaba el número de la seguridad social», le contesté. Un lance apenas difundido, pero que vivieron los compañeros del extirpado canal valenciano, donde durante ocho años «Tómbola» aportó un dineral y una fórmula tan innovadora. Reveló a la minifaldera Lydia Lozano, el culto Jimmy Giménez-Arnau y menda ideó el perenne «¡Que te calles, Karmele!». Mientras, el mandamás quería unirme a Terelu. «Una pareja explosiva», calculaba. Se desintegró tras el primer contacto con Carmen Ordóñez, que se negó a gritos a ser peinada por Rupert. Como niño mimado y tombolero, me permitió escoger entre Mercedes Milá, con quien cada tarde discrepaba en el «¡A toda radio!» de Luis del Olmo, Terelu o Cristina Tárrega, a la que no conocía.

Nuestra unión no tuvo el «sí, quiero» que Terelu otorgó a Miguel Ángel Polvorinos y, un 14 de marzo, lloviendo a cántaros sobre Santander, a Alejandro Rubio. Se pone nostálgica al recordar los 17 años con el padre de su hija. Matías Montero la vistió de esperanzada contrayente con cintura marcada. Entonces era un bombón y reconoce que no le gusta la que tiene actualmente tras dolores y enfermedades. Mantiene un tratamiento anti cáncer, mal que también afectó a su hermana y a María Teresa. Y se llevó a su tía Lely, a la que Teresa empezó a llamar por su nombre en las noches de Bocaccio que disfrutaban saliendo como amigas, qué tiempo tan feliz. La Campos entonces fumaba diariamente un paquete y medio de cigarrillos.

Al echar la vista atrás reconoce que se cree mejor presentadora que comentarista, faceta en la que quizá en ocasiones se corta por timidez. La entiendo porque también soy así, nos cuesta lanzarnos a ese ruedo nada torero pero lleno de embistes como los que no tuvo con José María Manzanares y alguno menos conocido y al que muchos creen fundamental en su corazón. Fantasías.

«Alejandro es el hombre más importante de mi vida», subraya siempre. Fue el primero que la llamó Teresa en vez de Terelu. Nació la delgada Alejandra, que, cosas de la genética, heredó la costumbre familiar de usar chupete hasta los cinco años. También añora la luna de miel en Mauricio, donde recuerda que hablaba «mi inglés de los montes», pero subrayando que acaso les faltó complicidad. Eso no lo vio Esperanza Gracia cuando, al echarle las cartas, le pronosticó que llegaría a su vida «un hombre más mayor». En la boda lució los brillantes «chatones» montados a la rusa ya usados por su madre, abuela y hermana. Fueron testigos nupciales su íntima Lara Dibildos, Nuria González y Miriam Reyes.

«Silenciosamente, sin riñas ni violencias, dejamos morir ese amor. Se ha transformado en una amistad preciosa, ambos pendientes de hacer feliz a nuestra hija», escribe. Le hubiera gustado darle un hermano, pero ya no pudo ser, lamenta ante Calleja, que debió de divertirse al oírla narrar su embarazo y contar que Paco Valladares la animaba a convertirse en actriz. Le veía facultades «y quizá algún día se lance a eso», vaticina. Podría ser, ya que pasa un momento de desasosiego «porque el trabajo actual es insuficiente para las necesidades que tengo». No cita a Edmundo ni una vez, como tampoco a Pipi Estrada o Martín Pareja Obregón, dos de sus grandes fracasos amorosos. Hay olvidos elocuentes. Pero sí habla con nostalgia de Félix Arechavaleta, todo un señor que compartió 14 años con Campos. Aún creo verlos discutir en la playa del marbellero Coral Beach de nuestros pecados veraniegos que el amado vasco encontraba ridícula, acostumbrado a los inmensos arenales norteños. Coruñés y comprensivo, me ponía de su lado, y lanzábamos un casi ensayado: «¿Y a esto le llaman mar?». Tal juicio minimizaba a su pareja, mi admirada y eterna María Teresa, que ya casi recuperó todas sus facultades.