Turismo

Y Dios creó... Saint-Tropez

Carmen Lomana en el Café Sénéquier
Carmen Lomana en el Café Sénéquierlarazon

Siempre he sido muy afrancesada. Reconozco tener debilidad por ese maravilloso país, su idioma, su fantástica comida y vinos, y, sobre todo, su amor por la cultura y ese punto de «charme» y refinamiento que a veces echo de menos en España. Como cada año, he pasado unos días en la Costa Azul, concretamente en Saint-Tropez, que tiene un encanto especial, quizá por su leyenda creada alrededor de unos personajes que en su momento, en los años 50 y 60, eran lo más. Quizá también por la belleza de sus callejuelas y rincones y por su enclave, en mitad de la Provenza, rodeada de viñedos y preciosos paisajes. Todos los que paseamos por sus calles o nos sentamos en el mítico Café Sénéquier imaginamos a Brigitte Bardot con sus pantalones de cuadros vichy o a Romy Schneider paseando con Delon, y albergamos la ligera esperanza de toparnos con ellos al volver alguna esquina. Fue una super sexy Brigitte Bardot la que colocó a Saint Tropez en el mapa de la jet set internacional. Lo hizo en 1956, cuando se estrenó la película «Y Dios creó a la mujer», donde mostraba todos... sus encantos. Y allí cambió la historia de este pueblo de pescadores de 8.000 habitantes, que en verano acoge a cinco millones de turistas «top» y a sus megayates amarrados en el puerto antiguo.

La terraza del Sénéquier, donde el café cuesta 8 euros y la botella de agua 25, merece una mención aparte. En su terraza, al atardecer, podemos encontrar desde a Karl Lagerfeld hasta Carolina de Mónaco y a Leonardo DiCaprio, que todos los años organiza una fiesta benéfica a mediados de julio. También a Román Abramóvich en su espectacular barco. Pero yo insisto en que a mí lo que me fascina de este café es que Jean-Paul Sartre escribiese «Los caminos de la libertad» sentado en su terraza o que de su pastelería, a finales del siglo XIX, saliese el riquísimo pastel Tropezienne. Saint-Tropez también fue el primer pueblo de la costa continental francesa liberado en la contienda. La famosa escritora Colette atrajo a muchas de sus bohemias y ricas amistades hasta convertirlo en un lugar de moda, donde Picasso compartía mujer y amante en la misma casa, y entre todos ellos ayudaron a su reconstrucción después de los bombardeos.

Algo que me fascina es jugar a la petanca en La Place des Lices a la sombra de sus plataneros y sus muchos cafés. Donde los jugadores están perennemente instalados y los Hermès o los Ferraris que deambulan por sus alrededores no son incompatibles con su mercadillo de los sábados, donde se vende fruta, verduras, bolsos y todo tipo de artículos desde el vestido hippie hasta objetos de segunda mano. No se puede hablar de este precioso pueblo sin nombrar sus playas de finísima arena blanca y aguas transparentes y limpísimas, el nombre de Costa Azul se lo dio a finales del siglo XIX el escritor Marie Mards porque era el color que mejor le sentaba a la Riviera. Yo personalmente adoro la playa de Pampelone, con un ambiente maravilloso y clima espectacular. Frente al mar se encuentra uno de los restaurantes más legendarios, Le Club 55, que este verano ha sido visitado por el Rey Juan Carlos para disfrutar de su gastronomía. El 55 es el típico sitio para ver y ser visto por la cantidad de gente guapa y famosa que alberga por metro cuadrado. Pero yo, ¿qué quieren que les diga?, encuentro que mi Chiringuito Tropicana y su playa son los más tranquilos y elegantes, no los cambio por nada. Huyo de las aglomeraciones y el exhibicionismo como de la peste... El verano es para relajarse y vivir la vida de la forma más natural posible, al menos eso es lo que procuro hacer y lo que les deseo.

Ya estamos cruzando el paso del Ecuador del verano, entrando en el maravilloso mes de agosto, que yo inauguro con mi cumpleaños. Cuando estén leyendo esta crónica, gracias a Dios habré cumplido un año más. 1 de agosto, fecha definitiva en mi vida.