Papel
«A dos metros bajo tierra»
La tumba como destino inevitable
Tan importante es lo que se ve que cómo se ve. Y en los últimos años los amantes de las series de televisión se han aficionado mucho a una modalidad de visionado que requiere de mucho tiempo libre y mucha dedicación, el maratón. Sentarse frente a la pequeña pantalla consumiendo compulsivamente horas y capítulos es ya una afición en sí misma. Pero si la llevamos un poco más al extremo, podemos plantearnos los fines de semana de los meses de verano como proyectos de visionado independientes que engrosen la lista de series que ya conocemos. Desde esta sección, cada viernes, comentaremos algunas recomendaciones que nos servirán para disfrutar de maratones de fin de semana. Literalmente.
El primer proyecto del verano es para una de las primeras familias disfuncionales de la era moderna de las series de televisión, los Fisher. Los dueños de la funeraria de Los Ángeles que lleva su propio apellido son los protagonistas de la producción que Alan Ball y HBO estrenaron en 2001, «A dos metros bajo tierra». La historia comienza con la muerte del cabeza de familia, y de cómo su viuda y sus tres hijos afrontan la pérdida y lo que supone para cada uno de ellos. Cada episodio comienza con una muerte, trágica, violenta o serena y alrededor del funeral del fallecido se desarrollan las tramas y las vidas de Nathan, David, Claire, y de Ruth, su esposa.
En cada episodio, los Fisher desvelan un poco de sí mismos, de los secretos con los que han convivido durante años, de las medias verdades que garantizaban la paz familiar. No hace falta rascar mucho para descubrir los puntos negros y los defectos de los Fisher, pero al contrario de otras familias televisivas, en las que la ruptura es la solución, ellos permanecerán unidos. O por lo menos bajo el mismo techo.
En cinco temporadas, «A dos metros bajo tierra» tiene tiempo de sorprender y decepcionar, de convertirse en un truculento culebrón y firmar el cierre televisivo más aplaudido de lo que llevamos de siglo. Con sus aciertos y con sus errores, la producción ganadora de tres premios Emmy y otros tantos Globos de Oro fue capaz de convertirse en una entidad en sí misma, una recomendación obligatoria para aquellos que quieren disfrutar de un drama familiar y son capaces de tolerar la omnipresencia de la muerte. Porque si algo deja claro Ball con su creación es que el final nos llega a todos, ya sea en la soledad del hogar, en medio de una fiesta o tomando un apacible baño.
Una década después de su cierre, la serie de HBO continúa siendo una de las producciones más importantes de los últimos años. Por ella no ha pasado el tiempo y su interés por tratar temas como la drogadicción, la homosexualidad, el amor en la edad adulta, y en la muy adulta, o los problemas psiquiátricos, la mantienen viva en el olimpo de las grandes series. Lo que para muchos creadores ha sido una creación a imitar. Sirva como ejemplo la «alumna» de Ball, Jill Solloway, creadora de la alabada «Transparent». Porque «A dos metros bajo tierra» logró, gracias a su ambiente funerario, sus idílicos e imaginativos «flashforwards» y el carácter de sus personajes, crear un sello propio. Algo a lo que aspira cualquier gran serie.
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