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Luis Merlo: «¿Que si he pedido créditos? todos y más»

Actor.. Junto a Carlos Hipólito regresa al Maravillas con la tercera temporada de «El crédito»

Luis Merlo
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Aunque esboce una sonrisa, es bastante más serio de lo que parece, incluso, a veces, se pone filosófico. Vuelve al Maravillas con «El crédito». Para rato

Lector compulsivo y amante de las tablas por decreto, Luis Merlo celebra su treintena artística metiéndose en la piel de «un Don Juan trasnochado» por tercera vez. A su lado, un Carlos Hipólito con el que desconectará antes de cada función hablando de todo y de nada. De lo del día. Por delante, horas de «El crédito» administradas en dosis de 90 minutos diarios. Tiempo suficiente para pedir 3.000 euros y/o de arrebatar a una mujer. Desde hoy en el Maravillas.

–¿El dinero o la dama?

–Dejar claro que en absoluto es una función que denigre a la mujer, que fuera de contexto todo se malinterpreta. Lo que se propone es que a veces hay amenazas que no contienen ningún tipo de violencia pero que sí generan muchísima duda. ¿La conoce? ¿Puede ocurrir? ¿Será capaz de seducirla?... Es una desesperación latente. Porque mi personaje es un Don Juan trasnochado que considera que tiene un don con las mujeres. Como si serlo no fuera un oficio, ¡y con mucho curro además!

–Se hace, no se nace.

–Eso es.

–¿Cuántos créditos ha tenido que pedir Luis Merlo?

–Todos y más. Ahora afortunadamente lo he conseguido gracias a la gestión de Pedro Larrañaga, a tener un compañero tan inmenso como Carlos y a un texto de este calibre, que tiene todo lo que yo como espectador puedo desear.

–Y a su personaje, Antonio, ¿le daría un crédito?

–Nunca me gustaría tener que decidir algo así, pero a él no le daría ni la mano.

–Es un hombre que tiene como mayor y único aval la palabra, ¿ya no tiene valor?

–Yo he vivido cuando lo del apretón de manos significaba que el contrato estaba firmado. En estos tiempos, en los que la burocracia es la que manda, da igual la palabra, y eso es una de las cosas que esta función intenta rescatar. Decir «pero usted qué más quiere que mi palabra, si me da un dinero yo se lo voy a devolver».

–Entre tanto, tercera temporada ya, ¡larga vida a El crédito! ¿Cómo han evolucionado?

–Entendiendo el trabajo como lo hacemos Carlos y yo. No significa que nos salgamos de los papeles de nuestros personajes, sino que hay algo dentro que no está en el mismo sitio todos los días. Hay gente que sólo sale a repetir y otra que salimos a intentar vivir lo que estamos haciendo, es la única manera en la que concibo que este trabajo sea una gozada.

–Y lo suyo ya son 30 años cambiando de piel, ¿algún autohomenaje?

–El respeto que he ofrecido al público, que me lo ha devuelto multiplicado por diez. Me lo he tomado muy en serio desde joven y es el mayor premio.

–Espejos tenía para mirarse.

–Con ventajas y desventajas. Uno empieza con el deseo de llegar a parecerse a uno mismo o al personaje. Y luego, inevitablemente, mi infancia y mi adolescencia han sido muy anómalas, cuando yo volvía del colegio mis padres se iban a trabajar y al llegar las vacaciones se iban de gira. Con lo cual, algún aspirante a actor hubiera querido tener mis circunstancias pero posiblemente si le pusiera un espejo diciendo que tienes que renunciar a una niñez...

–Más que desistir, vivirla de una forma diferente.

–También, respetando profundamente y comprendiendo que es su trabajo, pero emocionalmente echándolos de menos.

–Hace unos años comentó en LA RAZÓN que buscar la felicidad era algo inútil, pero no el por qué.

–Absolutamente, porque su búsqueda me ha hecho perder mucho tiempo. Decía Susanna Tamaro que «la diferencia entre la felicidad y la alegría es que la primera es la luz eléctrica y la segunda es la luz del sol». Y he dejado de buscar ese interruptor por seguir con el sol. La búsqueda de la felicidad y el amor es monotemática.

–Y obsesiva...

–Las cosas aparecen cuando aparecen. Con los años llegas a aceptar que tienes muchos planes pero que la vida también los tiene para ti.

–Como el director de la oficina.

–Sí, exactamente así hablo de él. Y siguiendo con la felicidad, siempre digo que tengo una pelea con ella. Cuando he sido feliz es cuando la he perdido, que es cuando me he dado cuenta de que lo era. La ansiedad que a mí me ha generado me ha hecho casi perderla. Desde la serenidad viajo mejor.

–«Vivir es un modo humano de crear, aunque crear es un modo divino de vivir», su presentación de Twitter. ¿Por qué nos ponemos tan filosóficos en internet?

–Supongo que es necesario conectar con una frase que nos defina y que de alguna manera contenga todo lo que uno piensa y siente con respecto a la vida. Cuestión de síntesis.

–¿Nos han hecho más hipócritas las redes sociales?

–Tenemos el afán de defender lo que no ha sido atacado. Así no podría existir una parodia como la de Chaplin sobre Hitler; y con «La vida de Brian» hoy habría muchos ofendidos. Es necesario reírse desde el respeto, de uno mismo el primero. Nos estamos mandando un chiste por WhatsApp, pero por las redes lo denunciamos...

–Un mundo demasiado blanco e innecesario, ¿no?

–Claro.

–Y en Google, ¿le ha dado ese ataque de ego de buscarse?

–Nunca, ni siquiera tengo una crítica, capítulo, obra o foto de trabajo en casa, cero. No me gusta guardar recuerdos de mi profesión, me gusta vivirla. Y meterme en Google me aterra, no quiero saber qué opinan de mí, salvo cosas profesionales.

–Ya que no lo va a hacer, se lo chivo yo, la tercera entrada que aparece –en una página de dudosa credibilidad– habla de un Merlo que se ha casado en secreto hace dos días, además de que es el actor más sexy y el que más gana, ¿qué le parece?

–(Risas) ¡Qué gusto! Nada cierto, en absoluto. El avance de internet es un bosque al que no poner puertas, aunque en cierto modo me da pena porque soy muy de oler las páginas de un libro. Pero es que esa prontitud que te dan cosas como la Wikipedia, que cada vez es más acertada, es única.

–¿Ahí si se ha buscado?

–No, no, lo prometo. En San Sebastián le pidieron un consejo a Meryl Streep y dijo: «No buscarse en Google», me encantó. Un actor teatral se queda con la sensación de lo que ha vivido en el acto de comunicación.

El lector

«Me gusta mucho la cobertura que se le da al teatro. En general a la Cultura, pero particularmente a las tablas. Un amigo mío leía toda la Prensa, de todos los colores, y decía que había que filtrar cada una de las informaciones desde la objetividad para tener claro quién eres políticamente hablando. Ideológicamente no me importa no compartir posturas porque valoro el trato que se da a determinadas cosas, como la parte del teatro que comentaba al principio».