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Manuel Vilas: «Los libros hay que empezarlos fuerte, como una banda de rock»

Foto: Nacho Cubero
Foto: Nacho Cuberolarazon

Manuel Vilas es un escritor distinto. Por como escribe. Porque es un poeta. Porque cuando cuenta desgarra y se desgarra y nadie sale indemne de su lectura. Yo lo descubrí en «América» (Círculo de Tiza) y el viaje me resultó enternecedor. Acabé ese libro con una sonrisa. Luego leí «Ordesa» (Alfaguara) –que lleva 25 semanas en la lista de los más vendidos– y noté que el puñal de las palabras de Manuel Vilas se me clavaba en la tripa hasta bien adentro. Su mirada lúcida y valiente me hizo daño. Supongo que a él más aún al retratarse sin pudor y sí mismo y a su familia. Una más de la España de clase media de los 60 y 70. Igual que las demás, pero diferente... «Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera». Es el comienzo de «Ana Karenina», de Tolstoi. «Ordesa» apunta más al fondo: «Ojalá pudiera medirse el dolor humano con números claros y no con palabras inciertas». Vilas es un maestro. Me tiembla el pulso al sentarme frente a él para entrevistarlo. Le quiero poner música a la entrevista, porque siempre dice que él no es nada sin ella, pero...

¿Y si le pongo un disco de Julio Iglesias?

(Sonríe) Lo entendería porque era el cantante favorito de mi madre. Era fan absoluta. Cuando lo veía por la tele rápidamente iba a escucharlo, estaba enamorada de su voz, creo que era su ídolo. A mí me iban a gustar otras cosas; pero bueno, mi madre tenía a Julio Iglesias y yo tendría a otros cantantes, pero la pasión por la voz y por la música era la misma.

Siempre nos queda la música. Incluso cuando más miedo sentimos. Cuando nos faltan nuestros padres...

Eso es el desamparo y la orfandad. Y también es el amor. Porque cuando consigues recuperar la memoria y volver a verlos a través de las páginas y de las palabras, pues hay un amor. Y a mí me gusta pensar más en el sentimiento del amor cuando quieres recuperar a tu padre y a tu madre, que ya no están en este mundo, y te adentras en la selva del pasado y empiezas a recordar. Allí, a veces, recordar es casi como volver a vivir. Y es apasionante. La memoria, si tú la frecuentas y la practicas, te regala cosas...

También te hace sufrir...

Te hace sufrir porque de repente ves que tienes más pasado que futuro.

Sobre todo a partir de los 50, ¿no?

Es que este libro nace de los cincuenta para arriba, que es cuando un ser humano se da cuenta de que su pasado es muy relevante no ya porque sea suyo, sino porque tiene más pasado que futuro. Es una aritmética, unas matemáticas. No tienes que pensar en eso, porque si no estarías todo el día agobiado; pero, bueno, íntimamente el 5 es un número muy esclarecedor.

¿Sería mejor si fuéramos inmortales?

Eso ya no lo veo tan claro. Lo cuento en «Ordesa»: la vida es hermosa porque es mortal, porque está limitada, porque acaba. Si no acabara no sería tan hermosa.

La vida es hermosa, pero dura. Como «Ordesa» y su dolor amarillo reflejado en la cubierta...

Al pensar en mi pasado salía el color amarillo. Todo era amarillo. Y duro. Pero así es la condición humana.

«Ojalá hubiera una forma de saber cuánto hemos sufrido y que el dolor tuviera materia y medición», dice en el arranque de «Ordesa», justo a continuación de la primera frase que he recogido al empezar esta entrevista...

Sí. Los libros hay que empezarlos fuerte. Sacando las bandas de rock and roll que a mí tanto me gustan. Los rockeros siempre que dan un concierto eligen bien el primer tema porque es importantísimo; es el que te agarra de la mano y te dice : «Vas a estar aquí». Y yo pienso que los libros también hay que abrirlos como hacen los cantantes de rock: con una gran fuerza y una gran intensidad emocional que agarre al lector y ya se quede contigo...

El que entra en «Ordesa» no puede escapar. Debe de ser porque usted está en cada renglón, pero los lectores también nos encontramos.

Efectivamente. «Ordesa» soy yo, pero al servicio del otro, del que lo lee. Es decir, te cuento mi vida porque probablemente es como la tuya y te va a servir. Este es el pacto. No es por vanidad, ni por exhibirse; es contar la vida que todos tenemos: unos padres, una existencia, problemas muy parecidos... Si te cuento mi vida es para que veas en la mía la tuya.

Pero no todos nos atrevemos a contarla. Ha sufrido mucho compartiendo la suya.

Sí, sobre todo porque el libro está escrito desde un presente; o sea, yo voy a la búsqueda del pasado desde el presente de los años 14, 15, 16 donde estaba viviendo situaciones muy complicadas que cuento en el libro. Una ruptura, la bebida... Tenía muchos problemas personales y ahí, en medio, murió mi madre. Aquello fue un huracán, un tsunami enorme. Y la única solución que vi fue ponerme a escribir, porque cuando escribes consigues decir lo que te está pasando y se produce una catarsis. Cuando nombras el dolor y lo conoces ya puedes empezar a convivir con él.

¿Y lo contó todo o se dejó algo?

Quité episodios muy duros. Hay cosas de un ser humano que nunca se pueden decir a otro ser humano. Lo pensé cuando corregía este libro y quité cosas, confesiones sobre mi vida y lo que me había pasado. Hay verdades que todo ser humano se tendrá que llevar a la tumba porque no se pueden decir ni a tu mejor amigo ni a tu pareja...

¿Por qué?

Porque son muy destructivas, porque ni tú mismo te puedes decir cosas que hay en tu cabeza. Porque los seres humanos somos grandes, pero también tenemos muchas miserias en el corazón.

Pues parece que gustan. Este es su libro más duro y el más celebrado...

A años luz de los otros, sí.

¿Se lo esperaba?

Para nada. De hecho, cuando acabé de escribirlo pensé que era una confesión que no sabía hasta qué punto iba a encontrar sus lectores. Pensé que pintaba una familia que era la mía, que yo creía que era muy friki... y de repente me he encontrado con un 90 por ciento de lectores que me dicen que mi familia es igual que la suya. Y eso me produce una enorme sorpresa porque significa que el 90 por ciento de las familias españolas de entonces eran muy raras y bastante disfuncionales.

Su familia y las de los demás se pueden parecer. Su manera de escribir no se parece a la de nadie...

Este libro es muy sentencioso. Me gusta que suene mucho. Son reflexiones muchas veces muy sencillas, muy elementales... Algunas personas me dicen que es como un blues porque la prosa es como muy envolvente. Es mi mirada, me sale así.

También le sale el sentido del humor en medio del profundo desgarro.

Incluso en los momentos más terribles de la vida hay siempre un punto de fuga que resulta cómico. Y por mucho que nos empeñemos todos llevamos un paso de comedia.

Confiéseme sus manías. Siento curiosidad...

Son muchas, porque soy muy supersticioso, toco madera todo el rato. Pero, además, soy muy maniático con los olores y escribiendo.

Me soplan que le gustan las cosas caras...

Sí, las que no me puedo permitir: los relojes, las plumas, las colonias caras, me gusta el lujo.

Sorpréndame diciéndome qué le gustaría ser de mayor...

Presidente del Gobierno. Pero solo durante seis meses...

Intuyo lo que le gustaría ser si volviera a nacer: cantante ¿A que sí?

De rock and roll. Lou Reed. Salir al escenario con una guitarra y una voz brutalmente emocionante...

¿Qué me dice de las vacaciones?

Como turista, me gustaría que mis vacaciones fueran perfectas. Pero siempre hay amenazas y fatalidades. Un avión impuntual, una habitación de hotel con una orquesta debajo, una paella infumable, que pueden convertir tus vacaciones en una pesadilla. Cada día el mundo está más deteriorado. Ojo con los hoteles.

¿Qué lleva en la maleta?

«Lo más raro que llevo en la maleta es una báscula para controlarme el peso, y también un antifaz porque no sé dormir con luz», confiesa Vilas. «Y lo que no llevaría nunca es comida: odio los olores que no sean de perfumes y odio las migas».